Los famosos, aunque poco conocidos y menos consultados, Papeles de Salamanca vuelven a estar nuevamente de actualidad y, como siempre, no exentos de polémica. Recientemente, el Congreso de los Diputados acordó el inicio de negociaciones entre el Gobierno central y la Generalidad de Cataluña, respecto a su reivindicación sobre determinados fondos del Archivo Nacional sobre la Guerra Civil ubicado en Salamanca. Sorprendentemente el acuerdo adoptado entre los parlamentarios socialistas y nacionalistas periféricos, con la complacencia de los diputados populares de las provincias catalanas y valencianas, excluye al Gobierno de la Comunidad de Castilla y León, de un proceso que puede acabar con la unidad y los fondos documentales de un Archivo ubicado en el territorio castellano.
Es obvio, que la reapertura del conflicto del Archivo de Salamanca, responde a criterios políticos y no técnicos, pretendiendo adaptarse al nuevo mapa político de dependencia del gobierno de Zapatero, y olvidando los pronunciamientos contrarios al expolio de dicho Archivo, expresados en su momento tanto por las Cortes de Castilla y León (procuradores socialistas incluidos), como por parte de las comisiones de expertos en la materia consultados, tanto españoles como internacionales.
La Ministra de Cultura, ya ha sentenciado que todos tendrán algo que ceder, lo que implica que la decisión ya está tomada y que parte de los fondos del Archivo se desplazarán al este peninsular, y en la propia Castilla, aunque el rechazo al traslado de fondos es abrumadoramente mayoritario, algunas voces encuentran razonable que los fondos expoliados tras la Guerra Civil, sean recuperados por sus legítimos dueños. Todos los argumentos cuentan siempre con un soporte racional, sin embargo resulta sorprendente que cuando hay que ceder o cuando alguien tiene que perder algo, siempre nos toque a los castellanos ser el eslabón más débil de la cadena.
Prácticamente la totalidad de los Archivos y Museos españoles (y en la esfera internacional ocurre algo parecido), están constituidos por fondos y piezas, recopiladas a lo largo del tiempo, por métodos que hoy calificaríamos benévolamente como dudosos. Si la Comunidad de Castilla y León, reivindicara la restitución de aquellos fondos originariamente propios, ubicados hoy día en el Archivo de Indias de Sevilla, en la Biblioteca Nacional, en el Museo del Prado o en el Museo Nacional de Arqueología de Madrid, se desmembraría de forma significativa el valor cultural de estos grandes centros. Del mismo modo, uno creería más en la inocencia y credibilidad de la reivindicación que actualmente impulsa Maragall y su gobierno tripartito sobre el Archivo de Salamanca, si viniera acompañada por la oferta de devolución de los numerosos y significativos fondos románicos castellanos, que actualmente se exponen en diversos museos catalanes como el Marés de Barcelona, el Diocesano de Vic o el Nacional de Cataluña, y cuya obtención, bajo obscuras circunstancias, bien puede calificarse de expolio cultural. ¿Porqué debe aplicarse una ley para los fondos catalanes en Castilla y otra para los bienes culturales castellanos en Cataluña?. Desde luego yo firmaría ahora mismo la devolución de los papeles de la Generalidad, si eso supusiera la recuperación, aunque solo fuese de las pinturas del Monasterio de Arlanza. Desgraciadamente, nuestros gobernantes nos acostumbran a que en Castilla, siempre debemos ceder a cambio de nada.
Y si absolutamente anticastellano es el comportamiento del PSOE en este asunto, qué decir de la actitud del gobierno regional de Juan Vicente Herrera, miembro de un partido incapaz de manifestar una única voz sobre los papeles de Salamanca, que siempre se ha plegado a los intereses del Estado Central, por encima de las necesidades de su tierra, y para quien la conservación integral del ingente patrimonio cultural castellano (tanto en interior como en el exterior), no constituye una prioridad. Con solo recordar el lamentable papel que jugó la Junta de Castilla y León en la muestra temporal de las Glosas Silenses (actualmente en el Museo Británico de Londres), durante la Exposición Universal de Sevilla cualquier castellano, digno de serlo, enrojecería de bochorno.