Castilla nos une

Castilla nos une

1.4.- De la decadencia del S. XVI al pacto federal castellano de 1869. TC-PNC. (24/10/2001)

Durante los reinados de la Austrias, Castilla se ve sometida a un proceso de empobrecimiento material y humano muy intenso, con la finalidad de mantener las guerras de religión que los reyes desarrollaban en Europa, así como para materializar la conquista del continente Americano. En el interior, se desmantela la industria manufacturera para primar los beneficios de la burguesía mercantilista viviéndose años de miseria, de persecución ideológica y religiosa y de pobreza intelectual, pudiéndose los castellanos expresar libremente sólo a través del arte y la literatura.

Tras la guerra de Sucesión, y la llegada de la dinastía borbónica a Castilla, a principios del silo XVIII, comienza un tímido resurgimiento económico y tecnológico acompañando al Despotismo Ilustrado, proceso que se verá truncado por las guerras napoleónicas y por las continuas aventuras militares en que se embarca la monarquía. La llegada de los Borbones a la corona, provoca además una transformación del Estado que soporta Castilla, influenciados por el espíritu centralista francés y por la necesidad de obtener mayores recursos, se implanta en casi todos los territorios de la monarquía un modelo de Estado unitario que implica el comienzo de la «castellanización» de los otros pueblos peninsulares y el comienzo propiamente dicho del «Estado Español».

El siglo XVIII se caracteriza igualmente por la proliferación en distintos territorios de la corona, de asociaciones que, bajo la denominación de «Sociedades de Amigos de País», comienzan a preocuparse por la necesidad de libertades y de un mayor progreso humano, tecnológico y económico. Algunas de estas sociedades presenten una fuerte afectación castellanista, y en su seno comienza a gestarse la recuperación histórica del episodio comunero y su posterior mitificación.

La esperanza liberal

Tras las guerras napoleónicas, el modelo del Despotismo Ilustrado entre en crisis definitivamente, debatiéndose el Estado español en una continua pugna entre absolutistas y liberales, enfrentamiento que durará todo el siglo XIX y que en Castilla adquirirá particular virulencia.

En la primera mitad del siglo XIX, el liberalismo castellano es especialmente fuerte, tanto por su destacado papel en la lucha contra el invasor francés, como por su implantación popular y su destacada intervención en todos los procesos constituyentes. Políticamente se articula a través de las denominadas sociedades secretas, de fuerte componente democrático, federalista y republicano y que unen a sus deseos de transformación social un indudable contenido castellano, recuperando la tradición comunera. Estos grupos («Los Hijos de Padilla», «Los Numantinos», «Los Comuneros»,… ) fueron extremadamente activos, contaron con integrantes tan importante como Riego, El Empecinado o Espronceda y fueron perseguidos con saña por los absolutistas, que los diezmaron en sucesivos procesos contrarrevolucionarios.

Los restos de este movimiento liberal progresista, se transformaron en la segunda mitad del siglo en el ala federalista del Partido Demócrata Republicano, que a la caída de Isabel II, se mostró con fuerza suficiente para extenderse por toda Castilla, ganando numerosos procesos electorales y proclamando en el Pacto Federal Castellano de 1869 la federación de los Estados de Castilla La Vieja y Castilla La Nueva, que reunía en una misma entidad política a las diecisiete provincias castellanas. El federalismo castellano alcanzó su auge durante la I República, pero el golpe militar de Pavía, la restauración borbónica y la represión consiguiente, acabó con todas sus expectativas.

Durante el siglo XIX, además, con la generalización de un modelo educativo uniforme para todo el Estado, y debido a la necesidad de justificación histórica que tiene el liberalismo centralista, comienza generarse un sentimiento «nacionalista español» entre sectores cada vez más crecientes de la población peninsular.

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