ARTíCULOS TC-PNC
EL HECHO DIFERENCIAL CASTELLANO
Luis Marcos. Secretario General de TC-PNC
Hablar de Castilla se está convirtiendo en algo incómodo para determinados políticos que,
aunque nacidos en esta tierra, no se encuentran cómodos, desde sus poltronas de Madrid
o Valladolid, viendo que las ventajas prometidas de la Unión Europea, y la bonanza
económica que parece atravesar el conjunto del Estado, no aportan hechos concretos que
palíen la grave crisis estructural que aqueja al pueblo castellano.
Está fuera de toda duda la consolidación del Estado de las Autonomías, y es bueno que los
distintos pueblos que componen España, recuperen su identidad y su protagonismo para
afrontar un futuro, incierto pero apasionante, en el marco de la construccion de la nueva
Europa. Sin embargo el método que se está siguiendo para establecer este nuevo modelo
plural de España, no parece ser ni justo, ni equilibrado, ni igualitario. Desgraciadamente
existen una serie de comunidades, entre ellas todas las castellanas, discriminadas y
marginadas, mientras que determinados territorios, donde los nacionalismos gozan de
preeminencia, asumen constantemente nuevos privilegios, exigiendo sin recato prebendas y
tratos diferenciales, esgrimiendo como permanente justificación, supuestos hechos
particulares, y escudándose en presuntos títulos de nacionalidades históricas.
El talón de Aquiles de la España de las Autonomías, se encuentra precisamente en su
«asimetría». Así el importante rechazo que, desde Castilla, se evidencia ante determinadas
comunidades periféricas, no radica en la negación de su legítimo derecho al autogobierno,
sino en la repulsa del binomio «diferente identidad=diferente trato=distintos derechos».
Los castellanos estamos acumulando demasiados agravios como para permanecer
inactivos, y puede ser peligroso, el aumentar sin freno la presión del vapor retenido en la
olla. Castilla ha aguantado, durante décadas y sin pestañear, acusaciones de dominadora e
imperialista, cuando la realidad contrapone unas mesetas castellanas en decadencia,
pobres y envejecidas, cuyos pueblos se desmoronan, frente a una periferia pujante,
moderna e industrial, que basa su riqueza en el esfuerzo de los emigrantes, las materias
agropecuarias, la electricidad y el ahorro de los castellanos. Es difícil asumir sin queja el
mezquino papel asignado a Castilla en la nueva España democrática, trasmutada nuestra
tierra en simple productora de materias primas sin valor, al tiempo que se convierte en el
mercado por excelencia de las manufacturas periféricas.
Castilla observa, pasiva pero con rabia contenida, como los gobiernos del Estado,
cualesquiera que sea su signo político, ceden inversiones, presupuestos y derechos a las
comunidades periféricas, garantizándose así los necesarios apoyos parlamentarios, y
«comprando», aunque de forma siempre provisional y a base de transferencias
multimillonarias, la españolidad de las comunidades privilegiadas. Nunca podremos
construir un modelo sostenible de España basado en la desigualdad más manifiesta. Un
ciudadano castellano soporta una presión fiscal varios puntos superior a la vasca o navarra,
y una empresa burgalesa que pague 6 millones de impuesto de sociedades, tributaría sólo
600.000 pesetas en Álava. Hechos como estos justifican la emigración, el abandono o que
nuestra comunidad siempre ocupe los puestos inferiores de la tabla en inversiones o
crecimiento del PIB.
El hecho diferencial castellano parece, por tanto, basarse en la carencia de una conciencia
que nos permita a los castellanos liberarnos de la humillación política, del agravio
económico y de la atonía cultural. Los castellanos no vamos en contra de nadie, pero,
como expresaban con fuerza recios y convencidos compatriotas en la década de los
setenta, «fueros sí, pero para todos». Produciría tristeza, de no ser por la ira que levanta, la
continua invocación del nacionalismo vasco al historicismo foral, para justificar los
privilegios de su Concierto Económico, al tiempo que rechazan esa misma argumentación
histórica para entender la indudable castellanía del Condado de Treviño.
Sólo cuando Castilla se dote de partidos propios, cuya obedencia sea exclusivamente
castellana, podremos soñar un futuro más justo para nuestra tierra. Un partido castellano
fuerte, obligaría al Estado Central a que no se ninguneara a Castilla en el Debate del Estado
de la Nación, donde se oyen todas las voces, salvo las del sufrido pueblo castellano, cuyos
representantes oficiales callan vergonzosa y sumisamente. Un partido castellano fuerte,
exigiría con firmeza y urgencia las inversiones en obras públicas, que el Estado lleva años
retrasando. Un partido castellano fuerte, plantería alternativas rigurosas para frenar el
colapso demográfico castellano y el exterminio del medio rural, los dos grandes cánceres
que aquejan las mesetas castellanas. Un partido castellano fuerte, obligaría a que las
sucursales que los centralistas mayoritarios tienen abiertas en esta tierra, actuaran con
cierta autonomía en defensa de los legítimos intereses de Castilla, y no como comparsas
adocenadas, que han vendido sus conciencias por un plato de lentejas. Tenemos sobradas
razones para estar orgullosos de ser castellanos, por ello no podemos permitir que nuestra
milenaria identidad cultural, sea arrojada a un polvoriento desván, cuando posee toda la
potencialidad necesaria para seguir haciendo valiosas aportaciones as la Humanidad.
Conservemos lo nuestro y creemos un nuevo futuro para nuestra tierra; y hagámoslo en
castellano.
Luis Marcos