Luis Marcos, Secretario General de Tierra Comunera participa en la VI ruta carreteril del Arlanza. Edición especial en conmemoración del V Centenario del sepelio de Felipe El Hermoso por la cuenca del Arlanza y de Juana I de Castilla.Con motivo del v centenario de esta efeméride la cabaña real de carreteros rememorará el trayecto que la reina Juana realizó con el rey Felipe, ya muerto por los pueblos de la cuenca del Arlanza entre Burgos y Torquemada en cuatro etapas. saliendo de la casa del cordón hasta la Cartuja de Miraflores, coincidiendo con la inauguración de la exposición que caja de Burgos va a realizar con motivo de esta efeméride.
Según la tradición oral descrita por D. Elias Rubio Marcos en su publicación Itinerario de una locura de amor del libro El año de la gripe y otros relatos burgaleses, así se recomienda esta ruta a todas aquellas personas con interés por nuestra historia y cultura, por la naturaleza, por compartir con vecinos y otras gentes y sobre todo para aquellas personas, que como Juana La Loca, necesiten una terapia contra las heridas de amor.
Acompañando a la esencia de Juana I de Castilla irán carros de bueyes y mulos serranos, que portarán una escultura en homenaje a la reina que soportó tal tragedia
Felipe I, mal llamado El Hermoso, no fue un buen Rey de Castilla. Tampoco fue un buen marido. Ni siquiera demostró inteligencia en los últimos minutos de su vida: bebió un vaso de agua helada después de jugar a pelota… y murió. Tenía 28 años, cinco hijos y otro en camino. Su mujer era Juana I, también mal llamada La Loca, segunda hija de los Reyes Católicos y casada con Felipe de Habsburgo a los 17 años por necesidades de Estado.
Nadie contó con que Juana acabaría enamorada hasta los huesos de Felipe, y que aquel amor era tan apasionado como no correspondido. Pero Doña Juana siguió amando a su marido hasta después de muerto, y bastó el deseo de Felipe de ser enterrado en Granada para que la Reina de Castilla iniciara un peregrinaje con el féretro que duró tres años (1506-1509). Un cortejo fúnebre, mitad real mitad leyenda, y de una reina no tan loca como políticos y gobernantes se empeñaron en demostrar.
Juana I de Castilla tenía 27 años y a la futura reina de Portugal, Catalina de Austria, en su vientre, cuando conoció la noticia de que su marido había muerto en Burgos. Corría el año 1506, pero entonces ya se hablaba de la locura de Doña Juana. Una locura a la que hubiera sido más correcto llamar desesperación e impotencia.
Los malos tratos de Felipe El Hermoso, sus continuas ausencias y constantes infidelidades influyeron en el comportamiento de la Reina. Los primeros años de su matrimonio, cuando aún estaban en Flandes, eran una sucesión de disgustos a causa de los celos. Comenzó a considerársela loca, pero, curiosamente, esto coincidía con las posibilidades de Doña Juana a la herencia hispana tras la muerte de sus hermanos.
Su marido, su padre, su hijo, el cardenal Cisneros… todos pusieron su grano de arena para que Doña Juana sacara lo peor de sí y diera el argumento demente que todos buscaban. El culmen de su locura se produjo aquel año de 1506. Felipe, su marido, fue trasladado ya cadáver a la Cartuja de Miraflores, muy cerca de Burgos. Y allí comenzó una leyenda convenientemente inspirada por los cronistas de su época, que escribían al servicio y en justificación de aquellos que le arrebataron la Corona y el Reino.
Sí es cierto que la Reina luchó por llevar el cadáver de su marido a Granada, tal y como él dejó dicho, y que se negaba a separarse del féretro por temor a que le impidiesen cumplir los deseos de Don Felipe, pero no lo son tanto las fábulas que se levantaron en torno al peregrinaje fúnebre.
La llegada de la peste a Burgos precipitó la salida de Doña Juana de esta ciudad, quien, como ya ha quedado dicho, previamente recoge los restos de su marido en Miraflores contra la opinión de los prelados. Pero irse de Burgos no iba a ser fácil, aunque lo consiguiera gracias a un certero golpe de mano aprovechando la confusión del momento.
Justo cuando se aflojó la custodia impuesta a Doña Juana, ésta pasa repentinamente a la acción. Ordena que todo lo que había venido de los Países Bajos debía desaparecer. ¡España para los españoles!, dicen que gritó, y añadió la negativa a entregar Castilla a su padre, Fernando El Católico, cuestión para la que llevaba meses luchando el cardenal Cisneros. Los Grandes quedaron perplejos. Los flamencos y los partidarios de Fernando, desconcertados.
Doña Juana se puso en camino sin Cisneros y, así lo cree ella, sin la turba de servidores y espías de su padre, para cumplir su sagrado deber y acompañar a Granada los restos mortales de su esposo, como era su última voluntad.
Pero volvamos a Burgos. Con una niebla cerrada, espesísima, aquella misma noche la comitiva llegaba a Cabia. La noche siguiente durmieron todos en la misma casa en que habían depositado los restos de Felipe. Y a la tercera jornada alcanzaron ya Torquemada.
Hasta la naturaleza parecía estar en contra de Juana. Al llegar a Torquemada no podía dar un pasó más, y tuvo que quedarse allí en espera de su inminente parto, el de su sexto hijo, Catalina. No habían pasado tres días cuando ya estaban allí casi todos los Grandes, con Cisneros a la cabeza. Aquel lugar, dejado de la mano de Dios, en un abrir y cerrar de ojos se convierte en una plaza de armas. Todo el despliegue de energía de la Reina había sido en vano. Doña Juana se encontraba de nuevo prisionera, como lo había estado en Burgos.
El país entero estaba pendiente del difícil alumbramiento que Doña Juana y, aunque tardó tiempo en reponerse, a finales de marzo su salud estaba lo bastante mejorada como para reemprender la marcha hacia Granada con los restos de su amado Don Felipe.
Texto de www.giarte.com y Nieves Concostrina.
INSCRIPCIÓN:
– Bar La Rueda. Quintanar de la Sierra.
– Sportia Fitness Center. C/ Vitoria, 103. Burgos.
– Fundación Oxígeno. c/ Santa Águeda, 2, 4º A. Burgos
– Por fax al 947.256.752 o correo-e: info@fundacionoxigeno.org
Si no es posible, al comienzo de la ruta (avisando antes al 947.256.752).