(El siguiente artículo ha sido copiado de la página:
www.uam.es/depaz/mendoza/mariapac.htm (Sección de enlaces)
El autor de dicho artículo José Luis García de Paz, no tiene ninguna vinculación con Tierra Comunera-Pnc)
María de Pacheco fue hija del primer Marqués de Mondéjar (y segundo Conde de Tendilla), llamado el «Gran Tendilla», y de Francisca Pacheco, hija de Juan de Pacheco, el turbulento primer Marqués de Villena. Escogió el apellido materno al tener dos hermanas de su mismo nombre, la mayor se casó con el soriano conde de Monteagudo y fue llamada «la santa» y hubo otra María de Mendoza hija natural de su padre en su segunda viudedad.
Se unieron en ella el carácter fuerte de los Mendoza y el de su abuelo materno. No hay exactitud en su fecha de nacimiento, pero se sabe que nació tras Antonio, el virrey, y antes de Bernardino. En la correspondencia de su padre editada por E. Meneses (1973) se habla de sus esponsales en 1511 indicando que «sólo tiene quince años pero esta muy desarrollada», lo que significaría que nació en Granada hacia 1496. Su madre murió ente 1504 y 1507, su padre en 1515.
De niña presenció en 1500 los acontecimientos de la primera sublevación morisca, pues estuvo con su madre y hermanos pequeños viviendo entre ellos en una casa del Albaicín como prueba dada por su padre del cumplimiento de los pactos acordados. Educada junto con otros de sus hermanos en el ambiente renacentista culto y tolerante de pequeña corte que había en la casa paterna (el conde no tenía reparo en vestir en su casa al estilo morisco y hay muchos detalles al respecto en sus cartas), María era docta en latín, griego, matemática, muy leída en la Sagrada Escritura y con conocimientos de letras e historia, «en extremo en la poesía». En carácter parece que María Pacheco congenió, sobretodo, con el menor de sus hermanos (de padre y madre) el poeta, embajador, e historiador Diego Hurtado de Mendoza.
Casi todos los libros cuentan que estuvo enfadada con su padre por firmar sus esponsales el 10 de noviembre de 1510 con Juan de Padilla, un noble toledano que ella consideraba de inferior rango, y que asimismo la obligaron a renunciar a cualquier pleito por la herencia paterna a cambio de una cuantiosa dote de cuatro millones y medio de maravedíes. No era un caso aislado esa obligada renuncia y la mujer era, generalmente, una moneda de cambio en las complicadas alianzas entre las casas nobiliarias. Ciertamente María era denominada en los escritos de la época como «Doña María Pacheco» mientras que su marido era simplemente «Juan de Padilla». La correspondencia del conde muestra otro aspecto.
Padilla era hijo del toledano Pedro López de Padilla y sobrino de Gutierre de Padilla, Comendador mayor de Calatrava, y el conde les pide a los tres que lleguen de noche para evitar que María se azare al verla Juan por primera vez a plena luz. La boda en Granada fue el lunes 18 de agosto de 1511 y el conde congenió muy bien con su yerno. Escribe el 11 de abril de 1513 en la Alhambra que «de aca no hay mas que decir sino quel señor mi hijo Juan de Padilla esta aquí, que le quiero mas que a los otros». De las prendas personales, nobleza y, desgraciadamente, indecisión de Juan de Padilla hay sobrados testimonios.
No debió ser tampoco mala al comienzo la relación del matrimonio con los Mendoza granadinos, pues la correspondencia de su hermano Luis Hurtado de Mendoza editada por E. Meneses indica que el matrimonio pasó unos dias en la Alhambra después de dar a luz María en 1516 a un niño que se llamará como su abuelo paterno. Padilla debía ser alcaide de alguna fortaleza granadina, hacia la zona de Alcalá la Real, al norte. Sospecho que fuera quizá Martos o Cazorla. Tenia ya fama de militar con los partidarios del infante Fernando, el leal hermano de Carlos V que se crió en Castilla y al que parte de la nobleza pensara poner en el trono. Luis intenta convencerle de que cese en su apoyo a Fernando y se ofrezca al servicio de Carlos. En todo el conflicto subsiguiente, gran parte del fracaso comunero en Andalucía se debió a la actitud resuelta del tercer marqués de Mondéjar Luis Hurtado de Mendoza quien llegó a mandar moriscos, que armo al efecto, para aumentar las tropas que empleó contra las comunidades en Andalucía.
El matrimonio se mudó a Toledo al suceder a su padre en 1518 en el cargo de Capitán de gentes de armas. Elliott en su «Imperial Spain» habla de las luchas en Toledo entre las facciones de Ayalas y Riberas (Silvas) y sus constantes cambios de poder y de alianzas en las turbulencias políticas de Castilla durante las regencias que sucedieron a la muerte de Isabel la católica. «Hernando de Avalos, cabecilla de los Ayala, halló un poderoso aliado en la persona de otro caballero de Toledo, Juan de Padilla, quien … era un hombre descontento y amargado que opinaba que había sido desestimado a la hora de repartir los favores y si bien era hombre difícilmente capaz de pasar de la indignación a la acción, su ambiciosa mujer María Pacheco no padecía semejantes inhibiciones. En noviembre de 1519 escribieron a los otros municipios… proponiendo una reunión de representantes municipales».
Quizá pueda no estarse de acuerdo totalmente con Elliott, pero había quejas ante la evidente rapacidad de los flamencos que acompañaron a Carlos tras su desembarco en 1517, quejas ante el injusto reparto de los cargos y prebendas (Padilla no obtuvo la tenencia de Peña de Martos (Jaén) que le hubiera debido corresponder a la muerte de su tío el Comendador), quejas por los excesivos fondos solicitados por Carlos para pagar su marcha a Alemania y una evidente situación injusta. Padilla se unió en 1519 a Avalos y a Lasso de la Vega, promotores de las protestas toledanas. El pueblo toledano impidió el 16 de abril de 1520 que Avalos y Padilla, regidores de Toledo, acudieran a Santiago llamados por Carlos, y esa fecha se considera el inicio del movimiento de las Comunidades de Castilla.
Dice Elliott el movimiento de los comuneros «era un movimiento contra un objetivo determinado y no por un objetivo determinado … por el mantenimiento de la antigua Castilla … la rebelión había sido provocada por el ataque a la independencia de las Cortes, y el deseo de los nobles de conservar esta independencia le dio, en parte, el carácter de un movimiento constitucional…». Indica que el movimiento inicial «no daba idea de la profundidad de los sentimientos que yacían bajo la revuelta ni la forma violenta que muy pronto iba a adoptar «… las quejas de los municipios «se veían aumentadas entre la masa del pueblo por otras quejas de tipo más general». Pero el incendio en agosto de 1520 de Medina del Campo por los imperiales, centro económico, provocó la indignación y avivo el levantamiento, que se transformo en las ciudades en una guerra civil entre enemigos tradicionales y poco a poco » estaba asumiendo muchos de los aspectos de una revolución social». «Los comuneros se iban haciendo cada vez mas antiaristocráticos en sus manifestaciones y actos … transformándose en una revolución social. Al adoptar este nuevo cariz, fue condenada al fracaso», pues la aristocracia se asustó y apoyó en bloque al bando imperial.
Domínguez Ortiz dice «hay predominio de factores políticos… los dirigentes, en gran proporción nobles y clérigos, solo habían pretendido defender sus privilegios … aunque Maravall y Pérez se inclinan por una interpretación «moderna» y en cierto modo democrática del movimiento comunero. Lo que dificulta su comprensión es su complejidad». El bando comunero era el de algunos conversos, el de los artesanos de Segovia, los burgueses de Medina del Campo, el bajo clero de Toledo, etc apoyados por gran parte del pueblo llano, en una «guerra civil» en la que un soldado, la noche antes de la batalla de Villalar, escribía a un primo que militaba en el bando opuesto que era la hora de luchar fuerte, pues «los que mañana vencieren, esos serían los leales». Militaron también en el bando comuneros algunos miembros de la baja nobleza y segundones.
En estos complejos años del levantamiento debemos mencionar que también había una gran inquietud religiosa, en Alemania Lutero comenzó su reforma quemando las bulas y en el reino de Toledo (y en lugares como Guadalajara, controlado por los Mendoza, o en Escalona dónde vivía el longevo marqués de Villena, tío de María) se desarrolló el iluminismo religioso, «los Alumbrados». Aunque la actividad urbana era grande y economía castellana se consideraba entonces floreciente por los historiadores, hubo una crisis agrícola en 1505, hambre en 1506 y gran peste en 1507. En 1518 hubo peste en Valladolid, en 1519 en Valencia y en 1524 en Sevilla y Córdoba. La industria textil toledana sufrió una fuerte recesión al levantar Carlos las medidas proteccionistas que perjudicaban a sus dominios flamencos.
Volviendo a María, ésta apoyó vehementemente en abril de 1520 que su pacífico y enamorado marido («Padre de la patria») fuera parte activa en Toledo del movimiento de las Comunidades, según algunos «por querer mandar en lo que no le venía por herencia», diciendo de Padilla Luis Vives que «fue él castigado del Rey por no haberlo sido él de su mujer». Hemos leído estos comentarios negativos hacia María y contaremos luego otros.
Padilla dijo en el concejo de Toledo que «jamás consentiré yo que la nobleza de Castilla y León sea hecha tributaria .. y yo estoy pronto a morir en defensa de nuestros derechos» Su padre le contestó que «tu has hablado como un noble digno de una estirpe como la tuya, pero mucho me temo que el rey nuestro señor ta ha de pagar malísimamente el servicio». Ese día muchos miembros del concejo y una gran multitud del pueblo acompañó a Padilla a su casa. Nótese en esta como en otras situaciones la diferencia entre los siglos XV y XXI.
Resumiendo muy brevemente la lucha castellana, Padilla acude con las milicias toledanas en auxilio de Segovia y fue nombrado el 29 de julio jefe de las tropas comuneras aunque luego debe ceder el mando a Pedro Girón, volviendo a Toledo. Este hecho prueba la falta de ambición (y por tanto, prueba la nobleza) de Padilla. Los comuneros intentan el apoyo de la reina Juana, madre de Carlos, sin éxito. Girón deserta en diciembre al bando real y Padilla regresa a Valladolid el 31 de diciembre de 1520 con un nuevo ejército toledano.
En el entorno familiar, en enero de 1521 muere Croy, arzobispo de Toledo, y el Cabildo toledano (en sus atribuciones de sede vacante) nombra adelantado de Cazorla (que dependía de Toledo) a Juan de Padilla, pero su cuñado Luis Hurtado ordena a los de Cazorla que no le admitan, guardando la fortaleza hasta septiembre
Tras los avatares sobradamente conocidos, en los que mencionaremos sólo la toma de Torrelobatón por Padilla el 28 de febrero de 1521 y los incomprensibles tres meses de espera en esta villa del ejército comunero, Padilla es derrotado y decapitado en Villalar el 24 de abril de 1521 junto con Juan Bravo y Francisco Maldonado. Fue con gran entereza al patíbulo, habiendo dejado antes escritas unas cartas a su esposa y a la ciudad de Toledo que merecen ser leídas.
En su ausencia María había gobernado sola Toledo hasta la llegada el 29 de marzo del obispo Acuña (más soldado que sacerdote), viéndose obligada a compartir con él el poder en la ciudad, aunque Acuña estaba siempre más preocupado en dirigir actividades militares. Al recibir las malas nuevas sobre Villalar, María cayó en el lecho y luego se vistió de luto y cubrió su cabeza con un capuz. Es entonces cuando María entra realmente en la historia como enérgico soporte de la última resistencia de las Comunidades de Castilla en Toledo, ocupando el Alcázar con sus fieles el 28 de abril y dirigiendo, primero desde su casa y luego desde allí, la resistencia al emperador, colocando tropas en las puertas toledanas, mandando traer la artillería desde Yepes, implantando contribuciones y nombrando capitanes de las tropas comuneras toledanas. Lasso de la Vega y Avalos se inclinaban por capitular, pero ella logró evitar la rendición. Incluso el obispo Acuña huye el 25 de mayo intentando llegar a Francia. Parte de la rivalidad con Acuña se debía a su intención de lograr la mitra toledana que María deseara para su hermano Francisco de Mendoza, que entonces estaba en Roma. Como se ve, la mitra era muy codiciada.
María llegaría a mantener la causa comunera nueve meses después de Villalar aunque el largo lapso que Toledo resistió se deba en parte a que el ejército real fue a Navarra para combatir la invasión francesa que comenzara el 10 de mayo, oportunidad que muchos ex-comuneros aprovecharon para lograr el perdón luchando contra Francia. Medina, Segovia, Valladolid y Burgos enviaron tropas a Navarra. María contactó con los franceses durante agosto de 1521.
Tras rendirse Madrid el 7 de mayo, solo resistía Toledo. El segundo Marqués de Villena Diego López Pacheco, tío de María, intentó inútilmente actuar de mediador entre los toledanos y las tropas reales, a finales de mayo. Desde al 15 de junio María Pacheco controló totalmente la situación en Toledo. Para mantener el orden María llegó a apuntar los cañones del Alcazar contra los toledanos y entrar el 6 de octubre en el Sagrario de la Catedral para, de rodillas, coger la plata que allí había para pagar a los soldados. Sandoval dice que en Toledo (tras la muerte de Padilla) iba enlutada por la calle, «para mover compasión traia a su hijo en una mula…». Con ira, mandó matar a los hermanos Aguirres, quienes se habían quedado los caudales que llevaban a Padilla. Sin embargo salvó al hijo del duque de Medinasidonia, prisionero de los comuneros durante el asedio, dándole la libertad a cambio su promesa de que, al llegar a filas reales, liberara algunos prisioneros toledanos.
Su hermano mayor Luis Hurtado de Mendoza, Marqués de Mondéjar, firme partidario y luego amigo de Carlos V, escribe al cardenal Adriano de Utrecht en junio de 1521 que la principal causa del fracaso que tuvo al intentar convencer a su hermana era «ser remediar la hacienda de sus hijos… y para hacer merced a mi y a los otros deudos mios que le hemos servido … suplico a vuestra señoría reverendísima que a mi se me haga merced de procurar que questo de la hacienda de sus hijos de mi hermana se provea». Como vemos, el hermano intentó salvarla, incluso suplicó, lo cual era difícil en los orgullosos Mendoza.
Mientras tanto las tropas reales al mando del Prior de San Juan siguieron su lucha contra los toledanos, con diversos combates sangrientos desde abril a agosto, hasta que se cercó Toledo. Aunque el bombardeo de Toledo empezó el 1 de septiembre, los toledanos realizaban salidas con distinto éxito para avituallarse. El 16 de octubre sufrieron una seria derrota frente a las tropas del Prior de San Juan en una de estas salidas, cundiendo el desánimo y favoreciendo la firma de una tregua favorable a los sublevados, el llamado armisticio de la Sisla, logrado gracias a la mediación del obispo de Bari. La cercanía del invierno y las dificultades monetarias en las tropas reales también influyeron en el acuerdo. El 25 de octubre de 1521 los comuneros evacuaron el Alcazar toledano aunque conservaron sus armas y el control parcial de la ciudad. De hecho María fortificó y artilló su casa.
No gustó este armisticio en la corte ni entre los gobernantes castellanos y, sólo aparentemente, convivían realistas y comuneros en paz en Toledo. En cuanto a la salud, María estaba «doliente y flaca», por su dificultad al caminar era llevada en silla de manos. En el convenio María logró permiso para trasladar los restos de su esposo a Toledo y conservar su herencia para su hijo, garantió el perdón a los toledanos y el mantenimiento de los privilegios y de la calificación de «muy leal» para la ciudad. Carlos V no confirmó el acuerdo alcanzado y las sospechas por esta actitud fueron en aumento.
Al celebrar los «realistas» en Toledo la elección del regente Cardenal Adriano de Utrech como papa, se produjeron disturbios aprovechados para pedir la rendición total en diciembre, así como de la entrega de María, por lo que los toledanos se alzaron el 3 de febrero de 1522, fracasando ante las tropas del prior de San Juan y el ex-comunero Juan de Zumel, ahora mas «realista» que ninguno. Gutierre López de Padilla (hermano menor de Juan de Padilla, fue partidario del emperador Carlos V) y María de Mendoza «la santa», condesa consorte de Monteagudo y hermana mayor de María Pacheco, lograron de los combatientes una tregua al acabar el día. Hay sospechas de que una hermana ayudó a huir a la otra con la ayuda de Gutierre López de Padilla y la connivencia incluso del Obispo de Bari. María Pacheco se fugó de noche disfrazada de aldeana. Pidió ayuda en el palacio de su tío el segundo marqués de Villena en Escalona (su tía la marquesa le envió una mula, trescientos ducados de oro y conservas para el camino) y logró llegar a Portugal. Anglería en sus cartas es el primero que menciona acerca de que «no se sabe hacia adonde escapó doña María con su hermana la condesa de Monteagudo. Se supone que fue a Portugal». De hecho el alcaide de Almazán (señorío de los condes de Monteagudo) le sirvió de guía.
Unos cronistas mencionan que huyo con su hijo de corta edad, otros no lo mencionan. Desconozco si María tuvo más de un hijo, los escritos mencionan «hijos» cuando la concordia de la Sisla en 1521, «hijo» en 1522 y luego nada. Ciertamente, cuando su madre huyó de Toledo, el niño Pedro López de Padilla fue llevado por el otro hermano de su padre, llamado asimismo Pero López de Padilla, a Alhama siendo cuidado por el regidor Alvaro Maldonado hasta su muerte por landre (unas bubas, posiblemente peste) en 1523. En 1526 Zumel (tras arrasar en Toledo la casa de Juan y María) logra del emperador una carta (por si las tornas cambian) para protegerse de la venganza de «los hermanos de Juan de Padilla e otras personas que le suceden o han de suceder al dicho mayorazgo de Pero Lopez de Padilla, padre de Juan de Padilla…» No se mencionan a los hijos.
Exceptuada en el perdón general del 1 de octubre de 1522 y condenada a muerte en rebeldía en 1524, María subsiste con dificultades. Juan III no hace caso de las peticiones de expulsión que le llegan desde Castilla, y tras tres meses de errar es ayudada por Diego de Sosa, arzobispo de Braga, y luego por el obispo de Oporto Pedro de Acosta. Vivió, delicada de salud, en la casa del dicho Pedro de Acosta que era el capellán mayor de la esposa de Carlos V, Isabel de Portugal. Su hermano menor Diego Hurtado de Mendoza (cronista, poeta y embajador de Carlos V) menciona en una carta que la visitó en Oporto antes de morir, y su familia intentó repetidamente lograr su perdón. Murió de un dolor de costado en marzo de 1531, fue enterrada en el altar de San Jeronimo (su padre tenía un monasterio jeronimo en Tendilla) de la catedral de Oporto y no le concedieron tras morir el traer su cuerpo junto al de su marido a Villalar, donde inicialmente estuvo enterrado. Cuenta un secretario que en Portugal tuvo, que durante su dolencia «cualquiera letrado (por «médico») que viniera a platicar con ella, había menester de venir bien apercibido, que en todo platicaba muy sotil e inteligentemente».
Respecto al perdón general de 28 de octubre de 1522, los 287 exceptuados del mismo y la severa represión, José Quevedo dijo que «tal vez me equivoque, más veo que perdono a los que no podía castigar sino degollando a ciudades enteras, proscribiendo a millones de familias y, en una palabra, convirtiendo a la España en un espantoso desierto cubierto de cadáveres». Los restos de Bravo y de Maldonado acabaron enterrados en Segovia y Salamanca, respectivamente, pero los de Padilla fueron trasladados «provisionalmente» al monasterio de La Mejorada (Olmedo) y nunca volvieron a Toledo.
Denostada de los siglos XVI a XVIII, María empezó a ser alabada por los liberales en el reinado de Isabel II. Ciertamente tuvo un fuerte carácter. Sus contemporáneos hablaron de ella admirativamente como «leona de Castilla», «brava hembra» y «centella de fuego» aunque también «era más propensa a los excesos que a la moderación». Intentaban explicar sus obras achacándoselas a la influencia de un demonio familiar o a las predicciones que recibió en Granada de una morisca sirvienta suya. El Padre Sandoval en su «Historia del emperador Carlos V» menciona por dos veces la curiosa profecía, pero en una dice que se lo predijeron unas hechiceras moriscas en Granada y en otra que se lo dijo una mora hechicera, que «le predijeron que su marido seria rey o cerca de ello». Por eso en la emotiva carta que Padilla le escribe antes de morir le habla de «no querría mas dilación en recibir la corona que espero». También Guevara menciona la «esclava hechicera» de doña María que «os ha dicho y afirmado que en breves días os llamarán señoría y a vuestro marido alteza». Antonio Martín Gamero en su «Historia de la Ciudad de Toledo» cuenta que «el pueblo la veneraba por ser buena esposa, solícita madre y esposa excelente». ¿Cómo era pues, realmente María Pacheco?.
No todos están de acuerdo en esta pintura del carácter de María (ya sabemos que la historia siempre la escriben los vencedores): su hermano Diego Hurtado de Mendoza escribió un epitafio, en claro desacuerdo con las opiniones anteriores:
Si preguntas mi nombre fue María
si mi tierra, Granada; mi apellido
de Pacheco y Mendoza, conocido
el uno y el otro más que el claro día
si mi vida, seguir a mi marido;
mi muerte en la opinión que él sostenía
España te dirá mi cualidad
que nunca niega España la verdad.
(en versión de A. González Palencia y E. Mele, 1941)
Como curiosidad citaremos que el comunero Juan Bravo era hijo de Gonzalo Bravo de Laguna, alcaide de Atienza, y de María de Mendoza, hija de Pedro de Mendoza y Enríquez «el fuerte», señor de Almazán y Monteagudo. Dicha María era hermanastra de Pedro González de Mendoza y Luna, primer conde de Monteagudo, y con Catalina y Antonio, hijos de este primer conde, se casaron Luis y María, hermanos de María Pacheco. Bravo («primo», pues, de María Pacheco) nació probablemente en Atienza hacia 1484 y se avecindó en Segovia en 1504, participando notablemente en la sublevación segoviana y muriendo decapitado con Padilla y Francisco Maldonado en Villalar. Casó primero con Catalina del Río hacia 1504 teniendo a Gonzalo Bravo de Mendoza, María de Mendoza y Luis Bravo de Mendoza del Rio, y luego casó con María Coronel en 1519 teniendo a Andrea Bravo de Mendoza y Juan Bravo de Mendoza y Coronel. El arbol genealógico indicando su nacimiento y sus descendientes segovianos, a partir de los «Expedientes de Nobleza», esta impreso por primera vez en el libro «Nobiliario de Segovia» de Jesús Larios Martín, CSIC (1956) tomo I , pag 262 (árbol en pag 310). Los datos fueron verificados por Luis Fernández en su biografía «Juan Bravo» (Segovia, 1981).