Hay una tierra, en las zonas montañosas del Sistema Ibérico y su entorno, a más de 1.000 metros de altitud, que hace 120 millones de años vio pasearse a los grandes dinosaurios del Mesozoico. Una tierra que -hace más de 2.000 años- habitaban orgullosos pueblos celtas, que durante dos décadas ofrecieron feroz resistencia a las otrora invencibles legiones del imperio Romano. Una tierra que, en la alta Edad Media, asistió a la presencia de repobladores que llenaron sus montes de necrópolis y templos mozárabes. Una tierra que observó, hace un millar de años, como en sus altozanos se erguían imponentes castillos desde los que se desarrollaba una larga y cruel guerra entre cristianos y musulmanes. Una tierra que observó en silencio el destierro del Cid y sus mesnadas camino de Valencia.
Hay una tierra, en la zona central del interior de la Península Ibérica, que hace quinientos años vio a las laboriosas gentes de sierras y altiplanos, arrancar las piedras de sus peñascos, extraer el hierro y el carbón de sus minas, cortar la madera de sus bosques y esquilar la lana de sus rebaños de merinas, para sostener un imperio donde no se ponía el sol, pero que nos empobreció tremendamente. Una tierra donde casi no existía la propiedad privada y todo lo que ofrecía, con esfuerzo, la naturaleza, se gestionaba de manera comunera. Una tierra, donde el Honrado Concejo de la Mesta o la Real Cabaña de Carreteros, ordenaban la explotación de los recursos que eran de todos.
Hay una tierra, en las zonas altas del Duero, del Tajo, del Júcar y del Jalón, que desde hace sesenta años, ve como sus jóvenes se marchan a las capitales, como sus pueblos se quedan vacíos, como los pocos viejos que se sientan en la plaza, hablan con añoranza de unos tiempos duros y sacrificados, pero también nobles y alegres, que saben que no volverán.
Hay una tierra pobre, vacía y olvidada, atravesada por un ferrocarril cerrado hace casi treinta años, que soñaba con unir el Cantábrico y el Mediterráneo, que ha visto en la gran pantalla, los duelos de Clint Eastwood bajo la Peña de Carazo, los paseos de Orson Welles por Calatañazor, al Doctor Zhivago por las estepas siberianas de… Navaleno, a unas exuberantes Claudia Cardinale y Brigitte Bardot en Barbadillo de Herreros, a los impasibles aerogeneradores de Mercedes Álvarez girando en el cielo de en Aldealseñor, o a los últimos gancheros de Alfredo Landa en Peralejos de las Truchas.
Esa tierra tiene una historia enorme, unas vivencias tremendas y un pasado sobrecogedor. Pero esta tierra y sus gentes se niegan a desaparecer, y en la Europa del siglo XXI reclama, asistida por toda la razón del mundo, un futuro digno.
Esa tierra tiene un nombre: la Serranía Celtibérica.
La investigación arqueológica ha permitido visibilizar la entidad de la Serranía Celtibérica. Con una extensión de 63.098 km2 (doble que Bélgica), tiene censada una población de 487.417 habitantes y una densidad de 7,72 hab por km2. De sus 1.263 municipios, 556 tienen menos de 100 habitantes, cuando en el resto de España hay 514. Presenta una situación de despoblación extrema, acentuada desde los años 60, momento en el que los polos de desarrollo se ubicaron en otros territorios, potenciando la emigración. No debe extrañar que en su seno hayan surgido los movimientos sociales más importantes de España: Teruel Existe, Soria Ya, La Otra Guadalajara, La Plataforma Cívica de Cuenca, Al Jiloca ya le Toca, etc.
Desde hace poco tiempo, la ADSC (Asociación para el Desarrollo de la Serranía Celtibérica), trabaja por conseguir adhesiones y por la difusión y desarrollo del Proyecto “Serranía Celtibérica” como fórmula para la regeneración de un territorio y de una población, de un espectacular espacio físico donde se hermanan, en torno al Moncayo, al San Millán, al Urbión, al Javalambre o al Peñarroya, Castilla y Aragón.
La Serranía Celtibérica comparte con la Zona Ártica de los Países Escandinavos la mayor despoblación de la Unión Europea. Pero su situación es más crítica que la de Laponia. Las extremas condiciones de frio de Laponia han dado lugar a que la población se concentre en los fiordos y existan medidas especiales para los habitantes de su interior. Sin embargo, la Serranía Celtibérica es un territorio desestructurado, sin cohesión interna, con un patrimonio degradado, con la mayor tasa de envejecimiento de la UE y con los índices de natalidad más bajos, por lo que está biológicamente muerta y condenada a su desaparición.
Desde la Baja Edad Media fue zona fronteriza entre los reinos de Castilla y Aragón. Esta condición de frontera ha perdurado, en cierto sentido, hasta la actualidad. La Serranía Cetibérica es zona interior y, a su vez, zona periférica de las Comunidades Autónomas de Aragón, Castilla La Mancha, Castilla y León, Comunidad Valenciana y La Rioja, en cuyas capitales residen los centros de poder político y económico.
Sin embargo, hace algo más de dos mil años la situación era muy distinta. La Celtiberia tenía una entidad cultural propia; y sus centros políticos y económicos estaban situados en las múltiples ciudades estado de su territorio. Una de ellas, Segeda, alcanzó el mayor tamaño del Norte de Hispania. Roma la trató como igual al declararle la guerra en el año 154 a.C., adelantó la elección de los cónsules del 15 de marzo al 1 de enero, motivo por el cual nuestro calendario comienza en esta fecha. Roma desplazó 30.000 hombres; los segedenses, aliándose con los numantinos, reclutaron 25.000; y el 23 de agosto, día de Vulcano, les derrotaron. Poco después, los romanos vencieron a los celtíberos; pero su avance fue lento: Numancia tardó veinte años en caer.
Ha llegado la hora de volver a unir nuestras fuerzas para detener el mayor proceso de despoblación de la Unión Europea. Quienes vivimos en la Serranía Celtibérica y nos resistimos a abandonarla pedimos:
Al Gobierno Español y a los Gobiernos Autónomos que reconozcan la peculiar entidad territorial de la Serranía Celtibérica. Que, ante su crítica situación, apliquen la discriminación positiva y tomen medidas efectivas, no paliativas, en materia económica, fiscal y de infraestructuras, y que anulen las “fronteras” educativas y sanitarias. Que los fondos que destinan en materia de despoblación y envejecimiento se inviertan de forma finalista en los territorios despoblados.
A la Unión Europea que, como Eurorregión poco poblada, tenga en cuenta su condición periférica y fronteriza y aplique las medidas legisladas en materia de montaña, ruralidad y despoblación. Que ubique en la Serranía Celtibérica el Centro de la UE de Documentación e Investigación del Desarrollo Rural
A la UNESCO que reconozca el Patrimonio Cultural de la Celtiberia como Patrimonio de la Humanidad (estuvo en su lista indicativa desde 1998 al 2006).
Necesitamos medidas efectivas de “repoblación”, que supongan la explotación sostenible de sus recursos, la promoción nacional e internacional de la riqueza potencial de la Serranía Celtibérica, de su patrimonio natural y cultural, de sus productos agroalimentarios, artesanales, gastronómicos y turísticos. ¡Y las necesitamos con extremada urgencia! Por qué no hay nada más triste y desolador, para la mayoría de nuestros municipios, que vivir en el vacío de sus calles en invierno, en la soledad de un pueblo sin niños, rodeado de casas que se van hundiendo, y a más de una hora de coche de cualquier servicio.
La Asociación para el Desarrollo de la Serranía Celtibérica cuenta con todo mi apoyo, y os pido a todos, particulares, Asociaciones, Entidades y Municipios que también se lo ofrezcáis.
http://www.celtiberica.es/