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Castilla nos une

Castilla nos une

El asalto a la razón. Luis Ocampo. Izquierda Castellana. (08/10/2003)

Vivimos tiempos duros para el ejercicio de la razón, imperan las consignas, la propaganda.
La utilización del sentido común, de los argumentos con bases objetivas, se convierte frecuentemente en un signo de “peligrosidad social”.
El largo período de pre y protofascismo en la Europa de los años veinte, se caracterizo desde el punto de vista intelectual, particularmente en el campo de la filosofía, por una progresiva apología de la irracionalidad como método de pensamiento.

El asalto a la razón fue una batalla que el fascismo tuvo que dar y ganar en el campo de las ideas, antes de conquistar la hegemonía social y política que alcanzó en Alemania, Italia, Croacia…

Pensar, analizar objetivamente los fenómenos sociales o la propia historia, paso a convertirse en algo mal visto, en algo notoriamente subversivo.
En el Estado Español, a pesar de que algunos conocidos pensadores, se integraron en el campo del protofascismo, la mayoría de la “inteligencia” estuvo en el campo de la Razón, es decir en el campo del antifascismo, ello fue una de las condiciones importantes, para que esa hegemonía socio-política del fascismo no se llegara a conseguir y el asalto al poder tuvieran que hacerlo manu militari, a diferencia de otros estados europeos.

De nuevo vivimos tiempos duros para el ejercicio de “la racionalidad”, pero en esta ocasión aquí, estamos en “la vanguardia”.
La consigna, la propaganda más burda, sustituye al análisis minimamente riguroso.Solo una praxis social y política derivada de una teoría basada en el análisis racional de la realidad, puede servir para el progreso del conjunto de la comunidad, lo contrario conduce simple y llanamente a más o menos largo plazo a el caos.

Frecuentemente los que se incorporan a esa deriva, están tan cegados por sus intereses particulares e inmediatos, que son incapaces de evaluar con realismo las consecuencias de los procesos que generan; y en cualquier caso infravaloran de forma muy obscena, los intereses objetivos de las mayorías sociales.

Estas consideraciones se están expresando con intensidad en el abordaje que se esta haciendo desde múltiples instancias del poder: político, económico, mediático… de la actual situación socio-política en el estado español.
El estado español, nos guste o no, es un estado plurinacional, las últimas elecciones municipales lo han puesto nuevamente de manifiesto y de forma muy clara. La expresión socio-electoral de Catalunya, Galiza, Euskadi o Aragón ha sido sustancialmente diferente de la castellana, y a su vez diferentes entre si.
Algunos sectores, los hegemónicos hoy, de la derecha española, se empeñan en negar esa evidencia; y no solo en negarla sino que a veces la criminalizan, pretendiendo tapar esa realidad objetiva con el manto de un nacional-chauvinismo trasnochado, aunque con una gran capacidad aún de manipulación, agudizando la tensión lógica que cualquier realidad plurinacional genera y poniendo seriamente en peligro a largo plazo, cualquier proyecto común de convivencia entre los diversos pueblos del Estado.

En el estado español, hay desde luego separatistas, pero también separadores, que son una fuente de retroalimentación para los primeros.
La derecha española y en general el bloque dominante español debería de extraer algunas lecciones de por lo menos dos acontecimientos históricos. La guerra de Cuba por su independencia y la desintegración de Yugoeslavia.
La corona española, no supo, no fue capaz de negociar en su momento un régimen de autogobierno suficiente, en consonancia con lo que defendían los republicanos y federalistas, con los sectores cubanos que estaban dispuestos a permanecer vinculados a las estructuras del estado español, a cambio de una autonomía económica y política suficiente que sirviera como instrumento para el desarrollo de la isla y permitiese su ubicación en el Nuevo Mundo que se estaba fraguando a partir de mediados del siglo XIX. Esa ceguera llevo a una confrontación total, y finalmente a la separación absoluta de Cuba. Una de las personas que influyó muy significativamente para que esa línea dura, “sin concesiones a los nacionalistas”; fuera llevada a la práctica, fue un tal Sr. Aznar, director del periódico La Marina de La Habana, representante de los intereses del patrioterismo más ciego, casualmente bisabuelo de Dn. Jose Maria Aznar, actual presidente del gobierno español.

En Canadá o en Australia, por poner un par de ejemplos, el jefe del Estado sigue siendo el titular de la corona británica.
La más reciente experiencia de la desintegración de Yugoeslavia, salvado todas las distancias, si nos desprendemos de la pereza intelectual a la que nos inducen, nos puede hacer reflexionar de cómo puede acabar un estado plurinacional si no se mantienen y actualizan todo un conjunto de equilibrios en las estructuras jurídico-políticas que permitan una convivencia en común, suficientemente aceptable para todas las partes. Y esta brevísima consideración general sobre Yugoslavia me lleva a reflexionar sobre un aspecto más particular de aquella realidad, el papel de Serbia en la construcción del estado Yugoeslavo moderno, en los años cuarenta y su papel en la liquidación de ese propio estado en los años noventa y algunos paralelismos con el papel de Castilla en el Estado español.

La lucha contra la invasión nazi-fascista del pueblo serbio, y su alianza con los sectores de otras comunidades yugoeslavas que apoyaban la resistencia, fueron los cimientos sobre los que se levanto el estado yugoslavo después de la II guerra mundial.
Serbia fue determinante en ese proceso, una Serbia convencida de su protagonismo en la construcción de ese estado, pero convencida también de que sin el reconocimiento cabal de los derechos de las otras comunidades, de los otros pueblos, ese proceso no llegaría a buen fin y por ello articularon una constitución federal /confederal.
El sistema funciono mientras esa voluntad de respetar los equilibrios y de buscar la unión fue hegemónica en Serbia.
Todo se vino abajo, cuando un nacionalismo chauvinista y sectario se impuso en los dirigentes Croatas, Eslovenos,… pero muy especialmente en los Serbios, a partir de ahí ningún proyecto común de convivencia era posible.
Castilla, tiene algunos paralelismos con Serbia, de nuestra actitud como pueblo, de nuestra capacidad para liderar un proyecto común, solidario y respetuoso con el conjunto de comunidades del Estado, para que las tensiones inevitables en cualquier realidad plural, se canalicen políticamente, democráticamente, y no se conviertan en conflictos de muy difícil solución.
Algunos quisieran, lo están induciendo de una forma descarada, que Castilla juegue el papel de la Serbia de los años noventa, con la esperanza, estarán convencidos de ello, que van a salir triunfantes del envite

Otros queremos que Castilla juegue el papel de la Serbia de los años cuarenta, es decir que seamos la vanguardia en la construcción de un sistema político, social y económico en el que todos los pueblos y sectores sociales no parasitarios, podamos convivir en igualdad y solidaridad, compartiendo un proyecto común.
Esa es a mi entender, una verdadera actitud patriótica, poner de verdad toda la carne en el asador para que eso sea posible, el patrioterismo, se distingue del verdadero patriotismo, por la debilidad e incluso la contradicción entre las proclamas y la práctica real. No es patriotismo subordinar los intereses del conjunto de nuestros pueblos y nuestros ciudadanos al proyecto Imperial a costa de saltarse la legalidad internacional.

El patrioterismo, no responde a los intereses colectivos y generales sino a los intereses de una minoría social, por cierto estrechamente vinculada a las tramas de especulación y corrupción cada día más evidente.

El verdadero patriotismo, es decir la defensa del común, ha estado tradicionalmente sustentado en Castilla y en general en el Estado Español en las clases populares, que históricamente pudieron comprobar como una buena parte de los grandes dignatarios les faltaba tiempo para la claudicación, por ejemplo en la llamada guerra de la Independencia.

Ese verdadero patriotismo popular no tiene ninguna contradicción, muy al contrario, con las legítimas aspiraciones de autogobierno de los diversos pueblos del estado.
Recuperemos la capacidad de analizar y de razonar, recuperemos la capacidad de critica y de resistencia al menos intelectual, aun estamos a tiempo.

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