Lejos de pretender hacer un análisis de la situación social o política que vivimos, ya que no soy ningún analista, si deseo compartir mi opinión personal sobre el castellanismo o des-castellanismo que vivimos.
Primero vamos a plantearnos una serie de preguntas que aparentemente poco tienen que ver con el tema:
De una forma o de otra, todos tenemos un sentimiento evidente y palpable de cercanía hacia el equipo de España y más de uno en algún momento se habrá puesto de mal humor por la actuación de este equipo de fútbol. Es decir, nos identificamos con España (otros no hubieran visto este partido). Creo que esto ni más ni menos es el meollo del sentimiento castellanista que la gran mayoría de la sociedad tiene. Podemos sentirnos de nuestra tierra (de Burgos, de Cuenca, de Valladolid, de Salamanca, etc.), pero inconscientemente nunca olvidamos el referente de España como país prospero, querido en el mundo entero, donde hace cuatro días se pasaba hambre.
Para la inmensa mayoría de los ciudadanos de Castilla y León, como para los de casi toda España, la palabra nacionalista es hoy un término peyorativo, mal sonante y que inmediatamente se relaciona con los vascos separatistas y el terrorismo de eta. Personalmente cuando eta asesina en nombre de la independencia y de la identidad de un pueblo, me siento cada vez más cercano a toda esa gente que no piensa como ellos, que desde su perspectiva de la vida no considera que haya que cambiar nada en el mapa político-administrativo del Estado, y que por ese motivo son perseguidos por los radicales. Entiendo que la violencia o las posturas extremas desacreditan a quien las impone y por lo tanto anulan sus objetivos.
Por ejemplo, cuando en el País Vasco hablan del Plan Ibarretxe, me embarga una sensación de desprecio del pueblo vasco (o de los políticos) hacia el resto de los ciudadanos del Estado, y sobre todo hacia Castilla, ya que es de aquí, de nuestra tierra, de donde se han nutrido y se nutren de energía, de mano de obra, de dinero para realizar sus inversiones, etc. Parece ser que somos los más tontos a los ojos de los políticos estatales, pero también a los ojos de los políticos y ciudadanos vascos, que desprecian su origen castellano, a pesar de veranear y visitar a los abuelos en todos y cada uno de los pueblos de Castilla y León.
Por todo esto y a pesar de sentirme castellano hasta la médula, cuando oigo la palabra nacionalismo me pitan un poco los oídos, por lo que no quiero ni imaginarme lo que sentirán aquellas personas con ideas diferentes y que son la mayoría. Posiblemente este sea también un argumento que favorece el crecimiento de un sentimiento castellanista, que se vayan y que nos dejen en paz, así abren el camino para separarnos también nosotros.
Es aquí entonces donde debemos empezar a trabajar, … en cambiar el discurso de Castilla una entera y comunera (que la gran mayoría de la gente no sabe ni lo que es), por el de Castilla y León o Castilla La Mancha, integrada donde está y como está, pero con mejor calidad de vida, más inversiones, más trabajo, más servicios, más dignidad, etc.
Cuando hablamos del futuro del castellanísmo hablamos del futuro de un sentimiento, del futuro de un amor y una dedicación que cada ciudadano tiene o debería tener para con su tierra, y este sentimiento no se puede imponer, no tiene siglas políticas, debe nacer en cada uno de nosotros, y aunque posiblemente está ahí, por algún motivo no se manifiesta en el día a día de cada persona.
Actualmente considero que se vive una doble sensación o sentimiento y pondré otro ejemplo para explicarlo: hace un par de semanas y durante cuatro días, cien personas paseábamos 30 km al día detrás de dos carros de bueyes ( castellanos, los carros y los bueyes, de raza autóctona), en los objetivos, mantener el recuerdo de un oficio, en los carros una bandera de Castilla y otra de Castilla y León, en los pueblos dulzainas y abuelos, en los caminos paisajes y pueblos casi abandonados, en el pensamiento una gran emoción por todo lo anterior ( tradición, naturaleza, gentes de todas las edades y ciudades, …) y en la conversación, esta tierra es maravillosa, hay que trabajar más por el medio rural, por las comunicaciones, por el empleo, por el medio ambiente; pero sin embargo, nadie hablaba bien del nacionalismo, del nacionalismo como ente separatista y desestructurador de una realidad por la que han luchado nuestros mayores y que se llama España.
Hay tantas cosas por las que trabajar en Castilla que se debería poner en el último lugar o casi desaparecer hasta nueva orden, todo aquello que haga referencia a nacionalismos, al autogobierno, a lo español como malo. Debemos ser mucho más listos y prácticos que todo esto. Que los vascos y catalanes reivindican su nación, que lo hagan, allá ellos, su realidad es muy diferente a la nuestra.
Y aquí viene la pregunta del millón, ¿cómo se va a lo práctico?, cómo podemos abrir los ojos de los castellanos y leoneses (castellano-manchegos, etc.).
No tengo ni idea.
Como nota, decir que cualquier acto que suene a castellanismo, a nacionalismo, a política pura y dura no engancha, sin embargo los eventos culturales de cualquier índole (cursos, seminarios, fiestas, teatro, etc.) son buenos cauces para ir imprimiendo el sentimiento castellanista, no importa si tenemos que organizar un concierto de Operación Triunfo o un campeonato de fútbol, lo que importa es atraer gente y que en ese concierto se incluya otro grupo de corte castellano o que durante ese campeonato de fútbol se realicen exhibiciones de corta de troncos (que todo el mundo cree que es un deporte vasco, a pesar de practicarse en Soria, Burgos, Segovia y otras zonas de tradición forestal).
No he querido profundizar en los problemas que la sociedad castellana tiene, sino dar un visión más dinámica del futuro del castellanismo, porque de eso se trata, del futuro, no del pasado, no de la historia de los comuneros, ni de las riquezas del mercado de la lana. Se trata del siglo XXI, de atraer empresas y empleo, de asentar la población rural, de conservar y potenciar nuestro patrimonio cultural y natural, de mejorar todos aquellos aspectos que sean necesarios, pero siempre desde lo práctico, lo constructivo, lo atractivo, no desde el ánimo quejumbroso y deprimente que en ocasiones nos envuelve y nos marchita.