Vuelve el 23 de abril y de nuevo los castellanos celebramos, unos más que otros, el Día de Castilla. Después de los últimos trágicos acontecimientos acaecidos en España todo lo que podamos decir sobre Castilla parece cosa provinciana y de poca sustancia, pero es necesario recordar un año más que nuestra tierra necesita un impulso que no termina nunca de llegar.
Segovia y Castilla se enfrentan otra vez, con el inicio de la nueva legislatura en el Parlamento Español, a la incertidumbre que supone para sus intereses no contar con una voz propia en Madrid. Nuestro peso político es insignificante en el conjunto del país y así lo atestigua el escaso interés que históricamente han tenido los gobiernos de España, ya sean de derechas o de izquierdas, por involucrarse en el desarrollo de esta tierra.
Las perspectivas que llegan con el nuevo gobierno socialista no distan demasiado de las ya conocidas hasta ahora; las comunidades autónomas periféricas, no solamente El País Vasco y Cataluña, volverán a ser las únicas que colmarán gran parte de sus aspiraciones incrementándose así la distancia entre éstas y Castilla y, el señor José Luis Rodríguez Zapatero pasará a ser uno más de la larga lista de políticos oriundos de nuestra comunidad que olvidará sus orígenes por razones de estado.
A está situación de eterna olvidada que parece corresponderle como papel recurrente siempre a Castilla a nivel estatal se añade otro inconveniente no menos preocupante: la existencia de un gobierno autonómico, el presidido por el señor Juan Vicente Herrera, que no pasa de ser un ejecutivo que se ve a sí mismo como un mero brazo administrador sin ninguna intención de elevar sus miras hacia retos más estimulantes. Así, el gobierno castellano y leonés tiene la autocomplaciente función de callar cuando el central es de su color político y servir de oposición a éste cuando el infortunio coloca a los socialistas en el Palacio de la Moncloa.
Alcanzar un nivel de conciencia regional suficiente, o que al menos esté al nivel del resto de comunidades autónomas españolas, parece no ser una necesidad imperiosa para el gobierno autonómico y la parálisis de la Fundación Villalar creada para este fin lo demuestra.
Este tozudo empeño desarticulador de evitar que la sociedad castellana sea consciente de sí misma tiene por objeto servir de contrapeso al poder nacionalista en España y alejar el embarazoso hecho de que pudiese reivindicar con argumentos democráticos un futuro mejor. Esta situación, además de hipotecar nuestro desarrollo presente y futuro, puede desembocar en el ámbito autonómico en suspicacias entre provincias y en tensiones territoriales, que sin duda protagonizará León, que podrán llegar a romper esta comunidad en dos en vísperas de reformas constitucionales.
Pese a que una mayoría de nuestros representantes políticos carecen de voluntad para cambiar el injusto presente que vive Castilla, tampoco podemos olvidar que como ciudadanos libres de una democracia somos depositarios del poder para cambiar las cosas si ese es realmente nuestro deseo, y por tanto, somos también responsables de tal situación. Hasta que esta anquilosada inercia de los políticos y de la sociedad no varíe, tendremos que seguir viendo como la festividad de Villalar no pasará de ser un día para hacer compras en Madrid, en el caso de Segovia, o una pequeña reseña institucional en los informativos de la televisión pública mientras el resto de la emisión estará consagrada al día de Sant Jordi.
Sirva pues, la memoria de los héroes comuneros y en especial la de Juan Bravo como símbolo de esa lucha pacífica y constante que parte de la sociedad castellana lleva a cabo anhelando un porvenir mejor para esta tierra y huyendo del sentimiento de nostalgia de lo que Castilla fue con la esperanza de despertar la conciencia de un pueblo que, las más de las veces, parece no reconocerse como tal.