Mucho es lo que se juega Tierra Comunera en las elecciones municipales y autonómicas del año próximo. Y no solo respecto de su futuro en el escenario político de Castilla y León, sino en la recuperación de su propia identidad y en la configuración de un proyecto serio, definido y sin fisuras. Su rápido e inesperado ascenso, en Burgos sobre todo, en los comicios celebrados en 1999 fue el preludio de una sentencia lapidaria: más dura será la caída. Y quizás habría sido mejor para la formación castellanista el ascenso más comedido y poder asentar un proyecto político que hubo de iniciar su desarrollo rápido y sometido, por mor de un pacto con formaciones con más experiencia a ataduras, que desembocó en catástrofe, primero y en tragedia después.
Los resultados de las elecciones de 2003 fueron un castigo de una dureza excesiva para los comuneros; pero así habría sido en el caso de que el crecimiento de Tierra Comunera-Partido Nacionalista Castellano (TC-PNC) se hubiera ajustado a unos parámetros normales. Quiero decir con esto que el castigo que tuvo el mismo grado que el premio de los resultados obtenidos en las urnas en los comicios de cuatro años antes. Aunque hay una diferencia sustancial entre ambas situaciones: el escenario político que surgió tras el plebiscito de 1999 se diseña a partir de una realidad falsa y, sobre todo, temporal. Cuatro años después, tanto la actuación de los partidos noveles que accedieron al Ayuntamiento de la capital burgalesa, como el propio reflujo sociopolítico de la ciudad, devolvieron las cosas a su sitio: el conservadurismo de la sociedad burgalesa se impuso tras una fase corta de equilibrio promovido por el hartazgo de más de veinte años de gobierno de la derecha. Una adelantada crónica rosa y un poco de tomate de andar por casa hicieron el resto.
Hay que reconocer que si bien a Acción Popular Burgalesa (APBI), la formación del empresario Juan Antonio Gallego y del inclasificable Álvaro Baeza, el descalabro le importó muy poco; a Tierra Comunera le amputó una buena parte de la ilusión y de la prestancia adquirida por esos cuatro años entre el gobierno y la oposición. Y tampoco es cuestión de reabrir el debate sobre la decisión de aceptar ser parte de un equipo de gobierno con el PSOE e Izquierda Unida; ni tampoco sobre la conveniencia de romper ese pacto y practicar un apolítica de desgaste frente a una roca como Ángel Olivares hasta que el mandato quedó finiquitado. Porque en realidad, de ese pasado han desacar sus propias enseñanzas los dirigentes de la formación nacionalista castellana. Aunque por lo visto hasta ahora, tampoco parece que la lección haya servido para algo. Porque Tierra Comunera desarrolla desde aquellas calendas de mal recuerdo una praxis pública que desemboca en anomia; es decir, en la ausencia de un control básico de su actividad que, si bien diseña un panorama de libertad total, convierte a la formación castellanista en un ente sin filtros donde casi todo y todos valen.
Y la sensación que se percibe desde fuera es que la formación que lidera Luís Marcos se halla inmersa en una carrera desbocada donde los obstáculos se derriban; ni siquiera de rodean, saltan o agujerean. Y hay algunas barreras muy duras. Esa anomia que se ha instalado en Tierra Comunera le lleva, por ejemplo, a buscar con ansiedad acuerdos con otras formaciones políticas locales que, en algunos casos, se sostienen por intereses espurios y, en otros, sus objetivos son igual de locales que sus miras. Aspirar a qu ese conforme una coalición de pequeños partidos políticos que se enfrentyen a los dos mastodontes de la región PP y PSOE- es una pretensión quizás loable desde esa libertad total que nace de la falta de normas, pero es una experiencia abocada al fracaso. Demasiados intereses y pocas posibilidades reales de lograrlas.
Porque, ¿quién asumirá el papel de Herodes para repartir y, sobre todo, templar gaitas cuando aparezcan los desencuentros y los conflictos de intereses o ideológicos? ¿Cuántos intereses comunes hay en Soria, en Zamora, en Burgos, en Palencia, en Salamanca, en Ávila, en Valladolid y en Segovia? ¿Y que espacio se reserva para León y las pretensiones de independencia de Castilla que propalan las formaciones de corte nacionalista? ¿Habrá acuerdos aparte con ellos? ¿Cómo se resuelven los conflictos políticos que se generen con la actividad diaria? Demasiado interrogantes para afrontar sus respuestas sin una reflexión profunda de la que dimanen unos criterios claros y, sobre todo, firmes para afrontar un día tras día que, durante cuatro años, es muy largo.
De esa anomia se deriva, por ejemplo, que un concejal de Tierra Comunera en al Ayuntamiento Aranda de Duero impulse y defienda tras obtener el apoyo de su socio mayoritario en el equipo de gobierno municipal, el PP- la instalación de una central térmica de ciclo combinado en el municipio. Después de enfrentarse a quienes se oponían a esa iniciativa partidos políticos de la oposición y grupos sociales- y, cuando los gastos social y político están hechos, llega la marcha atrás. ¿Han sopesado los dirigentes de Tierra Comunera las consecuencias de algunas decisiones que, cuando menos, se antojan erráticas? Y algo fundamental en ese periplo por diferentes provincias para ganar adeptos a la idea de una coalición regional: ¿Se comportará Tierra Comunera de la misma forma que en Aranda de Duero? Si cualquiera de las formaciones políticas locales contactadas por el partido nacionalista efectúa un mínimo análisis de situaciones de esas características obtendrá, a menos que estén muy ciegos, una conclusión que es poco halagüeña para conformar las bases de una colaboración seria en la que impere la confianza.
He defendido siempre la necesidad de que en el escenario político regional y por lo tanto, en el provincial- exista un partido nacionalista castellano que aporte una visión diferente de la política autonómica a las que nos ofrecen las tres grandes formaciones nacionales. Pero asentar un partido con ese espíritu se logra desde la paciencia, el análisis de las situaciones y de todas las posibilidades; también desde el estudio de los escenarios y, por encima de eso pero a partir de ello- de una práctica política que se forje sobre criterios claros y no volátiles; firmes pero con flexibilidad. Y también con la selección de nacionalistas castellanos de verdad. No todo ni todos sirven.