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Castilla nos une

Castilla nos une

Identidad ‘Leonesa’. (Noviembre 2013).. (11/11/2013)

Artículo de Opinión de Eduardo de Prado, responsable del PARTIDO CASTELLANO (PCAS-Cataluña) sobre «La identidad Leonesa».  El PARTIDO CASTELLANO (PCAS) no comparte necesariamente la totalidad de los contenidos publicados como artículos de opinión.

Cuando los visigodos en Hispania trasladaron la capitalidad de su reino de Barcelona a Toledo, ni los hispani (hispanos) perdieron su identidad, ni pasaron todos a denominarse o decirse ‘toledanos’. Ni siquiera ellos mismos, los visigodos hispanos, se percibirían a sí mismos como «reino de Toledo’ sino que es ésta una convención posterior de los historiadores (para entenderse, para entendernos) al referirse al Reino Visigodo de Hispania o Reino hispano-visigodo de Toledo, o sencillamente ‘Reino de Toledo’. El que finalizara en el año 711 con la invasión musulmana de España, -Hispania – desde África cuando ya Leovigildo y sobre todo Recaredo habían unificado y controlado el espacio de casi toda la Península Hispana, desde finales del siglo VII.

Cuando Alfonso III el Magno, rey de Asturias, o mejor dicho, rey del Reino Cristiano de Oviedo o con sede regia en la ciudad de Oviedo, en el último año de su vida trasladó la capital del reino a la ciudad de León, dicho reino no movió ni un palmo de territorio, ni lo ganó ni lo perdió, no lo agrandó ni lo empequeñeció. Ni cambió identidad alguna. Era el mismo Reino Cristiano del norte peninsular hispano, que pasó de ser el Reino de Oviedo (o de Asturias si quieren) a ser el Reino de León, solamente porque pasaba el rey a residir en León y por tanto se fijaba la sede en dicha ciudad de León. Convención del lenguaje para entendernos. Más que nada y también para historiadores posteriores a los hechos.
Entonces, en 910 y siguientes, ya había palabras para designar espacios extensivos geográficos distintos de la ciudad. Asturias, Cantabria (con extensión mucho más amplia que la Provincia de Santander/actual Comunidad Autónoma; Gallaecia que designaba antes todo lo que hoy es Asturias, Galicia, Provincia de León y Provincia de Zamora, al menos. En tiempos, Asturias meridional llegaría hasta Astorga (León); Cantabria meridional incluía y se extendía por tierras de la hoy Provincia de Burgos, Provincia de Palencia y Provincia de León al nordeste, riveras altas del Esla y del Cea y Picos de Europa (en la actual Provincia de León) con capitalidad en Riaño.

Cuando Alfonso III el Magno, repoblador de la ribera del Cea (León) rey de Asturias, o mejor dicho, rey del Reino Cristiano del Norte de Hispania, con sede o con sede regia en la ciudad de Oviedo, (o Reino de Oviedo) en los últimos años de su vida trasladó la capital del reino a la ciudad de León, para los historiadores actuales y de hace siglos todo el reino pasó a denominarse «Reino de León». Es posible que también para los contemporáneos allá por los años 910 y siguientes, pero no estamos hablado de cuestiones identitarias, sino de convenciones del lenguaje. Referirse al reino por la sede regia. Hoy España sería, según aquellos esquemas el Reino de Madrid (no de España).

El espacio geográfico de dicho Reino «de León», no tenia una palabra para designar dicho espacio geográfico extensivo que lo integraba, que no fuera el nombre de la ciudad que hacía de capital.

O mejor dicho, – desaparecida la latina ‘Gallaecia’, incluso habiendo desbordado el Reino el espacio que dicha palabra Gallaecia designaba – en verdad tenía varias palabras, a saber: Galicia, Asturias, Cantabria (en parte), más tarde Extremadura Leonesa o simplemente Extremadura. Varias palabras que, sin embargo, no lograban ni servían para designar todo el espacio geográfico del Reino.

En aquel contexto, ‘León’ designaba una ciudad, no un espacio geográfico extensivo. Y la expresión ‘Reino de León’ ni quitaba ni ponía identidad; simplemente designaba genéricamente todas las tierras, -comarcas diríamos hoy-, que controlaba el reino y el rey que dormía en la ciudad de León.

[En todo caso, añadiría yo, es la palabra «reino» la que podía tener un sentido geográfico extensivo -territorio- y no la palabra «Leon», que se refería únicamente a una urbe o ciudad concreta, la antes denominada Legio VIIª, Legio o León].

Por eso, muchos, entre ellos Jesús García Fernández en su libro CASTILLA (‘Entre la percepción del espacio y la tradición erudita’). Ed. Selecciones Austral. Espasa Calpe, 1985, se inclinan por afirmar que las tierras comarcales de la actual Provincia de León creada en 1833, entre 1230 (unidad definitiva de ambos reinos) y mediados del siglo XIX, y en muchos casos hasta hoy, las comarcas de la Provincia de León serán tenidas, por el nivel cultural más común en España, por pertenecientes al ámbito espacial de Castilla y Castilla la Vieja. Y que sólo de forma erudita e historicista se podía hacer de vez en cuando referencia a su inclusión antigua en el llamado Reino de León entre 910 y 1037 en que finaliza la Casa Astur-Leonesa, al morir el rey Bermudo III ‘de León’.

Dicho de otra manera, El Reino «de León», descontados los espacios con designación geográfica amplia a él pertenecientes (Galicia, Asturias, Extremadura, Cantabria -en parte- y norte de Portugal hasta su separación), estaba – y ese mismo espacio lo está hoy – compuesto y formado por comarcas de gran ‘personalidad’ propia y rasgos diferenciados. Y la única palabra geográfica extensiva para designarlas que no sea el nombre de una ciudad, (para más señas capital del Reino por un tiempo) es la palabra «Castilla», o si se quiere Castilla la Vieja.

Y ocurre hoy mismo: que las tierras ‘provinciales’ (nuevamente convenciones del lenguaje, para entendernos) de León, participan al norte de lo astur o asturiano, al oeste de lo gallego, al nordeste de los cántabro. ¿Y el resto? ¿Deberán todas esas comarcas referirse a la capital provincial, sin denominación geográfica extensiva, que supere la atomización comarcal? Y por tanto ¿todas ‘leonesas’?

Así: Ancares, Babia, la Bañeza, el Bierzo, la Cabrera, Cea, T. de Campos, T. de León, Maragatos, la Montaña o Montañas, Omañas, los Oteros, Páramos, etc.

Y ¿si ponemos la capital provincial en Cisterna, Sahagún de Campos, Astorga, la Bañeza, o Valencia Don Juan?

Tanto si lo referimos a dichas comarcas arriba mencionadas (El Bierzo, Maragatos, La Cabrera, la Montaña, Páramos, Tierra de Campos, etc.) como si lo referimos también a las provincias creadas mucho más tarde de 1230 (en 1833 por Javier de Burgos) ‘de Zamora’ ‘de Salamanca’, ‘de Valladolid’, ‘de Palencia’, lo que tenemos es que a ese mismo espacio se le ha solido denominar indistintamente con dos palabras, a saber: «León» y «Castilla» o ‘Castilla la Vieja’.

Descodificar el problema de la identidad de lo leonés consiste, en mi criterio, en llegar a la conclusión intelectual – tras análisis y estudios dedicados a desentrañar el problema, para clarificarlo, y no con poca recurrencia a la lógica y al sentido común desapasionado, y con dedicación a ello con perseverancia -, que el problema estriba y se halla en buena medida en un equivoco lingüístico-conceptual.

Consiste, fundamentalmente, amén de otras consideraciones menores, en que al mismo espacio geográfico lo denominamos con dos palabras diferentes: la una que es el nombre de una ciudad -que fue la capital del reino al que esas comarcas y provincias pertenecieron- «León»-; y la otra de designación espacial geográfica extensiva, que si bien nace en un condado dependiente del Reino de León, -esto se suele obviar por los ‘castellanistas’ cerrados y excluyentes-, y que luego se afianzó como reino diferente y separado. Y que esta última palabra, con el tiempo se extendió a todo el espacio de referencia, y que es justamente «Castilla».

Denominamos, designamos, con dos palabras diferentes al mismo espacio geográfico. A la misma cosa.

A ello le añadamos el ‘mito’ ancestral, arcaico, y hasta cierto punto ‘elemental’, -no científico, digamos caritativamente-, de que el nombre otorgaría propiedades específicas y sustancia diferenciada a la cosa, según cual sea. Y le daría y quitaría identidades. Como los pueblos prehistóricos y primitivos y las tribus, que creían dominar el espíritu de la terrible fiera, llevando su diente como amuleto, portando su pelo o cabello o diciendo su nombre.

Cuando se afirma que castellanizamos a esas provincias del antiguo Reino «de León», con solo llamarles ‘Castilla’ o ‘Castilla la Vieja’, palabras que no son el nombre concreto de una ciudad sino geográfico-espaciales extensivas, se cae, caemos en la misma falacia que si aseverásemos que, si bien dicha sacrosanta Identidad provincial o comarcal (que es la que realmente existe allí, porque en una Pronvincia lo único que se hace e hizo el legislador fue ponerle una sede o capital administrativa en una ciudad más o menos céntrica respecto a todas, para todas ellas; y no debemos ignorar que ese acto administrativo desde arriba, no crea ni quita identidades) al denominarla Castilla la Vieja quedaría ‘castellanizada’, si a esa realidad -que no cambiamos en nada-, y que allí sigue y seguirá, la denominamos Castilla. Pero, en cambio, si le decimos León entonces estaríamos salvando su folclore, idiosincrasia, cultura, y sabe Dios cuanta cosa mas.

Se cae en una falacia, pero también en algo peor: nos tomamos los unos a los otros por ‘tontos’. O nos aliamos todos a la conjura de todas las ignorancias juntas. Que también pudiera ser.

Nada se castellaniza en los pueblos de la llamada ‘región leonesa’ si no se cambian sus costumbres, tradiciones, romerías, juegos de bolos, deportes ancestrales, modos de vida, folclore, desfile de pendones, alimentación, hablas y culturas en general, que sean leoneses o ‘de León’ y que estén en tierras que fueron del antiguo reino de León entre 910 y 1037, o bien porque Javier de Burgos las integró en la Provincia que fijó la capital en la urbe de León. Y por tanto, que pueden perfectamente haber sido incluidas a lo largo de los siglos, como sostienen muchos y ya he citado alguos, como parte de la percepción del espacio en el sentido amplio, que identificamos como de Castilla, y luego de Castilla la Vieja. Y esto mismo sirve, aumentado, para las comarcas «leonesas» de las Provincias con capital en Zamora, en Salamanca, en Valladolid y en Palencia.

Castilla, quiero decir ahora Castilla la Vieja, incluye tierras, comarcas, provincias si se me permite, cuyas tierras pertenecieron las unas al antiguo Reino ‘de León’ y las otra al antiguo condado de Castilla, luego convertido en Reino de Castilla. Y todas, a la luego más tarde, tras el año 1230, a la denominada genéricamente Corona de Castilla, que abarca ambos reinos.

Es ese sentido, todas son castellanas y algunas, además, son castellano-leonesas, porque la historia avanzó y no se detiene. Y si no, que se lo pregunten a Fernando III el Santo.

Que el Bierzo, Maragatos o Maragatería, la Montaña, sean leonesas nos puede indicar dos cosas y de hecho lo hace. La primera, que un día penitenciaron al Reino de León (pero no olvidemos que en la misma situación están las tierras de Galicia, Asturias, norte de Portugal, Extremadura, Cantabria… incluso de la mismísima Castilla: condado Castellano inicial); y la segunda, que hoy continúan asignadas a la Provincia que tiene capital en la ciudad de León.

Cabría que preguntásemos: si mañana fijásemos la capital de la provincia en Ponferrada, pasarían todas a ser ‘Tierras Ponferradinas’? Y si en Astorga, ‘Tierras Astorganas’?. Y pasarían a ser todas ‘Tierra de Campos’ si ponemos la capital provincial en Sahagún de Campos? O comarcas y ‘Tierras de Esla-Montaña’, si la capital la pusiéramos en Cistierna?
No. Claro que no.

León es una ciudad española, y desde 1833 es la ciudad española a la que le asignaron una serie de comarcas, al fijar en la urbe leonesa -ella sí, plenamente leonesa- la capital de una provincia según la división administrativa de Javier de Burgos. Y que desde entonces, por pereza mental o por comodidad y para simplificar, denominamos ‘leonesas’ o ‘de León’. Cuado en realidad debiéramos decir de la Provincia de León para dar a entender que a esa Provincia fueron asignadas.

(Por mucho que se empeñen el RTVE, TVE-1 y las otras, cuando muere un minero en Fabero, en Pola de Gordón, en Cisterna, en Taranilla, en Bembibre, o en Prado de la Guzpeña, no mueren ‘en León’, como torpemente insisten una y otra vez los medios, con periodistas provenientes de la LOGSE. Lo hacen, mueren en la mina, en Fabero, Pola de Gordón, Cisterna, Taranilla, Bembibre, o Prado de la Guzpeña. Como si otros, exactamente igual, lo hacen en Velilla del Carrión, Cervera o Guardo, que no fallecen en ‘Palencia’. Y roguemos a Dios porque sean cada vez menos los que mueran así).

Empecé a tomar interés en estos temas cuando desde un cierto leonesismo mío panleonesista (publicado está en una Tribuna de ‘Diario de León’ hace más de dos décadas (gracias director Francisco José Martínez Carrión), panleonesismo de León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia no anticastellano), e investigando en profundidad, descubrí que algunos prohombres antiguos de mi tierra, y que llevaban mi mismo apellido DE PRADO, aunque no necesariamente sea yo descendiente directo suyo, -que no-, los Marqueses de Prado, de León, tenían a gala presumir como uno de sus títulos queridos, entre otros, del de ‘Capitán de las Guardas de Castilla’. Algo así como los Mossos d’Equadra catalanes y los Hertzianas vascos, pero en rural ¿verdad? En Castilla.

En mi tierra, pueblos de Cea y Esla, Montaña de Riaño, oí muchas veces autoidentificarse indistintamente con expresiones tales como «aquí en León (provincia)» o «aquí en Castilla» a los ancestros. Recuerdo que mi propia madre Victorina Álvarez, campesina ella con alguno de sus antepasados cultivado en la Universidad de Salamanca, solía utilizar una expresión, admonición o consejo para ayudar a los hijos a hablar bien, y decía: «hay que hablar castellanamente». Se lo escuché decir varias veces. Los pueblos del Reino leonés abandonaron voluntariamente -uno de los pocos casos en la historia, me enseñaron en la Universidad, en que un reino dominante adopta la lengua de un condado inferior – el idioma o lengua ‘leonesa’ y sus dialectos, y abrazaron el castellano con infinito amor, al que consideraban más útil y elaborado.

Y ciertamente con éxito inmenso en escritores novelistas, poetas, teólogos, etc. A las pruebas me remito.

Concluyamos:

Es fundamental darse cuenta, después de todo lo expuesto aquí, que denominamos, designamos así, con dos palabras diferentes al mismo espacio geográfico. A la misma cosa.
Y es importante desmitificar. El nombre no hace la cosa. Y nombrada de una y otra manera, no se le transmiten esencias ni se le priva de identidades, alternativamente, sean las que sean y tengan las que tengan.

Descodificar la identidad de lo leonés consiste en mi criterio en llegar a la conclusión intelectual -tras análisis y estudios dedicados a desentrañar el problema, para clarificarlo, y no con poca recurrencia a la lógica y al sentido común desapasionado, y con dedicación a ello con perseverancia-, que el problema estriba y consiste en buena medida en un equivoco lingüístico-conceptual. Que se va embrollando y enmarañando poco a poco.

Consiste fundamentalmente, amén de otras consideraciones menores, en que al mismo espacio geográfico lo denominamos con dos palabras diferentes: la una, que es el nombre de una ciudad -que fue primero la capital del reino al que esas comarcas y provincias pertenecieron- «León»-; y la otra, de siglos más tarde, y que es palabra o nombre de denominación geográfica espacial extensiva, que si bien nace en un Condado dependiente del Reino de León, -esto se suele obviar por los ‘castellanistas’ cerrados, esencialistas y excluyentes, decía yo-, luego se afianzará como Reino diferente y separado, y que con el tiempo se extendería a todo el espacio de referencia y lo abarcó, y que es «Castilla la Vieja» o Castilla.

 

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