El impulso regionalista de estas tierras hunde sus raíces en el siglo XIX. Uno de sus primeros formuladores fue el profesor y escritor Ricardo Macías Picavea, destacado regeneracionista, el cual, en su libro «El problema nacional», definía al regionalismo como «la aspiración de las naturales regiones españolas a constituirse en órganos de la vida nacional, ya social, ya políticamente, gobernándose con autonomía». El regionalismo floreció en tierras castellanas encauzado ante todo por la vía de la exaltación de su patrimonio histórico-artístico y de sus valores culturales. Desempeñaron un papel muy importante los juegos Florales, los Ateneos, en particular el de Valladolid, la Sociedad Castellana de Excursiones, nacida en 1903 y la Sociedad de Estudios Castellanos, constituida en 1914. Al mismo tiempo surgía un regionalismo de índole económica, que tenía como principal finalidad la protección de los intereses agrarios de Castilla y León. Su más destacado portavoz fue el periódico de Valladolid El Norte de Castilla.
El regionalismo tuvo también una indudable proyección política con personajes como Antonio Royo Villanova o Santiago Alba. Las conquistas que lograban los catalanes en materia de autogobierno servían para despertar del letargo en que se encontraban los políticos de Castilla. Así sucedió en 1918 con la constitución de la Mancomunidad de Cataluña. El «Mensaje de Castilla», texto firmado el día 2 de diciembre de 1918 por los presidentes de las diecisiete Diputaciones castellanas reunidos en la ciudad de Burgos, fue una réplica a la constitución de la Mancomunidad de Cataluña. Paralelamente se celebró en la ciudad del Arlanzón una gran manifestación de apoyo popular, considerado como una expresión del denominado «regionalismo sano». Madrid, a través de su Diputación Provincial, previo acuerdo con las Diputaciones que se habían reunido en Burgos, propuso la Mancomunidad Castellana, formada por Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, aunque no se llegó a formar administrativamente.
Entre los años 1918 y 1919 se edita en Toledo la revista Castilla, dirigida por Santiago Camarasa y que, con corresponsales en todas las provincias de Castilla, pretendió ofrecer a todos los castellanos un verdadero altavoz desde el que gritar a favor de Castilla, desde donde lograr su resurgimiento, bajo un lema bien elocuente Todo por y para Castilla.
En el año 1936 se dan las circunstancias políticas idóneas para llevar adelante el anhelo regionalista, y así, en mayo hay un acuerdo para el nombramiento de una Comisión de enlace que realice los estudios previos y encauce el movimiento, para luego extenderlo a otras provincias de idénticos anhelos e iguales aspiraciones. Uno de los inspiradores estas labores fue el médico, oriundo de Tablada de Rudrón, Misael Bañuelos. La consecución del «Estatuto Castellano», queda truncado por los acontecimientos de la Guerra Civil, por lo que podemos afirmar que de no haber, surgido aquella circunstancia histórica, desfavorable en todos los sentidos, es muy probable que en septiembre u octubre de 1936 hubiéramos contado con un «Estatuto Castellano», para las once provincias de la Castilla Norte, en el que se incluía una invitación a las seis provincias del sur de Castilla a hacer lo propio.
Durante la dictadura franquista Castilla fue empobrecida aún más, soportando una sangría migratoria sin igual en su historia, mientras, se trataba de imponer una subcultura pseudocastellana a los pueblos periféricos, que, aunque en numerosos casos salieron económicamente beneficiados del desarrollo franquista, debido a su opresión nacional, generaron fuertes sentimientos anticastellanos, frente a lo que ellos interpretaban como colonización cultural.
Para reencontrarnos con las reivindicaciones castellanistas deberemos avanzar hasta el último cuarto de siglo, ya que a medida que se debilitaba el régimen franquista crecían en todo el Estado español las demandas en pro de la recuperación de las libertades democráticas, pero también se pedía, en el caso de las llamadas «nacionalidades históricas», la restauración de la autonomía perdida en la guerra civil. Descentralización, autonomismo, o incluso federalismo, eran voces que volvían a oírse, a mediados de la década de los setenta, por todos los rincones.
Los núcleos más consistentes del regionalismo de los años setenta se articularon básicamente en tomo a dos entidades, la Alianza Regional de Castilla y León y el Instituto Regional Castellano-Leonés. La Alianza ponía especial énfasis en la necesidad de evitar discriminaciones para la región castellanoleonesa, lo que significaba que colocaba al agravio comparativo como principal banderín de enganche de sus reivindicaciones como así lo recoge el libro del profesor Martínez Diez «Fueros sí, pero para todos», que se publicó en el año 1976. El Instituto, por su parte, señalaba cómo el centralismo había sido perjudicial para Castilla-León, particularmente en la poca franquista. Para salir del pozo en que estaba sumida, se pensaba en el seno del Instituto, la Comunidad debía lograr su propia autonomía, aunque dentro de un marco de solidaridad entre los diversos pueblos de España.
También surgieron grupos que propugnaban la idea de la «Gran Castilla» de las diecisiete provincias, heredera del proyecto de «Pacto Federal Castellano» del año 1869. El primer paso en el despliegue de la voluntad castellanista, por más que tuviera simplemente un carácter simbólico, puede verse en la concentración efectuada el 23 de abril de 1976, para conmemorar la derrota de los comuneros en la localidad vallisoletana de Villalar. Como el acto no había sido autorizado por el Ministerio del Interior, dirigido por Manuel Fraga, los concentrados en Villalar fueron disueltos por la Guardia Civil. En los dos años siguientes, 1977 y 1978, por el contrario, Villalar fue el escenario de magnas concentraciones populares, que contaron con la debida autorización. En 1977 estuvieron presentes en Villalar unas 20.000 personas y en la de 1978 se calcula que 200.000 personas.
A raíz de la celebración, en junio de 1977, de las primeras elecciones libres que tenían lugar en el Estado español desde el levantamiento militar contra la República en el 36, el impulso autonómico cobró nuevos vuelos. Ello obedecía a que el gobierno triunfante en las elecciones citadas manifestó desde el primer momento que uno de sus objetivos preferentes era desarrollar la institucionalización de las autonomías regionales. A partir de aquí la historia es más conocida, Castilla queda dividida en cinco comunidades autónomas y no se la reconoce la nacionalidad histórica y los derechos inherentes a ello. Fruto de este desencanto surgirán a mediados de los años 80 diversas organizaciones culturales, sociales y políticas, entre las que destaca Tierra Comunera – Partido Nacionalista Castellano, partido político que se define como nacionalista, comunero, progresista y ecologista.
Ricardo Macías Picavea (1846-1899)
Político vallisoletano nacido en Santoña y que fue uno de los principales representantes del movimiento regeneracionista del siglo XIX. En 1881 fundó La Libertad, órgano del Partido Republicano Progresista de Valladolid, con tres ideas claves: democracia progresista, civilización moderna y república. Propugno el regionalismo como punto de partida de la regeneración nacional, que en el Caso de Castilla debía centrarse en los problemas que atañen a la agricultura y a la sociedad castellana. Para Picavea solo los agricultores castellanos podían ser los agentes de su propia resurrección como colectividad social, proponiendo incluso medidas de desobediencia civil. En 1891 fue elegido concejal del Ayuntamiento de Valladolid, puesto que abandono voluntariamente en 1895 en reacción a lo que el llamo acomodamiento del republicanismo a la Restauración. En 1899 escribió El problema nacional donde defiende que todas las comunidades humanas tiene que poder desarrollar de manera efectiva una vida colectiva digna y activa dentro del Estado del que formen parte; y si no puede ser así, tienen derecho a seguir su propio camino, solos o en conjunción con otras comunidades.