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Castilla nos une

Castilla nos une

5.4.- Ermitas, iglesias, catedrales y monasterios.. TC-PNC. (24/10/2001)

La Iglesia como institución no escapa a los acontecimientos históricos, y va a jugar un papel muy importante en la configuración inicial de Castilla, en la alta Edad Media, y en su posterior expansión. No puede olvidarse que uno de los grandes objetivos de la denominada Reconquista era el combate frente al Islam, y posteriormente, la defensa y extensión de la fe sirvieron para justificar, tanto la conquista de América, como la participación de Castilla en las guerras de religión europeas, al servicio de los intereses dinásticos de Austrias y Borbones.

En los albores de la Edad Media, la religiosidad se materializa en pequeños cenobios monacales, al tiempo que se desarrollan algunos fenómenos de eremitismo en los rincones montañosos de la Sierra de La Demanda y en los Montes de León. Determinadas fundaciones religiosas contribuyen inicialmente al proceso de la repoblación. En la Alta Edad Media, los personajes eclesiásticos y las comunidades religiosas son utilizados por el poder civil como instrumentos y soportes de su política, pagando igual que cualquier otro vasallo; es frecuente que pequeñas iglesias y monasterios, ante la inseguridad de la época, busquen protección encomendándose a nobles poderosos, que acabarán determinando la vida interna de las comunidades, situación que cambiará radicalmente con la extensión el siglo X de la reforma cluniacense.

La sede episcopal de Valpuesta juega un enorme papel en la Castilla primigenia, y quizás en el propio nacimiento de la lengua castellana. Entre las expresiones más importantes del primer monacato en Castilla cabe citar los cenobios de los Santos Facundo y Primitivo (Sahagún), San Pedro de Eslonza, San Miguel de Escalada, San Pedro de Montes, Santos Justo y Pastor de Ardón, San Juan de Vega del Esla, Santiago de León, San Dictino de Astorga, Santos Emeterio y Celedonio de Taranco, San Martín de Siero, San Pedro de Pedroso, San pedro de Cardeña, San Pedro de Arlanza, San Millán de la Cogolla, San Sebastián de Silos, Santa María de Nájera, San Pedro de Berlanga, Santa María de Retortillo, Santos Cosme y Damián de Covarrubias, San Quirce de los Ausines, Santa Eufemia de Cozuelos, San Román de Entrepeñas, San Pedro de Tejada, Santa María de Cillaperlata, San Juan de Orbañanos, San Salvador de Oña, San Isidro de Dueñas, San Salvador de Tábara, San Martín de Castañeda, Santa María de Cárdaba o San Mamés de Ura.

La consolidación del Camino de Santiago como itinerario espiritual en la Edad Media, posibilitará una clara vinculación entre lo que ocurría en la Castilla medieval y la Europa de la época. Numerosas corrientes artísticas, actividades económicas y artesanales, así como inmigraciones, francas fundamentalmente, deben su razón de ser a esta ruta jacobina.

Con indudable retraso a su desarrollo en la Europa central, llegará a Castilla el arte románico, que tuvo en la pintura, la escultura y sobre todo la arquitectura religiosa sus mejores exponentes. Así, asistimos durante los siglos XI y XII a la proliferación de esta nueva norma, que arrasa en su práctica totalidad a un estilo mozárabe y prerrománico, tosco y primitivo, pero que se identificaba bien con los primeros momentos de la nación castellana. Catedrales y monasterios románicos cubren la geografía castellana hasta los albores del siglo XIII, mientras que, con profusión, en los pueblos y caseríos, se desarrolla un románico rural, de dimensiones menores, del cual cabe destacar el conjunto formado en la montaña palentina, que aún hoy constituye la mayor concentración mundial de este estilo.

Tras la reforma de la Iglesia y de la Cristiandad iniciada por los cluniacenses, más aparente que real, se alza la exigencia de una vuelta al ideal evangélico que preconiza la comunidad cisterciense, creada en 1098 por Roberto de Molesmes, que pronto llegará a Castilla, apareciendo en el siglo XII numerosas fundaciones, situadas en zonas abandonadas o fronterizas (Sacramenia, Moreruela, Valparaíso, Carracedo, San Martín de Castañeda, Toldanos, Sotosalbos,…), aunque en el caso de los monasterios femeninos se buscan ubicaciones más urbanas como en el caso de Las Huelgas Reales de Burgos. Junto al Císter, otras comunidades como los premostratenses, cartujos o la comunidad de Fontevrault, buscan la reforma de la Iglesia, mientras que otros religiosos y laicos se dedican, en soledad, a la predicación.

En el siglo XIII aparecen nuevas órdenes como los dominicos (para combatir a los valdenses y cátaros), trinitarios y mercedarios para redimir cautivos, agustinos y carmelitas (de origen eremítico), o franciscanos, órdenes todas ellas que comenzarán a tener una notable influencia en el magisterio de las incipientes universidades castellanas. El siglo XIII asiste también en Castilla a la llegada de otro arte procedente del centro de Europa, el gótico, que durante casi trescientos años monopolizará el arte en las dos mesetas, dejando bellos templos y monasterios, y muy especialmente las elegantísimas catedrales de las grandes ciudades castellanas, entre las cuales merecen citarse las de Burgos, León y Toledo.

En Castilla, también se desarrollaron las órdenes militares, contando con más apoyo real las propiamente nacionales que las del Santo Sepulcro, Hospitalarios o Templarios. Así, tendrán un papel importantísimo en la conquista y repoblación de La Mancha, Extremadura y Andalucía, las órdenes de Calatrava, Alcántara, Santiago o San Juan.

Desde sus inicios, la sociedad castellana, hegemónicamente cristiana, aprenderá a convivir en tolerancia con otras minorías étnico-religiosas, como son las comunidades musulmanas y judías. Junto a ellos se instalan los mozárabes, que durante cierto tiempo mantendrán sus comunidades diferenciadas en el reino de Castilla, conservando sus iglesias, ritos y cultura, reconociéndoseles incluso un fuero específico, el Liber Iudiciorum. Las expulsiones de judíos, musulmanes y moriscos de los siglos XV y XVI acabarán con una de las mayores riquezas de la Castilla medieval: su pluralidad.

Aunque durante la Revolución Comunera una parte importante de la Iglesia apoyó la causa popular, durante los reinados de Austrias y Borbones se caracterizaron por un apoyo casi incondicional al régimen por parte de los sectores eclesiásticos. Sin embargo es destacable el papel de numerosos religiosos, especialmente de los jesuitas, en la labor de mejorar las condiciones culturales y de vida de las comunidades indígenas de la América castellana.

Las desamortizaciones de las propiedades de la Iglesia en el siglo XIX, que no siempre tuvieron el éxito económico buscado por sus promotores liberales, supusieron un gravísimo impacto sobre el patrimonio monumental castellano, del que aún no nos hemos recuperado. Hoy la Iglesia, tras los avatares del siglo XX, asume en Castilla con normalidad su papel en una sociedad pluralista, laica y democrática.

1200 años de historia castellana, desarrollada en paralelo al caminar de la Iglesia, ha marcado profundamente la identidad cultural castellana, dejando una impronta de religiosidad que es imposible dejar de percibir hasta en las fiestas de la más pequeña y remota de nuestras aldeas.

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