A veces, hablando de lo rural, comento la historia de la historia de mi pueblo, San Cebrián de Campos, donde hace 87 años, vivían 1008 habitantes, ejerciendo 31 oficios, hasta el oficio de ser pobre, pués así lo tenían reconocido en los antiguos criterios sociolaborales. Hoy, siguiendo con la historia, la que nos corresponde construir a los ciudadanos del fin del milenio, vemos como el 50% de dicha población ya no existe y de los 31 oficios 23 han desaparecido del mapa, a la vez que se reducía la población activa agrícola, que en la actualidad, sigue siendo la actividad laboral y económica más importante de la mayoría de los núcleos rurales.
Casi un siglo después de producirse estos cambios tan bruscos para la mayoría de la geografía rural castellana, los discursos oficiales de los diferentes ámbitos administrativos y muchas de las variopintas agencias de desarrollo local, levantan la bandera de los nuevos papeles que ha de corresponderle al medio rural, gritando a cielo abierto, que su futuro no pasa tan sólo por la actividad agraria, sino por el fomento de la pluriactividad o diversificación del trabajo en los pueblos.
Un servidor, no sólo esta de acuerdo con la teoría de esta definición sino que vengo desde hace años poniéndola en práctica, apoyando y construyendo múltiples iniciativas de autoempleo, pero, eso si, a la vez que he defendido con uñas y dientes la importancia que tiene la presencia de los agricultores (no de la agricultura, pues es posible gestionar la tierra sin vivir en los pueblos…) en el territorio rural. Y, precisamente, dicha práctica, me ha llevado a ser un tanto escéptico de los nuevos conceptos que hoy se quieren acuñar en nombre del desarrollo rural.
La primera lectura que hago de mi breve reflexión, es que lo que hoy queremos construir como nuevo (diversidad, multifuncionalidad,…) con la aplicación de las sucesivas políticas agrícolas (ya no hablo de políticas para el medio rural, pués brillan por su ausencia…) basadas en el productivismo irracional, donde cada vez menos personas/agricultores podían producir más, han dado al traste con la población rural, al reducir drásticamente la población activa del sector que más empleo creaba en nuestros pueblos. Los sociólogos y economistas aliados con la cultura del liberalismo a ultranza, se habrán percatado que en la medida que se eliminaba a los agricultores menos competitivos (jornaleros, arrendatarios, aparceros, pequeños y medianos propietarios, grandes propietarios que ahora ya son medianos y en breve serán pequeños…) se clausuraban las escuelas, los centros de salud, los ayuntamientos, se ponía el cartel de «cerrado el negocio» en la casa del zapatero, del albañil, del guarda del campo, del posadero, del cortador, del peluquero, del tendero, del sastre, de la costurera, del tejero, del herrero, del panadero, del esquilador, de …, los variados y múltiples oficios (¿no era esto diversificación y pluriactividad de la economía rural?) que en paralelo a una actividad agrícola más arte-sana, configuraban el tejido económico y social de la sociedad rural..
La segunda lectura que hago, es que todo el mundo tenemos asumido el paso de una sociedad rural sustentada mayoritariamente en la actividad agraria a un modelo de sociedad en la que los sectores secundario y terciario han ganando más importancia. Esta asunción de este nuevo discurso está suponiendo la creencia de que los agricultores (no la población rural) del futuro no sólo han de dedicarse a satisfacer las demandas alimenticias de la población, mediante el ejercicio de la actividad agraria, sino que han de ser capaces de adaptarse a una diversificación ocupacional dentro de las oportunidades que aparecen en el sector secundario y de servicios, léase la conservación del medio ambiente, la disponibilidad del campo como espacio para el ocio, el mantenimiento de las culturas tradicionales, el fomento de la gastronomía local, etc..
El peligro que encierra este nuevo concepto y con el cual vamos familiarizándonos, me parece importante, de ahí la necesidad urgente que tenemos el conjunto de los ciudadanos rurales y las organizaciones sociales que trabajan en favor de un MEDIO RURAL VIVO, de profundizar sobre las consecuencias futuras de la práctica de un agricultor que ha de saber de todo menos del oficio que durante toda su vida supo ejercer con gran sabiduría y habilidad .
El cascabel que nadie quiere poner al gato se llama AGRICULTURA DURADERA (lo de sostenible ya está pasando de moda), agricultores duraderos, porque pueden cumplir una función social y no especulativa, proveyendo a los ciudadanos de alimentos de calidad, trabajando la tierra sin contaminarla, siendo ésta la mejor aportación que se puede hacer a la gestión integral del territorio y del medio ambiente.
Es una locura cambiar agricultores por macro-máquinas y tecnologías duras en el terreno de la agroquímica y la agrogenética, causantes del deterioro brutal de los ecosistemas para más tarde resolver el problema con jardineros y personas dependientes de las administraciones para gestionar los territorios con criterios medioambientales. Es una locura y una contradicción.
Los agricultores son necesarios para el medio rural, dar la batalla por perdida es renunciar a la necesidad urgente que tiene toda la sociedad de contar con otras agriculturas, otras formas de gestionar los territorios agrícolas, produciendo alimentos sanos y al alcance de todos los ciudadanos.
Lo demás (la diversificación económica en el medio rural), y la historia así nos lo confirma, vendrá dado por añadidura.