Eran los años de la canción de autor, que expresaba los sentimientos más profundos del ser humano, las preocupaciones, los deseos, las querencias de sus creadores más sensibles… en una sociedad asfixiante, cerrada, decadente y enmohecida como la que destilaba un franquismo agonizante, donde todas las personas que atesoraban en sus corazones un mínimo atisbo de solidaridad y de utopía, no podían menos en aquellos años, que simpatizar con quienes luchaban por la libertad, vehiculando también la reivindicación social.
Los protagonistas de la canción de autor en la España de los setenta, en su mayor parte, supieron acercarse a un público ávido de nuevas experiencias, que fueran más sinceras y próximas, mediante una hábil combinación de creaciones intimistas, que hilaban los desgarros y sentimientos de cada persona, junto a una faceta más social y reivindicativa, que compartía la crítica a los poderes establecidos, la sed de democracia y libertad, el ansía por la verdadera justicia y que en muchos casos acabó abrazando y apoyando las demandas de respeto y restauración de las diferentes identidades de los pueblos que, oprimidos por el franquismo, se desparramaban por el territorio español.
Así, cantautores como Labordeta, Serrat, Víctor Manuel, Benito Lertxundi, María del Mar Bonet, Lluis Llach, Raimon o Pablo Guerrero, junto a sus geniales aportaciones a la canción de autor, compartieron, en diferentes escalas y grados, un abierto compromiso con sus pueblos y tierras de origen, llegando a personalizar con sus creaciones el imaginario colectivo de países como Aragón, Extremadura, País Vasco, Cataluña o Baleares.
Sin embargo, la enorme nómina de cantautores de origen castellano como Javier Krahe, Ana Belén, Ricardo Cantalapiedra, Amancio Prada, Rosa León, José Luis Perales, la propia Cecilia, o más recientemente Ismael Serrano, huyeron -consciente o inconscientemente- de una identificación clara o rotunda con el castellanismo, siquiera tenuemente, admitiendo solo unas raíces locales y una tardía reivindicación de Madrid, entrados ya los ochenta, y que curiosamente ha sabido focalizar Joaquín Sabina. Casos como el de Myriam de Riu, en una liga inferior, son la excepción.
La autoidentificación castellana la ejercieron los grupos abiertamente folk como La Fanega, Nuevo Mester de Juglaría, Mayalde, Orégano, Candeal o posteriormente La Musgaña, tal y como ocurría en vecinas tierras con grupos como Oskorri, Milladoiro, Jarcha, Luar na Lubre o Los Sabandeños: El rock castellano, eso sí, recientemente, tampoco tuvo tantos problemas para ejercer en castellano, a través de grupos como Mago de Hoz o Lujuria.
Siempre pensé que Cecilia, cuya trayectoria se truncó demasiado pronto, reunía los requisitos para haber completado la evolución que tantos otros cantautores habían experimentado hacia la autoidentificación con su tierra y los problemas de sus gentes, convirtiéndose en una de las voces de Castilla. A pesar de su juventud, su residencia en el extranjero la permitió beber de las fuentes de los grandes de la canción protesta norteamericana, recibir los influjos del blues y del pop, y crear letras profundamente reivindicativas, sobre el papel de la mujer, contra la hipocresía social, antimilitaristas, canciones llenas de ternura y de fuerza que se llevaron de calle a toda la sociedad española, y que tuvieron que enfrentarse a la censura, que trató de amputar sus creaciones más críticas y sociales. Quizás la letra de su canción “Mi Querida España”, tan machadiana, tan regeneracionista, en definitiva: tan castellana… evocan un camino que parecía dispuesta a transitar, y que su cercanía a gentes tan sinceramente conocedoras de la identidad y de la música de raíz de esta tierra como Joaquín Díez parecía facilitar del modo más natural.
Como recordaban el pasado 2 de Agosto en las páginas de EL PAÍS, Dolores, Asunción, Jorge y Teresa, los hermanos de Cecilia: “Gracias, Eva. Cuarenta años después, tu personalidad y tus canciones nos siguen inspirando. Como cantaba Gilbert Bécaud: Tu as bien traversé le temps”.
Pensé titular esta entrada a la “Tenada del Común” como: 40 años sin Cecilia… sin embargo, pronto me di cuenta de que a lo largo de estos cuarenta años, ni yo ni nadie hemos estado “sin Cecilia”; sus canciones nos han acompañado todos y cada uno de estos casi 15.000 días Y si como dice García Márquez, la muerte es el olvido… Cecilia no ha muerto, sino que goza de muy buena salud.
(Artículo de Luis Marcos publicado en burgosconecta.es)