Cumplo mi palabra y, según lo prometido en uno anterior, dedico el presente artículo al todavía nonato Parque Nacional de los Montes de Toledo. Es ineludible para ello referirse a los antecedentes, y recordar así que uno de los más deplorables episodios de la etapa democrática española es, sin duda alguna, el oscuro tejemaneje en que se vio envuelta la propuesta de instalar en la finca Cabañeros un campo de tiro exigido por los intereses de la Defensa Nacional.
Hoy todavía, la machacona monserga de la propaganda oficial pretende imponerse y presentar como verdad indiscutible la redención de Cabañeros de aquella amenaza. Un peldaño más en la exaltación a la gloria del mandatario exigía, según esta falaz patraña, elevar a la categoría de dogma que su acción benefactora, en indomable enfrentamiento al gobierno de la Nación ¡y, oh heroicidad, de su propio partido, ahí es nada! , salvaba a Cabañeros de un trágico destino. Sucedió igual con el agua del trasvase, con las Hoces del Cabriel y con un largo etcétera. La técnica era siempre la misma: Crear un objeto redimible y ponerse la túnica de redentor. Los efectos electorales, que era de lo que se trataba, eran infalibles.
En el caso de Cabañeros, inútil intento el de tan burda mentira. Tan inútil como pretender que sufriéramos un ataque de amnesia quienes fuimos espectadores directos de aquel embuste y testigos de aquel atropello, y que así olvidáramos y algún día como hoy contáramos que la opción Anchuras, sacada tramposa y premeditadamente de la manga Anchuras es Cabañeros fue muy pronto el grito de guerra de la inútil resistencia no era otra cosa que el pago pactado taimadamente para revestir al jerifalte regional, en plena campaña electoral, del conveniente pedigrí de pacifismo de sainete y del necesario ecologismo con despacho oficial abierto. Total, para irle abriendo puertas hasta terminar por ocupar, al cabo de los años, el despacho principal del Ministerio de Defensa. En realidad, lo suyo, para completar la bufonada, hubiera sido crear un Ministerio bicéfalo, que aunara en una sola cartera la Defensa y el Medio Ambiente. ¡Qué cosas, Señor! Surrealismo puro.
La historia del actual Parque Nacional de Cabañeros es, pues, la historia de una fenomenal mentira. Este Parque no nace como aplicación de ninguno de los principios exigidos para la declaración de este tipo de espacios naturales protegidos. Nace, simple y llanamente, como consecuencia de una coyuntura preparada, perfectamente amañada, de carácter estrictamente político, y aún más concretamente, de carácter electoral.
La parte más sustancial de esta gran mentira es la siguiente: Si se declaró como consecuencia de la amenaza de un campo de tiro, ¿qué sentido tiene que una vez desaparecida la tal amenaza se siga manteniendo este espacio como parque? Un simple papel que nunca llegó a tener operatividad, ¿aumentó por arte de magia el número de especies protegidas de flora o fauna presentes en la finca?, ¿incrementó de repente sus riesgos de pasar a la categoría de especies en peligro de extinción?, ¿hizo surgir de la noche a la mañana la urgencia proteccionista? Si allí había valores naturales que proteger, ¿por qué no se habían protegido hasta entonces? Si se protegieron en aquel momento sólo por la amenaza de la instalación de un campo de tiro, desaparecida tal amenaza, ¿qué necesidad había de protegerlos ahora, cuando antes no se habían protegido? Si esos valores existían en Cabañeros, ¿dejaban de existir en el entorno natural más inmediato, Montes de Toledo?, o ¿dejaban de existir a poco más de diez kilómetros de distancia, Anchuras, dónde no sólo no se protegieron sino que, en una maniobra de agravio infamante a un pueblecito indefenso, se trasladó la amenaza? ¡Qué inmenso e inmoral camelo!, porque, una de dos, o desaparecido el motivo amenazante el parque ya no tenía ninguna razón de ser, o debería llegarse a la conclusión, en el más sincero y crudo de los cinismos, que conseguidos los benéficos efectos electorales que se perseguían, a la flora y fauna de Cabañeros la podían ir dando por donde amargan los pepinos.
La conclusión, sin embargo, desde un punto de vista coherente y positivo es que, obviadas y falsificadas entonces las verdaderas razones proteccionistas para aquella decisión estrictamente político-electoral, tales razones y, en este caso, sí con total propiedad y plenitud deberían haber sido invocadas, y yo las invoco ahora, para la declaración del Parque Nacional de los Montes de Toledo, bien alejado ya de aquel sucedáneo politizado, falso e incompleto Cabañeros, y ahora sí, auténtica, completa y genuina representación del monte xerofitico mediterráneo de la cordillera Oretana. A pergeñar un breve esbozo de lo que podría ser este auténtico espacio natural de nuestra región dedicaré una segunda entrega de este artículo.
Sorprendentemente, la Asociación Cultural Montes de Toledo, a la que durante muchos años pertenecí, y de labor tan meritoria y admirable en la defensa y promoción de la amplia comarca monteña, nunca reivindicó la creación de este Parque Nacional que coincide no sólo con su titularidad nominal sino con el vasto territorio al que abarca su ámbito asociativo. Inexplicable. Del ecologismo subvencionado ni hablemos. Quizá es que sus dirigentes hayan considerado conveniente asumir el cabañerismo como doctrina oficial y así no molestar a una cúpula política oportunista y sin escrúpulos, ajena a cualquier convicción sincera realmente conservacionista. O tal vez, como tantos otros y otras, que les acometió el síndrome de este nuevo y reciente regionalismo hortera y garbancero, deslumbrados por los resplandores del poder que emanan de los palacios de la taifa.
Frente a este nuevo patriotismo regional de alguna encandilada vecina de este digital, frente a este castellano-mancheguismo neoestatutario, de progresía fashion, premios prefabricados y canapé oficial, yo qué quieren que les diga, faenas como esta del cabañerismo oficial, entre otras muchas, han hecho que no me sienta nada castellano-manchego. Me siento, eso sí, muy castellano y me siento muy manchego. Me sobra un guión. Pero sobre todo, me siento muy toledano, y, naturalmente, muy español. Qué le vamos a hacer. Uno, que es así de antiguo.
Y decir esto en eldigitalcastillalamancha.es, no crean, pero tiene su mérito. No mío, lógicamente, sino fruto de esa liberalidad magnánima, de ese espíritu abierto eso sí que es talante que adornan, como formidable bagaje humano y profesional, al director de esta publicación. Lo siento mucho, amigo Eusebio, pero tenía que decirlo. Y pídeme un café. Solo. Sólo un café, quiero decir.