Sin embargo, tras ese aparente milagro que se manifiesta en nuestros hogares en el alumbramiento cotidiano del agua potable, sea en la pila de la cocina, en el lavabo o en la ducha, hay una historia que nos conviene revisitar.
Sabemos que la captación de las aguas que debemos consumir suele producirse en embalses de zonas montañosas o en pozos que extraen de los acuíferos el líquido elemento que necesitamos. Sin embargo, a veces olvidamos los complejos tratamientos que son necesarios para adecuar la calidad de las aguas de consumo al uso a que se destinan, los cientos de kilómetros de tuberías que son necesarios para distribuir el agua, desde los depósitos que la almacenan hasta los domicilios de los consumidores, o las complejas instalaciones que albergan las depuradoras de las aguas residuales que generan las urbes, necesarias para tratar de devolver a los cauces un agua mínimamente asimilable por el medio ambiente.
Pero la gestión del agua en una ciudad moderna, implica muchas más cuestiones, que por lo menos haríamos bien los ciudadanos en preguntarnos de vez en cuando.
Las nuevas tecnologías y la innovación, cuya aplicación dentro del controvertido concepto de las “smart cities” da tanto que hablar, sea para organizar el tráfico, los aparcamientos de vehículos o la calidad del aire, también se aplica a la gestión del agua urbana, ya sea para detectar en tiempo real, y permitiendo tomar decisiones instantáneas, fugas en inaccesibles sistemas de tuberías, identificar vertidos contaminantes o gestionar de manera más racional las reservas hídricas en sistemas con múltiples depósitos o con abastecimientos que combinan aguas superficiales y subterráneas.
La creciente preocupación ciudadana por el medio ambiente, tiene su traslación al ámbito hídrico de la ciudad, con el interés por frenar los despilfarros de agua, por diseñar sistemas de ahorro de agua, por reformar parques y jardines a modelos botánicos más coherentes con nuestro clima, o por avanzar en una reutilización de aguas regeneradas o de lodos de depuradora tratados, que dé garantías sanitarias absolutas, no como ocurre en la actualidad. Los vecinos quieren una ciudad donde sus ríos, fuentes y arroyos constituyan un eje vertebrador de espacios de uso común, de ecosistemas urbanos amigables que puedan ser disfrutados por ciclistas y paseantes, y donde la biodiversidad se abra paso, ganando su hueco al asfalto o el hormigón.
A la preocupación ambiental por la gestión del agua en la ciudad, se unen nuevos retos como conocer el efecto de los contaminantes emergentes que empiezan a poblar nuestros sistemas acuáticos, con sustancias de las que sabemos muy poco, pero que generan una enorme incertidumbre ante sus efectos a largo plazo.
Finalmente, también en la ciudad del siglo XXI, que además de ambiental, debe ser educadora, social, inclusiva, abierta, integradora, plural, igualitaria, participativa y democrática, la Gestión del Agua, entra de lleno en el debate social y político. Frente a las presiones privatizadoras de los grandes conglomerados empresariales que monopolizan la gestión de los servicios urbanos, la ciudadanía quiere refugiarse en una gestión pública, transparente y participativa de un recurso como el agua, que es tan básico como la salud, la seguridad o la educación. Y salvaguardando los aspectos técnicos, hay muchos campos en que los vecinos pueden participar, tomar decisiones y priorizar como se debe gestionar el agua en su ciudad.
El agua en la ciudad constituye por tanto un complejo laboratorio técnico, ambiental y social, del que todos y cada uno de nosotros no podemos ser ajenos.
Estos días, en la Universidad de Burgos, el curso “La Gestión del Agua en la Ciudad del Siglo XXI” debate estos apasionantes temas.
(Fuente:http://burgosconecta.es/blogs/latenadadelcomun/2015/11/20/el-agua-y-la-ciudad/)