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Castilla nos une

Castilla nos une

EL HECHO NACIONAL CASTELLANO. Javier Benedit. TC-PNC Madrid. (24/10/2001)

ASPECTOS POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y SOCIALES PARA EL DEBATE SOBRE EL HECHO NACIONAL CASTELLANO
Javier Benedit. Coordinador TC-PNC Madrid

INTRODUCCIÓN
A estas alturas del devenir histórico y socio-político Español, parece preocupante y hasta deprimente, tener que estar dando una justificación de la existencia del hecho nacional castellano.

Parece ser, como es, que la nueva configuración del Estado de las Autonomías ha tendido a ordenar muchos conceptos y situaciones sobre la pluralidad de España que eran obvios pero que los acontecimientos de estos últimos cinco siglos y en especial, los cuarenta años de dictadura vividos en el Estado, se habían encargado de ocultar y por cierto, con bastante éxito.

Sin embargo, esta tendencia de reconocimiento de la pluralidad española, aceptada y, hasta cierto punto, regularizada en otros pueblos del Estado, ha sido y es en Castilla, una tarea aún pendiente.

La existencia de la Nación Castellana, es algo sobradamente documentado a lo largo del tiempo y no solo por cronistas, etnólogos, historiadores, juristas y sociólogos castellanos y españoles; sino y lo que parece más importante, documentado y aceptado en el contexto Europeo y Mundial.

No hay que olvidar que Castilla fue Estado soberano y Nación antes que región Española y antes que «la nada» en la que actualmente parece verse envuelta. A esto se añade que no fue un Estado y una Nación cualquiera sino uno de los baluartes más importantes en el devenir cultural, social y económico Europeo y con el que había que contar en la alta política Mundial.

Esta característica de Estado Soberano, le da a Castilla la suficiente entidad para que no debiera haber dudas sobre la existencia de una Nación Castellana. Además, Castilla fue estado soberano desde el siglo X hasta la llegada de Carlos V, el siglo XV, con el que paso, junto al resto de reinos hispanos, a ser una Nación dentro de la Corona Española, conservando sus propias características etnológicas, leyes, instituciones y tributos hasta el siglo XVII en el que, con el reinado de Felipe IV, se unificaron los fueros y tributos de los diferentes Reinos que formaban «Las Españas».

Quiero decir con esto, que para identificar la raíz de la identidad nacional castellana en el Estado Español, tenemos que remontarnos tres siglos atrás y no a épocas ancestrales en las que la identificación de ciertas características etnológicas tribales, permitan formar la base sobre la que desarrollar un hecho nacional.

Esto, que es perfectamente legitimo, no deja de ser al menos sorprendente cuando hablamos de la actual configuración plurinacional de España basada en el desarrollo de los estatutos de autonomía, del papel que a Castilla le ha tocado jugar en este marco y de las muchas dudas que se plantean, al considerar la existencia de la Nación Castellana dentro del contexto plurinacional del Estado.

Esta situación de no reconocimiento de la realidad historica, cultural y social del pueblo castellano, ha derivando en una preocupante marginación cultural, económica y política respecto del resto de pueblos del estado que esta suponiendo un atentado contra la propia supervivencia de castilla y no tiene otra raiz que una penosa e interesada utilización de Castilla y el pueblo castellano por parte de la clase política e intelectual del estado Español.

En cualquier caso y si bien es cierto que la postura que España ha tenido hacia Castilla ha propiciado la situación de involución en la que se encuentra nuestra tierra, no es menos cierto que la propia postura que la mayoría de los castellanos hemos tenido hacia nuestra tierra y nuestra cultura ha sido un factor determinante de dicha involución.

La insumisión que ha mostrado el pueblo castellano en ciertos periodos de su historia y la falta de aprecio y orgullo hacia su propia cultura, ha convertido a Castilla en un mero comparsa de su propia existencia.

La Castilla actual territorialmente dividida, culturalmente inexistente, económicamente perdida y demográficamente agonizante, necesita de un debate socio-político intenso y urgente que analice su situación, dé posibilidades reales de solución a sus problemas y provoque una movilización de sus diferentes capas sociales, concienciandolas en la necesidad de trabajar en conjunto para que la sociedad castellana retome su papel de protagonista de su propia existencia y sin el cual, los hombres y mujeres que vivimos en Castilla tendremos un futuro incierto, especialmente en la España del siglo XXI que se esta configurando.

Los acontecimientos producidos a raíz de las pasadas elecciones del 13 de Junio, donde por primera vez un partido que defiende abiertamente la identidad nacional de Castilla ha entrado en el contexto Institucional Español, han venido a dar cierta luz a muchos de los interrogantes que se planteaban sobre el futuro de Castilla y demuestran que a pesar de la conciencia de muchos políticos y ciudadanos del Estado Español, la realidad nacional castellana aún esta viva.

Este es, posiblemente, el hecho más fehaciente de la existencia actual del hecho nacional castellano, el que da respuesta a muchas de las incertidumbres planteadas y el que abre unas puertas, hasta ahora inexistentes, para el pleno desarrollo de la Nación Castellana dentro del contexto del Estado Plurinacional Español.

REGIÓN, NACIÓN Y ESTADO

Como primer paso para poder desarrollar algunos aspectos del hecho nacional castellano, creo necesario reflexionar brevemente sobre ciertos conceptos básicos que no por ser sobradamente oídos, dejan de tener múltiples interpretaciones que a veces hacen que no sepamos muy bien de lo que estamos hablando.

Muy a menudo, los medios de comunicación y hasta los propios políticos, no sé si de forma consciente o no, confunden los términos sobre los que están hablando cuando hacen referencia a los conceptos de Región, Nación o Estado, llevándonos a una situación de absoluto confusionismo.

El termino Región, puede tener dos afecciones lingüísticas dependiendo de si hablamos de Región Geográfica o Región Histórica.

Por Región Geográfica, podemos entender la parte de un territorio determinada por unas características especificas en cuanto a clima, topografía y/o economía. La Región Geográfica, no define una entidad jurídica propia como tal, puesto que estamos hablando de unas características geográficas particulares y no de unos aspectos lingüísticos, históricos, culturales, institucionales o jurídicos propios, que la diferencien de un ente superior como es la Nación.

Por Región Histórica, podemos entender la parte de un territorio que, al margen de su geografía, se identifica por una serie de acontecimientos históricos y políticos decisivos para el desarrollo conceptual de una Nación.

Las Regiones forman parte de la pluralidad geográfica, histórica, cultural y política inherentes a una Nación.

A modo de ejemplo, podemos considerar como Regiones Históricas de Castilla a las Regiones Históricas de Castilla La Nueva, Castilla La Vieja y el antiguo Reino de León, aunque este último, con importantes connotaciones históricas y políticas que es necesario contemplar en el contexto Castellano.

Son Regiones Geográficas de Castilla: La Mancha, La Alcarria, La Sagra, Tierra de Campos, La Jara y un largo etcétera. De ahí, el sin sentido que se da en la designación de la Comunidad de Castilla-la mancha, al identificar esa zona con una sola de sus Regiones geográficas. De igual forma podría haberse denominado Castilla-la alcarria o Castilla-la sagra. Claro que el problema esta ya en la propia constitución de semejante Comunidad Autónoma, la cual pierde todo su significado como Región histórica, al haber separado de ella la Provincia de Madrid.

Si recurrimos al diccionario, nos encontramos con que el termino de Nación, se aplica a un conjunto de individuos que tienen un mismo origen étnico(10) y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común. A esto podemos añadir el concepto de territorialidad; es decir, dicho conjunto de individuos esta definido sobre un territorio concreto delimitado históricamente, aunque este concepto suele ir unido más a la necesidad de delimitación humana que a los propios rasgos definitorios de la Nación.

Este concepto de nación, comúnmente aceptado, es el que se conoce como «modelo Eslavo». Sin embargo; en el siglo XIX, surgió un concepto de nación, denominado «modelo Liberal», el cual interpone a las características del modelo anterior, la «Voluntad de ser un común»; es decir, la conciencia de los individuos que forman la nación para querer serlo.

Sin entrar a analizar estas dos concepciones clásicas y haciendo una síntesis de las mismas, podemos entender por Nación, el conjunto de individuos que tienen una serie de características afines concretadas en la lengua, la cultura, la historia, las instituciones, las tradiciones y el temperamento, unidos a una conciencia de querer ser y vivir como pueblo y que lo definen más allá de sus características regionales, tanto geográficas como históricas.

En este sentido, la propia Constitución Española de 1978 reconoce la existencia de Naciones dentro de España al establecer en el articulo segundo de su título preliminar que «…reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las NACIONALIDADES y regiones que la integran….».

La nacionalidad es un termino inherente al concepto de nación. Nadie tiene una nacionalidad sino pertenece a una nación y por lo tanto, la existencia de nacionalidades en el Estado esta implicando expresamente la existencia de las naciones que las soportan.

Otra cuestión es el valor jurídico que pueda tener esta afirmación ya que la ambigüedad y dualidad terminológica que utiliza la propia constitución, fundamentándose en la unidad, sin perjuicio de reconocer la autonomía de las nacionalidades y regiones que integran la nación española, es una mera concesión semántica carente de traducción efectiva en el plano jurídico.

Sin embrago, la propia Constitución es un paso intermedio e importante entre el modelo estructural Estado-Nación, unitario y centralizado, impuesto en España y en Europa a partir de la Revolución Francesa y el modelo de Estado Federal clásico, y que es lo que se ha venido en llamar Estado unitario Regional.

Además, la propia Constitución evita conscientemente, definir el estado por ella dibujado como regional o Federal e igualmente elude la terminología convencional a la hora de dar nombre a las partes que componen el Estado, denominándolas de forma no comprometida: Comunidades Autónomas.

Esta indefinición es vista por los catedráticos García de Enterria y Ramón Fernández, como una puerta abierta para recorrer el camino que permita «…salvar la distancia entre el Estado-Nación, unitario y centralizado, que es el punto de partida, y el Estado plurinacional, que constituye la meta de llegada….».(1)

El modelo estructural que plantea la constitución para llevar a cabo este camino es, por lo tanto, flexible, lo que facilita las cosas desde el punto de vista político, aunque haga más difícil su interpretación desde el punto de vista jurídico, al no ser posible encuadrar el modelo plasmado por la Constitución en ninguno de los modelos dogmáticos convencionales de Estado.

En cualquier caso, lo cierto es que la propia Constitución reconoce de forma tajante la existencia de Naciones en el Estado Español aunque deje para más adelante la forma de articular esta existencia y no entiendo, el rechazo que los propios políticos estatales y muchos ciudadanos españoles, plantean a dicha existencia.

Además, la existencia de naciones en España, la plurinacionalidad española, es un hecho reconocido secularmente y que, tratado de forma correcta, debe ser un hecho enriquecedor para el Estado más que un empobrecimiento del mismo, como algunos nos tratan de vender.

Llegados a este punto entramos en el concepto de Estado, como la más alta organización jurídica que regula las relaciones de una comunidad nacional y de las comunidades nacionales que lo componen, entre sí.

Puede que un estado este constituido por una sola nación o por un conjunto de ellas, que es lo que denominamos Estado plurinacional.

No hay que confundir, por lo tanto, los conceptos de nación y estado ya que el segundo es un ente de mayor rango jurídico, administrativo y legislativo que el primero y los límites territoriales del estado no tienen porque coincidir con los de alguna de las naciones que lo forman.

Por otra parte, el estado es una organización más plural y conceptualmente, más enriquecedora pues aglutina las capacidades y las riquezas culturales, tradicionales, lingüísticas e institucionales de las diferentes nacionalidades que lo forman.

También es una organización más compleja, pero eso no tiene que ser una traba sino más bien un reto, para la capacidad de articulación y convivencia humanas.

INTRODUCCIÓN AL HECHO NACIONAL CASTELLANO.

Definidos estos conceptos, que considero básicos para centrar el tema que vamos a tratar, no quisiera vagar en el tiempo buscando en la historia justificaciones del porque Castilla es una Nación en el conglomerado de pueblos de España.

Creo que la propia definición de Nación que se ha dado en el punto anterior, deja pocas dudas a la hora de considerar a Castilla dentro de este termino.

Castilla contiene todos los rasgos específicos de una Nación:

Existe un idioma propio, el castellano.

Tiene un aval histórico importantísimo, reconocido internacionalmente.

Ha sido Estado y Nación antes que Región,

Hasta fechas recientes, ha tenido sus propias leyes, fueros, instituciones y costumbres, algunas de las cuales aún perduran en nuestros tiempos tanto en la forma de hacer de sus gentes y pueblos como en la propia legislación actual, caso de los Concejos Abiertos.

Tiene una amplísima gama de folclore y tradiciones autóctonas, que con diferentes matices regionales, se dan en la totalidad del territorio castellano.

Posee manifestaciones culturales específicamente propias en todos y cada uno de los campos de la cultura: arquitectura, escultura, pintura o literatura. Además, estas manifestaciones culturales son reconocidas a nivel mundial por su relevancia e influencia en el devenir cultural Europeo.

Otra cosa es que la actual situación de Castilla, conceptualmente inexistente en el Estado Español, secularmente cuestionada como entidad nacional, tradicionalmente manipulada en sus propias señas de identidad y territorialmente dividida en comunidades autónomas ficticias sin ningún peso social, político, cultural o económico en el Estado, nos obligue a preguntarnos ¿qué entendemos por Castilla?.

La respuesta a esta pregunta, lleva pareja la respuesta a muchos de los problemas de identidad que actualmente padece la nación castellana.

Además, estos problemas de identidad territorial son una parte importante de un problema aún mayor que se da en la nación castellana y que es la falta de una conciencia global de querer ser y vivir como pueblo y que, como hemos visto, es una característica primordial en la concepción de una nación.

¿Qué entendemos por Castilla?

Por desgracia, al hablar de una concepción territorial de Castilla no podemos basarnos en la actual distribucción autonómica, ya que esta no considera a Castilla como entidad concreta del Estado.

Esto, así dicho, puede quedar como una frase más pero abre importantes interrogantes para los que nos sentimos castellanos a la hora de considerar nuestro futuro en el Estado Español.

Algún día, los padres de este estado autonómico deberían de darnos una explicación de que intereses o necesidades les hizo romper a Castilla, quitándole cualquier protagonismo mínimamente serio en el devenir del Estado, quien considero que Castilla no tenia cabida entre los pueblos de España y en base a que criterios entendieron que un Estado Autonómico equitativo, que debia de recoger la riqueza cultural y social Española, pasaba porque Castilla no estuviese representado en él.

Dicho esto y para intentar responder a la pregunta planteada, nos deberemos centrar en analizar aquellas concepciones territoriales que toman como base la existencia de Castilla.

Desde el siglo XIII hasta la entrada del estado autonómico, la concepción de Castilla no daba lugar a dudas y englobaba las Regiones Históricas de Castilla La Vieja (Santander, Logroño, Valladolid, Burgos, Avila, Palencia, Segovia y Soria), Castilla La Nueva (Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Madrid y Toledo) y el Reino de León (León, Salamanca y Zamora).

Esta concepción, denominada «La Castilla Total», ha sido comunmente aceptada a través de los siglos y cuenta con un aval histórico y socio-político importante del que carece cualquier otro tipo de concepción territorial de Castilla.

Esta concepción es, además, la defendida por los principales grupos políticos y sociales del castellanismo actual y la que con más fuerza ha llegado a nuestros días.

Sin embargo, durante el periodo inicial de transición al Estado de las Autonomías surgio una nueva concepción que algunos han denominado «La Castilla de los Fueros» y que promulgaba una Castilla constituida por aquellas zonas donde teoricamente se aplicaron Fueros Castellanos de Villa y Tierra. Esta concepción defendia un mapa de Castilla formado por la Región Histórica de Castilla La Vieja, las provincias de Madrid y Guadalajara y parte de las Provincias de Toledo y Cuenca (básicamente las zonas de estas provincias que no están dentro de la Región geográfica de La Mancha).

Esta concepción tuvo cierta fuerza en algunas provincias castellanas durante el periodo de la transición, pero actualmente puede considerarse que este movimiento ha desaparecido del marco socio-político castellano. Sin embargo, analizaremos algunos aspectos sobre los fueros castellanos que formaban la base de sus reclamaciones territoriales y que además de servirnos para conocer algo más sobre uno de nuestros aspectos nacionales mas arraigados, nos resultaran de gran interes a la hora de preguntarnos sobre la veracidad de ciertos cuestionamientos sobre la castellanidad de algunas regiones geograficas de Castilla.

Junto a la concepción de «La Castilla Total», otra concepción que esta tomando cierta fuerza es la «Leonesista» como consecuencia de las peticiones separatistas de ciertos sectores sociales y políticos, principalmente asentados en la provincia de León, y que defienden una autonomía diferenciada para el Reino de León. Esta concepción definiría, de forma indirecta, una Castilla formada por las regiones históricas de Castilla La Vieja y Castilla La Nueva y en ella existen ciertas discrepancias sobre la pertenencia de ciertas provincias como es el caso de Valladolid.

Analizando por encima estas tres concepciones territoriales manejadas en el castellanismo actual, existe una zona de Castilla que todas contemplan y que es la definida por la región histórica de Castilla La Vieja junto con las Provincias de Madrid y Guadalajara.

A pesar de ello y como consecuencia de la anormal división administrativa planteada con el estado autonómico, también se dan problemas de identidad en algunas de las provincias consideradas como inequívocamente castellanas en las tres concepciones, como es el caso de Santander, La Rioja y Madrid.

La problemática de las Comunidades uniprovinciales castellanas: Santander, La Rioja y Madrid.

El caso de Santander y La Rioja, es un problema reciente derivado de la división territorial que el Estado de las Autonomías produjo en Castilla, del aislamiento a que fueron sometidas estas provincias y del afán de los dirigentes autonómicos de las mismas por salvaguardar su supervivencia, creando señas de identidad ficticias que las hiciesen aparecer como singulares, a los ojos de sus votantes.

Además, algunas de estas señas de identidad, como el caso de Cantabria, no son sino parte de las señas de identidad del pueblo castellano.

De todos es conocido que el origen del primitivo Condado castellano, es debido en gran medida a los Cántabros que habitaban las tierras del Norte.

Dice el gran historiador Burgalés, Pérez de Urbel: «Aunque íntimamente unidos, Castilla no nace con Fernán González. Es la continuación de la antigua Cantabria que había luchado firmemente frente a Roma y frente a Toledo para conservar sus leyes, sus costumbres, su independencia y su personalidad».(2)

Consta documentalmente, que el propio territorio de la antigua ciudad de Santander fue conocido como Castiella desde los comienzos del siglo IX y en el poema de Fernán González ya se dice, refiriéndose a Cantabria, que la Montaña es » la mejor parte de Castilla».

Desde tiempos de la reconquista, la actual provincia de Santander ha formado parte de la merindad de Castilla La Vieja, rigiéndose por sus fueros y costumbres y ya en tiempos más recientes, hasta 1833 en que se creo la Provincia de Santander, esta pertenecía a Burgos y era usualmente llamada la Montaña de Burgos.

Desde la formación administrativa de Santander como Provincia hasta la actual distribución autonómica, Cantabria ha pertenecido a la Región histórica de Castilla La Vieja.

No existen, por lo tanto, ninguna identidad en más de mil años que haga de Cantabria algo ajeno a Castilla, ni siquiera su carácter geográfico peculiar al del resto de Castilla y al que algunos aluden y que como hemos visto anteriormente, no es más que la característica de una Región Geográfica castellana.

En cualquier caso y a pesar de todos los esfuerzos de la administración autonómica Cántabra por distanciarse de Castilla, hay aspectos alentadores que demuestran la ineficacia de esta política, como es la reciente encuesta de opinión realizada por el «Diario Montañés» sobre el calado de la institución autonómica en los Cántabros y en la que a la pregunta concreta sobre «Si sería partidario de la integración de Cantabria en Castilla» el 31% de los encuestados contestaron afirmativamente, sin ningún tipo de campaña a favor.

Cosa similar a lo que ocurre en Cantabria, se da en La Rioja, con el agravante de que esta no ha tenido entidad propia ni siquiera con anterioridad a la reconquista. La Rioja no aparece nombrada como tal hasta el siglo XI, haciendo mención a una comarca concreta de Castilla, cuyo nombre deriva de unos de los ríos que riegan sus tierras.

Hasta los tiempos de la reconquista, esa parte del territorio estaba incluida en la Cantabria como así lo atestiguan los estudios llevados a cabo por los historiadores Arnaldo Oihernat y Moret.

Al principio de la reconquista, el territorio que se puede considerar la actual Rioja formaba parte de la frontera oriental del Reino Astur-Leones, siendo posteriormente ocupado por Navarra hasta su recuperación definitiva para la Corona Castellana por Alfonso VI en 1095.

Por su situación geográfica fue motivo de muchas luchas entre Castellanos, Navarros y Aragoneses, hasta que reinando en Castilla Alfonso VII, los pleitos fueron sometidos a arbitraje en 1143 por el nuncio pontificio, fallando a favor de Castilla.

Desde entonces, salvo un pequeño paréntesis en la que fue ocupada por Carlos el Malo de Navarra en 1460, La Rioja paso a estar definitivamente incorporada a la Nación Castellana.

Hasta 1833, en que se formo la provincia de Logroño, la Comarca Riojana formaba parte de Burgos y Soria. Desde esa fecha y hasta el actual estado de las autonomías, Logroño ha formado parte indiscutible de la Región histórica de Castilla La Vieja. Esto supone unos ochocientos años de historia común que alguien ha decidido obviar, supongo que considerando lo relativo de las cuestiones de espacio y tiempo en base a las teorías de Einstein.

Pero además, existe la agravante de que el territorio de la Rioja es un lugar emblemático para Castilla, pues a su incuestionable identidad castellana se une el hecho de que el Monasterio Riojano de San Millán de la Cogolla, esta considerado como la cuna de nuestra lengua castellana, uno de los símbolos más vivos y fehacientes de nuestra identidad nacional.

En el caso de Madrid, se unen la problemática que, al igual que en Logroño y Santander, planteo la formación de una Comunidad Autónoma uniprovincial sin ningún arraigo ni señas de identidad definidas, con el hecho de tener en su principal ciudad la capitalidad del Estado Español.

Madrid fue reconquistada en el año 1083 y desde entonces ha formado parte indiscutible de Castilla a pesar de la idiosincrasia que la caracteriza por ser, desde Carlos V, la capital de España.

Pero esto que muchos ven como algo diferenciador, no es sino una circunstancia administrativa que ha condicionado una participación más estrecha en la conformación del hecho nacional castellano pero que no ha modificado la característica de Madrid como provincia netamente castellana.

Si nos remontamos a la historia, tras su reconquista en el siglo XI, Madrid fue dotada de sus propios «Fueros de Villa y Tierra», rigiéndose por el Fuero castellano como correspondía al resto de territorios de Castilla La Vieja:

«En efecto, apenas ocupó el trono el Emperador D. Alonso (Alfonso VII), quando se vio en su mayor extensión este Fuero Castellano, comunicándose á quasi toda Castilla La Nueva; y empezando por su capital Toledo, quiso que todos los lugares que eran de su jurisdiccion jurasen, y firmasen esta confirmacion, que se reputó desde entónces como fuero general para todos los Partidos, ó Merindades de Castilla La Nueva.

Vierónse desde aquel dia unidos al fuero castellano, según el exemplar dado á Toledo, todos los que habiam pasado de Castilla La Vieja á habitar en Madrid, Talavera, Maqueda, y Alhamin, entónces Cabezas de Partido, y lugares de bastante consideracion»(3).

Pero incluso después de la llegada de Carlos V al trono y tras fijar en la ciudad de Madrid la Capital de la Corona de España, Madrid siguió formando parte indiscutible de la Nación Castellana desde todos los puntos de vista, pues como ya he dicho, no fue hasta el siglo XVII cuando se produjo una unificación jurídica, legislativa y administrativa de los diferentes reinos que formaban Las Españas.

A partir de entonces y hasta la configuración del actual estado de las Autonomías, Madrid ha pertenecido a la Región histórica de Castilla La Nueva.

Desde el punto de vista social y cultural, es común confundir la ciudad de Madrid con su provincia; sin embargo, sus características sociales y culturales son bien diferentes en ambos casos. Solo hace falta darse una vuelta por los pueblos y ciudades de la Serranía, La Alcarria Madrileña o la Vega del Tajo, para sentir Castilla en sus edificios, sus gentes, sus fiestas y sus costumbres.

La ciudad de Madrid es un enorme conglomerado social de diferentes culturas que corresponden a la gran variedad socio-cultural de sus habitantes y al carácter cosmopolita que es característico de una ciudad moderna y abierta. Esto dificulta el reconocimiento a simple vista de las características culturales castellanas de esta ciudad, pero no por ello significa que haya que renunciar a ellas, como han tratado de vendernos los políticos estatales, tanto desde el poder central como desde las instituciones locales y autonómicas que la gobiernan.

De hecho, esta situación se da en Ciudades tan abiertas y cosmopolitas como Barcelona, Sevilla o Bilbao y no por ello han renunciado a su identidad Catalana, Andaluza o Vasca.

Es más, el mantenimiento de las señas de identidad castellanas de Madrid sin menoscabo de la convivencia con otras culturas y etnias que habitan en ella, no haría más que enriquecer y personalizar la oferta cultural que Madrid puede dar a sus ciudadanos.

Sobre la aberración que representaría la no concepción de Madrid en el contexto de Castilla, dan buena muestra las palabras de Joseph Pérez, historiador Francés e hispanista de reconocido prestigio internacional:

«Hay zonas de España que sí saben perfectamente cuál es su identidad. Es el caso de Cataluña, pero ¿qué hacemos con Castilla? Durante los dos últimos siglos, Castilla se ha creído que era España y ahora anda dividida en dos regiones, en Castilla y León y Castilla-la mancha, lo cual no me parece bueno. Hace ya algún tiempo, la Junta de Castilla y León me pidió que escribiese un artículo sobre la importancia del erasmismo en Castilla y claro, les dije que si no podía hablar de Alcalá de Henares, eso no tenía ningún sentido».(4)

El Madrid que nos han tratado de vender los políticos estatales, es una ciudad desarraigada y fría, que se convierte para muchos de sus ciudadanos en una simple ciudad dormitorio donde acuden por necesidades de trabajo y abandonan a la más mínima ocasión, para volver a sus lugares de origen.

En el aspecto político, Madrid ha sufrido de forma muy directa, las presiones de los diferentes regímenes centralistas que han regido los destinos del Estado. Es común confundir a Madrid con España. Incluso cuando se habla de las políticas definidas por los gobiernos estatales se suele decir «la política definida desde Madrid», como si los Madrileños tuviésemos algo que decir en lo acertado o desacertado de las decisiones de los diferentes gobiernos que residen en nuestra ciudad.

Lo primero que tenían que hacer los políticos estatales, es tener un mínimo cuidado y respeto cuando hablen de Madrid y su Provincia para que los Madrileños no nos veamos influenciados por sus luchas y desmanes

En cualquier caso y a pesar de esta situación, Madrid ha mantenido vivas sus señas de identidad castellanas. Ya he dicho que de una forma clara hasta el siglo XVII pero incluso durante los siglos XVIII hasta la finalización de la 2ª República, Madrid era una parte indiscutible de Castilla. Quizás de una Castilla monopolizada excesivamente por España pero no se cuestionaban las señas de identidad castellanas de la ciudad y de la provincia.

Acontecimientos como la firma de «El Pacto Federal castellano» que se llevo a cabo durante la I República y en el que se constituía una Federación Castellana formada por las 17 Provincias históricas incluida Madrid, el tratamiento que hicieron de Castilla los intelectuales de las generaciones del 98 y del 27 y en los que consideraban inequívocamente a Madrid como parte integrante de sus diferentes reflexiones sobre nuestra tierra o incluso el orgullo de la castellanidad de Madrid que de forma tan continua reflejaba Manuel Azaña en sus diarios, son muestra de que en la mente de las gentes que habitaban y vivían esta ciudad y provincia, estaba la idea y el sentir castellanos.

Posiblemente el peor periodo de identidad castellana de Madrid, la hayamos sufrido desde la constitución de las Comunidades Autónomas.

La búsqueda desesperada de una identidad específicamente Madrileña ha llevado a verdaderas aberraciones culturales contra el pueblo de Madrid y a un ocultismo vergonzoso de la realidad socio-cultural de esta ciudad y provincia.

No tenemos más que hacer un recorrido por los libros de texto que tratan la historia de Madrid y que son la semilla de nuestros jóvenes, para darse cuenta de lo que digo. Los jóvenes Madrileños, desconocen que Madrid ha pertenecido a Castilla La Nueva hasta hace escasamente veinte años.

Se ha negado y ocultado deliberadamente, cualquier nexo histórico, cultural o social con Castilla y se ha llegado al punto de obviar el significado que se les dio a los propios símbolos autonómicos de la Comunidad. Un ejemplo esta en la información que se daba sobre el significado de la bandera, incluida la información facilitada por la propia web de la Comunidad, y en la que mencionaba tan solo la simbología de las estrellas que la componen. Por suerte, hace menos de un año, la Comunidad incluyo la información completa de este símbolo, que aunque sin contenido real para los castellanos, al menos deja claro la realidad étnica Madrileña:

«La bandera ostenta el mismo color rojo (carmesí) del escudo y por ello identifica, de forma inequívoca, su pertenencia a la Región Castellana».

A pesar de estos años especialmente duros para los castellanos de Madrid, la realidad Madrileña en este último año parece estar dando un giro prometedor hacia su reencuentro con la identidad castellana.

El resurgimiento de grupos castellanistas en el ámbito político y cultural de Madrid y especialmente, el trabajo de incesante divulgación llevado a cabo por las asociaciones culturales castellanistas englobadas en la Federación de Grupos Tradicionales de Madrid, ha ido dando como fruto el resurgimiento, en ciertos ámbitos socio-culturales Madrileños, de un deseo, cada vez mayor, de recuperar la identidad castellana de esta provincia.

Por otra parte, los políticos

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