Así, no deja de ser curioso el persistente esfuerzo de la Junta de Castilla y León por circunscribir el episodio de las Comunidades de Castilla exclusivamente a la meseta norte, llegando a hablar de “Los Comuneros de Castilla y León” y olvidando de manera nada casual que era un toledano, Juan de Padilla, quien comandaba el ejército comunero en Villalar, o que una de las columnas más numerosas en aquella infausta batalla estaba formada por los madrileños liderados por Juan de Zapata, al tiempo que la lucha sin cuartel que las Comunidades daban en la Sagra y la Mancha a las Órdenes Militares estaba acaudillada por el obispo comunero de Zamora, Antonio Acuña.
Aún así, quizás no haya encontrado yo intento más pueril de tergiversar la historia de Castilla, pretendiendo ahormarla al estrecho límite geográfico e institucional de las actuales comunidades autónomas, que un libro destinado a escolares, editado por la Junta de Comunidades, donde se citaba a Alfonso X “el sabio” como Rey de Castilla-La Mancha.
En fin, volviendo a Los Comuneros, dentro del escaso conocimiento que nuestra población tiene de tan interesante y original fenómeno histórico, un lugar común nos dice que, tras la derrota de Villalar y la inmediata ejecución de los capitanes Padilla, Bravo y Maldonado, el 24 de abril de 1521, las ciudades rebeldes se fueron sometiendo de forma inmediata al poder imperial de Carlos V y el espíritu de las Comunidades se disolvió rápidamente, como un azucarillo en una taza de café.
Son todavía pocas las personas que saben que la Guerra de las Comunidades no acabó en Villalar, sino que continuó durante meses en las zonas más occidentales de Castilla, y muy especialmente en la ciudad en la que surgió: Toledo. Tras recibir la capital del Tajo las noticias del desastre de Villalar, y después de un breve el luto por la pérdida de sus mejores, Toledo, bajo la dirección de María Pacheco, viuda de Padilla, resistió heroicamente el asedio de las tropas imperiales hasta el 25 de octubre, soportando bombardeos artilleros y sufriendo sangrientas y numerosas pérdidas en cada imprescindible salida en busca de provisiones.
Pero la rendición de los comuneros toledanos pareció poco a la soberbia nobleza realista, que no entendía la victoria sin la plena humillación y exterminio de sus enemigos populares; así, tras los incidentes que se produjeron en las calles toledanas, el 2 de febrero, cuando el cabildo catedralicio celebraba la elección del regente Adriano como Papa, tuvo lugar el “último Villalar de Castilla”. El 3 de febrero de 1522, cuando en las calles de Toledo, los comuneros volvieron a enfrentarse a los imperiales, en una batalla perdida de antemano, pero que permitió a María Pacheco huir hacia Portugal, hallando la muerte en Oporto, en 1531, a la edad de 34 años.
Villalar y los Comuneros han ejercido siempre un efecto magnético, a lo largo de los últimos trescientos años de la Historia de España, sobre aquellos que soñaban con la libertad, con la democracia, con la justicia social, con la identidad de Castilla. Por ello no es sorprendente que fuera Villalar el ágora elegida el 23 de abril de 1976 por quienes reivindicaban “Autonomía y Libertad”. Y tampoco debería sorprendernos saber que, en el Sur de Castilla, la memoria del 3 de febrero de 1522 ha animado a regeneracionistas, ilustrados, federalistas, liberales, regionalistas y progresistas desde mediados del siglo XVIII.
Recogiendo esa tradición, en febrero de 1989, los castellanistas recuperaron el Homenaje a los Comuneros de Toledo, en la Plaza de Padilla, el lugar donde se alzaba la casa de María de Pacheco y Juan de Padilla, y que Carlos V ordenó derribar, arar y sembrar de sal, para que ni las malas hierbas crecieran en el solar que albergó a sus más detestados enemigos: los Comuneros. Desde entonces, y ya van veintisiete años consecutivos, el espíritu de los Comuneros congrega a varios cientos de castellanos el primer fin de semana de febrero.
Allí se han oído voces contra los previstos Campos Militares de Anchuras y Cabañeros, contra el Trasvase Tajo-Segura, contra las Centrales Nucleares de Trillo y el ATC de Villar de Cañas, contra la emigración de los jóvenes y por la anhelada unidad de toda Castilla, así como las poesías de Luis López Álvarez, que ante el recio frío invernal y la épica del ondear de los pendones, nos pone a todos la piel de gallina. Este año 2015, el “otro Villalar” de Castilla se celebrará el sábado 7 de febrero.
A quien quiera aproximarse, con rigor, a lo que supusieron las Comunidades de Castilla, me voy a permitir aconsejarle tres lecturas fundamentales.
En primer lugar, “Las Comunidades de Castilla“, publicado en 1963 por el profesor José Antonio Maravall; cuenta con numerosas reediciones, y claramente deja argumentado el carácter de los Comuneros como la Primera Revolución Moderna. Posteriormente desarrolló con profusión de datos esta tesis el hispanista francés y reciente Premio Príncipe de Asturias Joseph Pérez, en 1970, con su texto “La Revolución de las Comunidades de Castilla“. Finalmente, fue Gutiérrez Nieto quien amplió el estudio de los Comuneros más allá del ámbito urbano en su trabajo “Las Comunidades como movimiento antiseñorial“ publicado en 1973.
Menos académicos, pero de enorme interés son dos trabajos más.
Por una lado, el curioso “El Movimiento de España“, del humanista Juan Maldonado, que debiera ser de obligada lectura para todos los burgaleses, ya que describe la Guerra de las Comunidades centrándose en los episodios desarrollados en Burgos y sus personajes, con el valor esencial de haber sido testigo de primera mano de lo que relata, y de trasladar con realismo las motivaciones que guiaban a los Comuneros en su cruzada. Hoy el conquense Juan Maldonado reposa en la Capilla de la Visitación de nuestra Catedral.
Por otro lado, un interesante documental de la serie televisiva “Mujeres en la Historia“ dedicado a María Pacheco, realizado en 1995, y disponible en la web rtve.es, nos sitúa visualmente en las causas y acontecimientos que se desarrollaron durante la Guerra de las Comunidades.
Finalmente, y para aquellos que se sientan picados por la curiosidad acerca de ese enigmático personaje que fue María Pacheco, me voy a permitir también recomendarles dos trabajos totalmente diferentes: por un lado la novela histórica “La Comunera. María de Pacheco, una mujer rebelde“, de Toti Martínez de Lezea, un texto absolutamente delicioso; por otro lado, el rigurosísimo y documentado libro “María Pacheco“ del historiador Fernando Martínez Gil, publicado en 2005 por editorial Almud.
Vivimos en un año, 2015, en el que la democracia más antigua que conocemos, la griega, todavía se permite formar un gobierno enteramente masculino, sin mujeres. Por ello nos llama tan poderosamente la atención que, hace quinientos años, en Castilla, una mujer de la más alta nobleza, María Pacheco, de la poderosísima familia de los Mendoza, mujer culta y preparada, humanista y renacentista, que estaba llamada a los mayores privilegios, honores y lujos, abrazara conscientemente la causa del Común, se uniera a los plebeyos, a los que nada tenían, y organizara las Comunidades en Toledo, auténticas estructuras autogestionadas de poder popular, tomando finalmente las armas para defender sus ideales, por encima de cualquier cálculo racional.
Una mujer que nunca solicitó el perdón real, que pasó en el exilio portugués años de penurias, enfermedad y miseria, hasta morir, olvidada por todos pero fiel a sus creencias. Una mujer castellana y comunera, que fue enterrada en el altar de San Jerónimo de la Catedral de Oporto y cuya última voluntad, yacer en Villalar junto a su marido Juan de Padilla, sigue pendiente de ser cumplida.
Y una advertencia, estas lecturas pueden no ser inocuas; algunos, al leerlas, han sido febrilmente poseídos por un irresistible fervor comunero, y han devenido en irremediables e incorregibles castellanistas. Lo digo por experiencia.
(Fuente: Artículo de opinión de Luis Marcos, Secretario de organización del PCAS, publicado en burgosconecta.es.
http://burgosconecta.es/blogs/latenadadelcomun/2015/01/29/el-otro-villalar-de-castilla/ )