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Castilla nos une

Castilla nos une

FRENTE AL OLVIDO: GONZALO MARTÍNEZ DÍEZ (Mayo’2006). .. (21/06/2006)

PRINCIPIO estas líneas con la remembranza de un pasaje de la obra literaria de Fernán Pérez de Guzmán que goza de contemporaneidad: «Esta es Castilla que faze los omes e los gasta». Con este breve preámbulo reincido sobre la persona y su quehacer trabado en el silencio de las bibliotecas y archivos sin otra compañía que sus documentos y legajos del recién premiado por la Junta de Castilla y León en la modalidad de Ciencias Sociales y Humanidades Gonzalo Martínez Diez.

Él es un historiador enterizo, de una pieza, sin dobleces en su palabra y convicciones; crítico consigo mismo, sin licencia al halago, ni al aplauso o al galardón oficial. Una persona sencilla de gran fortaleza de ánimo, es el torso recio de un castellano viejo, de un hombre de Tierra de Pinares hecho a golpe de contrariedad y superando las difíciles circunstancias que le tocaron vivir en la secuencia incivil de 1936-39. En su camino no hay rescoldos, solo un ligero equipaje lleno de incansable trabajo sin horario, porque siempre ha interiorizado su vocación de servicio con su pueblo y con su comunidad a través de un esfuerzo ejemplar de humildad y generosidad.

Permítanmelo, más allá de esa convención insincera penetrada de oportunidad y halago, de lo que hoy se llama lo políticamente correcto, sin duda, un fraude a la verdad, una vez fallecido el insigne palentino don Julio González en 1991, Gonzalo Martínez Diez, es nuestro mejor medievalista del reino de Castilla en el panorama intelectual español. En sus centenarios trabajos recobra voz y alma la Castilla gentil, la del conde Fernán González, la de Rodrigo Díaz de Vivar, la Castilla de las Behetrías, la del camino de Santiago, la de la Extremadura de concejos de Villa y Tierra, la de los templarios, la de los monasterios de San Pedro de Cardeña y Fredesval. La Castilla regia de Alfonso VIII, la de Fernando III y de su hijo Alfonso El Sabio, la de alfoces y merindades. Sus gentes, sus fueros y leyes de Partidas, Fuero Real y Espéculo han sido su heraldo, su barco, su mar, su tierra y su destino, y sigue siendo al presente su escenario de vida presidido por el valor de las cosas llanas que enaltece la condición humana.

No es aquí ocasión de observar la forja de su espíritu universitario, labrado en victores de almagre con cinco licenciaturas y dos doctorados, porque seguro que a su sencillez ofendería. Catedrático de Historia del Derecho Español en Madrid desde 1968-1970, luego en San Sebastián durante los cursos 1979-73, pasó a Valladolid en esta última fecha donde cerraría provisionalmente una etapa hasta 1994. Más allá de su peripecia profesoral, interesa subrayar su honda convicción por el trabajo exigente y bien realizado de casi medio centenar de libros y 175 artículos de investigación tallados en la soledad de su gabinete y en un sinfín de archivos, en la disciplina y el tesón, lejos del ensayo y de trabajos de aliño al uso, hurtando tiempo al tiempo para interpretar miles de documentos y anotar sus inseparables citas de consulta. Para él no cabe ni la improvisación ni la conjetura ni el afeite literario. Es un inconformista basado en el rigor y en la solidez argumentativa, fiel a su compromiso de honradez con la verdad científica.

Estamos ante un modelo de intelectual honrado que no ha buscado nunca el atajo ni la componenda, es sincero consigo mismo; sinceridad que trasmite a los demás por muy dura y cruda que ésta pueda resultar. Su obra científica está volcada a compartir con todas aquellas gentes anónimas que acudían a escucharle, cuando generosamente entregó su tiempo para alzar la voz de sus creencias autonómicas, allá por el año 1975 en lo que fue Alianza Regional. Su puerta siempre ha estado franca, no conoce horario ni estorbo físico ni desánimo. Siempre la palabra razonada, el juicio lúcido y fundamentado y, sobre todo, la voluntad de continuar y avanzar en el conocimiento histórico.

Es un maestro que profesa vocacionalmente la amistad en el que no cabe renuncia sino perseverancia. Sin duda, hemos sido altamente afortunados sus discípulos y más sus amigos porque todavía su sobrio consejo u opinión alzada resulta ser una auténtica lección abierta. Es un magnífico historiador y un impenitente conversador que disfruta transmitiendo; pero como castellano de tierra profunda, camina sin molestar. Hay en su existir como un surco de infanzonía por el que siempre regresa a sus orígenes, a su pueblo y a sus gentes que ama por encima de cualquier tributo y distinción.

Por ello, nunca es tarde si la dicha es buena. Felicitaciones al jurado por el acierto y la valentía de promover laurel a este gran castellano e insigne historiador del derecho. Y al homenajeado, Padre Gonzalo, gratitud por su entrega, ejemplo y amistad.

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