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Castilla nos une

Castilla nos une

Juventud Castellana (I): Exilio. (Diciembre 2014).

Castilla, a la muerte de Isabel era, probablemente, el reino más pujante y dinámico de la Europa de su época, y para mí personalmente, más que fijarme en portentosas gestas militares, me llama la atención una sociedad castellana, con vigorosas ciudades, llenas de poderosas realidades industriales, comerciante y viajera, sede de ferias internacionales y creadora de innovadoras fórmulas empresariales, abierta a nuevas ideas y pensamientos humanistas y renacentistas, con pobladas y respetadas universidades, que debatía sobre los derechos humanos, y que pretendía construir nuevas formas de gobierno más democráticas, ya fuera en los concejos municipales como en las Cortes del Reino, anticipando modelos constitucionales y parlamentarios que británicos, franceses y norteamericanos emularían siglos después. Una Castilla, que vería frustrados sus sueños de modernidad y de libertad, poco después, un lluvioso 23 de 1521, en las extensas eras de la pequeña aldea de Villalar, para ser sometida al absolutismo y a los intereses dinásticos que representaba emperador Carlos V. Una Castilla que, incluso una vez torcida su auténtica vocación, aún albergaría energías suficientes para mantener durante 300 años un Imperio ajeno, donde nunca se ponía el sol, sufragando con su oro y sus hombres guerras y proyectos imperialistas, que la dejaron totalmente exhausta a principios del siglo XIX.

Y uno de los aspectos que caracterizaba a esa Castilla de comienzos del siglo XVI, era su capacidad para atraer artistas, soñadores, exploradores, intelectuales, guerreros, escritores, arquitectos, financieros o médicos. Una Castilla que reclamaba y conseguía los mejores recursos humanos de su época, y que hacían de su boyante demografía, un sólido pilar de su contundente peso geoestratégico.

Hoy las cosas no son así. Hace ya mucho tiempo, tanto que no lo podemos recordar, que los castellanos y las castellanas se marchan de sus pueblos, se van de su tierra. Nuestra memoria tiene grabadas a fuego las imágenes de nuestros emigrantes, de los jóvenes que marcharon a las ciudades, que llenaron los arrabales capitalinos, que impulsaron el funcionamiento industrial, educativo y administrativo de regiones vecinas, que cruzaron el océano o habitaron los países centroeuropeos. Lo hemos interiorizado, para nosotros, aunque no es verdad, siempre fue así.

Pero este éxodo demográfico, asumido e interiorizado, que ha despoblado comarcas enteras de Castilla, convirtiéndolas en auténticos desiertos demográficos, como un diabólico virus, ha mutado hacia formas infinitamente más destructivas. La crisis económica que se inició en 2007, con las remotas “subprime neyorquinas”, ha traído consecuencias tan devastadoras, que hoy en día seis de cada diez de nuestros jóvenes planean emigrar a otros países en busca, no solo de un empleo, sino de una oportunidad para diseñar su propia vida, algo que se les niega en la tierra de sus padres.

Nuestros jóvenes se van, y se van a ir todavía más, en cantidades masivas, de forma irreversible, para siempre si no lo remediamos. Se van, o como dicen ellos, les echan, porque la inmensa mayoría de nuestros jóvenes, preferirían echar raíces en el venerable solar de sus mayores. Pero un 60% de desempleo entre los menores de 30 años, los contratos precarios, la desigualdad social, la corrupción, los salarios que no llegan a final de mes, la sobrecualificación para los escasos puestos de trabajo que se ofrecen, etc… son razones de peso, que empujan al más pintado a actualizar los datos del pasaporte y hacer la maleta.

Si consideramos la Castilla total, esa que va de norte a sur, desde el Cantábrico a Despeñaperros, y de este a oeste, desde la Sierra de Alcaraz al Bierzo, nuestra tierra alberga unos doce millones de habitantes, de los cuales aproximadamente casi 2,5 millones entran en esa difusa categoría de jóvenes (entre 18 y 30 años). Pues bien, si las estadísticas no nos engañan, el 60% de los mismos -¡¡¡ni más ni menos que 1,5 millones!!!- estarían buscando destino laboral y vital fuera de España. Y ya se han marchado 100.000 jóvenes castellanos al extranjero, según el INE, y casi 250.000 según los datos de la socióloga Amparo González, de la Fundación Alternativas. Son jóvenes que creen a pies juntillas que si se quedan en la Meseta, vivirán peor que sus padres, que nunca tendrán un empleo estable ni bien pagado, que la corrupción está generalizada en su país, y que son absolutamente pesimistas respecto a su futuro laboral. Son jóvenes que consideran “con razón- que la formación recibida les capacita sobradamente para desempeñar un trabajo (de hecho, casi las dos terceras partes de los mismos continúan estudiando). Nuestros jóvenes se van a ir, aunque no sepan muy bien donde, ya que como reconocen tres de cada cuatro de quienes ya preparan las maletas, no tienen la menor idea de lo que significa vivir en otro país, no es el espíritu aventurero el que les anima precisamente.

Y desgraciadamente no hablamos de un futuro condicional que no sabemos si finalmente tendrá lugar. La experiencia de estos siete años de crisis económica nos deja datos escalofriantes. Por ejemplo, 7.000 jóvenes leoneses se marchan cada año de su provincia; en Guadalajara son más de 1.300; otros 2.500 se marchan anualmente de Burgos y son 2.000 los jóvenes que cada ejercicio dejan Ciudad Real. Y a pesar de que se van, el panorama que dejan tras de sí es completamente devastador; así por ejemplo, en Ciudad Real, el paro juvenil asciende al 62% y durante la crisis se han destruido 6.000 empleos anuales ocupados por jóvenes, y de los nuevos empleos que ocupan los jóvenes, el 98% tiene carácter temporal.

Esta realidad además, actuará como la gasolina sobre el fuego, en lo que respecta a uno de los peores problemas estratégicos de Castilla: la despoblación, que afecta al 80% del territorio de Castilla. Recientemente se hacía público el dato de que la región más despoblada de toda Europa, ya no era la remota Laponia (que nunca estuvo realmente poblada, más allá de unos pocos miles de pastores de renos), sino un territorio a tiro de piedra, que casi podemos divisar desde las torres góticas de nuestra catedral de Burgos; se trata de la región conocida como “Serranía Celtibérica” que se extiende desde la Tierra de Lara burgalesa, por las sierras de Urbión, Cameros, La Demanda, Cebollera, etc… siguiendo el montañoso Sistema Ibérico, a través de provincias como Burgos, Soria, La Rioja, Guadalajara, Cuenca y Teruel hasta el Maestrazgo castellonense… sí, el mismo itinerario que recorrieron las mesnadas de Rodrigo Díaz de Vivar camino del destierro a mediados del siglo XI. Entonces, por ejemplo Atienza tenía siete iglesias y tres ermitas; hoy junto a los pueblos de su entorno reúne a 450 habitantes, la mayoría de los cuales militan ya en la tercera edad.

La “Serranía Celtibérica” tiene una extensión superior a los 63.000 kilómetros cuadrados (el doble de la superficie de Bélgica), con una densidad media inferior a 8 habitantes por kilómetro cuadrado, y de sus 1.632 municipios, solo cinco superan los 5.000 habitantes, y si consideramos las vastas extensiones entre las provincias de Soria y Guadalajara, esa artificial y ficticia barrera entre Castilla y León y Castilla-La Mancha, su densidad de población es inferior a un habitante por kilómetro cuadrado. No encontramos nada similar ni en Laponia, ni el Desierto del Sahara, ni en las planicies de Mongolia…. Para una cosa en que estamos a la cabeza de todas las estadísticas, resulta que no es nada bueno….

El panorama no es nada optimista, pero nunca he pensado que regodearnos en nuestras desgracias sea de la más mínima utilidad para seguir adelante. En el siglo I antes de Cristo, un desconocido y joven esclavo tracio llamado Espartaco dijo ¡basta! y tembló todo el Imperio romano. Jóvenes eran quienes en Mayo de 1968 levantaban los adoquines de las calles de París, y el mundo no volvió a ser igual y jóvenes eran quienes llenaron las plazas de nuestras ciudades el 15 de mayo de 2011 pidiendo una democracia real, y nuestro país cambió para siempre. Cuanto más viejo, más soñador me vuelvo, y quiero pensar en que un día, esos jóvenes que se marcharon de su tierra, volverán… sí, volverán a la tierra de sus padres. Volverán maduros, preparados y decididos para reconstruir la Castilla que dejaron, orgullosos de venerar las tumbas de sus mayores, intolerantes frente a un caciquismo secular que arrancarán con la fuerza del viento del norte, valientes para asumir que sus hijos nazcan en pequeños pueblos que ya desconocen para que sirven las pilas bautismales…

Volverán, no lo dudéis, volverán como esos 2.500 jóvenes que se han incorporado al campo en los últimos cinco años en Castilla y León, o los casi 4.500 que lo han hecho en Castilla-La Mancha. Volverán, porque en su corazón sienten que deben volver, que algún día deberán regresar, movidos por el mismo instinto y la misma querencia que, cada mes de febrero, vuelve a poblar de cigüeñas los nidos de nuestros campanarios.

Volverán, porque como afirma el Poema de nuestro buen Conde, “aunque pobre y de poca valía, nunca de buenos hombres fue Castilla vacía”.

 

(Fuente: Artículo de opinión de Luis Marcos, Secretario de organización del PCAS, publicado en burgosconecta.es. http://burgosconecta.es/blogs/latenadadelcomun/2014/11/30/juventud-castellana-i-exilio/ )

 

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