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Castilla nos une

Castilla nos une

LA LENGUA CASTELLANA. Juan José Molina Robledo. Tc-Pnc Guadalajara, Ener. (27/01/2004)

La lengua castellana
Juan José Molina Robledo
Presidente Provincial de TC-PNC Guadalajara. El Decano de Guadalajara · 2 de Noviembre 2001

Asistimos atónitos desde Tierra Comunera a la celebración en el corazón de Castilla, en Valladolid, del congreso de la «lengua española», en fechas recientes. Creemos imprecisa y desafortunada esa denominación de «española», en primer lugar, porque es incompatible con la Constitución española votada en 1978, que dice expresamente en su artículo 3, apartado 1: «El castellano es la lengua española oficial del Estado». Dicho esto, sólo nos cabe pensar que los que denominan a la lengua castellana como «española» están incurriendo en una interpretación alegre e incorrecta del mandato constitucional, lo que deja mucho que decir de aquellos que deben velar por nuestra carta magna y su cumplimiento. ¿O es que se puede aplicar la Constitución a gusto del consumidor? Señores del congreso (de la lengua y de los diputados), seamos serios y coherentes, por favor.

En segundo lugar, creemos que esta inoportuna manera de llamar al castellano discrimina a las demás lenguas: catalán, eusquera, gallega, aragonés, bable, que también son españolas, y como dice convenientemente el artículo 3 de la Constitución, ya en sus apartados 2 y 3: «Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas comunidades autónomas de acuerdo a sus estatutos» y «La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección». Esto va por los que todavía no han leído ni un solo párrafo de la Constitución y aseveran verdades que no son, y para aquellos que todavía creen que las demás lenguas del Estado son inferiores y motivo de desprecio, mofa o cosas parecidas.

Creemos que dicha denominación fomenta el separatismo de los pueblos del Estado, aspecto que tanto preocupa a los que defienden la «lengua española». ¿Se trata pues de uniformar el Estado como se hizo desde tiempos pretéritos, los más recientes en el siglo XIX y luego en el Franquismo? Es lamentable, pero la amenaza de un nacionalismo españolista, excluyente, reaccionario y uniformador no cesa de dar zarpazos a la común y anhelada convivencia y diálogo que podría fomentarse entre los pueblos del Estado.

Basta ya de manipulaciones y tergiversaciones sobre Castilla, un pueblo y una tierra que fue nación y estado mucho antes que España. Tantas veces negados sus derechos y su identidad, sostenedora del Estado por imperativo, y acallada secularmente por dictadores como Carlos V, Felipe II o Franco. La fragmentación de nuestra tierra en distintas comunidades autónomas (Castilla y León, Castilla-La Mancha, Comunidad de Madrid, Cantabria y La Rioja- por cierto, cuna de nuestra lengua castellana-) hace que la idea de Castilla se desdibuje en el conjunto del Estado. La negación de sus señas de identidad, sus fueros e instituciones seculares, la falta de reconocimiento como nacionalidad histórica, la pérdida de peso en el contexto del Estado, la ausencia de desarrollo industrial en amplias zonas, y la emigración, han provocado que una nación que fue de las más modernas de Europa en el siglo XVI hoy asista al rapto de su identidad más llamativa y cosmopolita: su lengua. Creemos que el Estado español no sólo se conforma con anular y negar a los castellanos, sino que además utiliza nuestra cultura y nuestro patrimonio para sí, sin reconocer de dónde les han sido dados. Recordamos ahora a Claudio Sánchez Albornoz: «Castilla hizo a España, y España deshizo a Castilla».

En este congreso de la lengua, pocas han sido las intervenciones referidas a la denominación «castellana», salvo las palabras de Miguel Delibes y de algún académico y escritor iberoamericano. Una lección sin duda para los castellanos que no reconocen el nombre de su lengua. Por tanto, ¿se podría entender la historia del estado español sin el conjunto de pueblos que lo han formado? Entonces, ¿porqué empecinarse en negar la participación como naciones de Castilla, Aragón, Cataluña, etcétera, en esa tarea? Como ejemplo, Inglaterra, aunque es sabido que es una parte fundamental y preponderante en la formación del Reino Unido de la Gran Bretaña y del que fue Imperio Británico, no ha perdido su singularidad, peso en el estado, territorialidad, ni por su puesto su cultura y su lengua. A nadie en su sano juicio se le ocurriría denominar «lengua británica» al inglés, por mucho que lo hablen en Norteamérica, Australia o Hong Kong. Sería un disparate que a nuestra lengua la empezáramos a denominar «hispanoamericano» o «iberoamericano» por el hecho de que la compartamos con los pueblos de América, ¿verdad? Por eso mismo, consideramos otros disparate que a la lengua castellana se la denomine «español», porque la compartan otro pueblos de España.

Por ello, instamos a los responsables de los futuros congresos de la lengua a llamar a las cosas por su nombre, y también como dice nuestra constitución vigente. Nuestra lengua tiene nombre: castellano.

«Con el castellano podemos atravesar 20 fronteras sin que perdamos comunicación”
Vicente Fox. Presidente de México. En el discurso de inauguración del Congreso.

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