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Castilla nos une

Castilla nos une

LA PROPUESTA COMUNERA A LAS PUERTAS DEL SIGLO XXI. Fidel Cordero. TC-PNC Madrid. (24/09/2001)

LA PROPUESTA COMUNERA A LAS PUERTAS DEL SIGLO XXI
Fidel Cordero. TC-PNC Madrid

Cara al 2000 que se nos viene encima, hoy no basta ya con adscribirse a los movimientos sociales más dinámicos y prestigiosos -ya admitidos en el pensamiento oficial, aunque sea hipócritamente- (ecologismo, pacifismo, solidaridad, y ese largo etcétera). Debemos además, consolidar una propuesta constructiva propia, diferenciada y relevante, que nos ponga en vanguardia; una propuesta propia articulada en lo ideológico y articuladora de lo político, establecida en torno a tres planteamientos tan históricos como vigentes. Estos tres planteamientos pueden así dar respuesta a la lógica cuestión de qué significa hoy -fuera de la obvia reivindicación castellanista- ser comunero:
1- significa defender la Soberanía popular, que reside en el común, y que por tanto no puede ni debe ser alienada como hoy sucede en una clase política con intereses propios ajenos a ese interés del común que no se define desde la ya caduca oposición izquierda-dercha, progresistas-conservadores, sino desde la oposición arriba abajo, situándonos del lado de los que desde abajo constituyen el cuerpo social y no desde los que desde arriba detentan el poder

2- ser comunero significa por tanto defender la democracia abierta, participativa, desde los barrios, concejos, instituciones productivas, educativas o cualesquier otro colectivo con entidad social efectiva. No se puede alienar la soberanía ni siquiera por un período limitado en el tiempo. Los elegidos para dirigir los asuntos públicos han de serlo desde abajo, a propuesta de los propios ciudadanos, y han de estar constantemente sujetos a revocación y obligados a consultar y debatir los asuntos públicos -que en todos repercuten- con esos mismos todos que deben decidir sobre ellos.

3- Y en tercer lugar, defender el común es defender la productividad, frente a sistemas políticos que sostienen o necesitan clases muertas, pasivas, con la excusa de la terciarización, la competencia internacional o la conveniencia para extensas partes de Castilla de convertirse en una reserva turística para el resto de Europa. Defender la productividad es defender -contra la especulación y el clientelismo de las subvenciones-, la viabilidad de ser y sentirse útil ejerciendo un trabajo que enriquezca y no esclavize. Un trabajo que enriquezca personalmente y que dé a la comunidad una utilidad, un trabajo en unas condiciones que garantizen el reparto justo del esfuerzo, la racionalidad de las jornadas de trabajo, la formación permanente, el ocio digno y constructivo y la solidaridad internacional.

Impidiendo así que la explotación del trabajador en amplias regiones del mundo esté premiada además económicamente, al hundir en el juego de la libre competencia a las empresas de los pueblos que han llegado a un cierto nivel de exigencia en sus condiciones laborales. Las tecnologías actuales pueden proporcionarnos reducciones sensibles de la jornada laboral, respeto al medio, y solidaridad internacional. Ser comunero debe ser también luchar porque estas tecnologías, herencia común del pasado y del presente, se usen en bien del común, mundialmente, y no en daño de muchos, peligro de todos, y beneficio de unos pocos.

Una política que se defina desde lo castellanista exclusivamente, pudiendo sin duda recoger apoyos, y siendo claramente defendible como la defensa de lo nuestro, tiene el peligro de ser percibida como indefinida a nivel ideológico, insuficiente por tanto, y lo que es peor, oportunista en el juego de los partidos y los pactos postelectorales. Esto ya ha sucedido en otras nacionalidades del estado, y los grandes partidos estatales aprovechan su fuerza en la opinión pública para intentar que se perciba así a cualquier grupo minoritario nacionalista.

Podemos ser vistos como otro más de los grupos que intentan desde una defensa de lo propio carente de proyecto político definido, establecerse como grupos bisagra, acaparando poder local en porcentajes que van más allá del apoyo ciudadano recibido.

Sería imperdonable incurrir en este riesgo cuando además se parte de una opción nacionalista como es la castellana de Tierra Comunera, que entronca con una memoria colectiva compartible y no excluyente, de defender lo propio y lo de todos, oponiéndose heroicamente al imperialismo y a la manipulación del poder financiero extranjero.

Este punto de partida es la base emocional en la que apoyar la estrategia de Tierra Comunera: la gesta romántica de los héroes comuneros. Lo que hoy por hoy se conoce de los comuneros, y lo que tiene connotaciones positivas tanto para muchos de los que se sienten de izquierdas como para algunos de los que se sienten de derechas.

Porque puestos a traer la historia al presente, que es de lo que se trata, la propuesta comunera histórica sigue siendo válida y estando vigente en al menos tres aspectos claves en la estructuración de una oferta ideológica distintiva y relevante, que aglutine y dé coherencia al nacionalismo castellanista, y agrupe alrededor de nosotros algo más que el mero defender lo nuestro.

De estos tres aspectos, el primero y más asumido hoy fue la reivindicación de la soberanía popular. Aquellos comuneros dijeron al emperador que era sólo un mercenario del pueblo, que el pueblo era soberano, y que la ley debía ser igual para todos. Esto parece ya hoy una lección aprendida, al menos teóricamente, pero no lo es tanto en la práctica porque en la práctica se conecta con el siguiente punto: ¿cómo estructurar políticamente esa soberanía popular?

Y aquí entramos en el segundo punto, algo mucho más vigente porque hoy la democracia tal como se ha formulado y desarrollado está en crisis. No hay confianza en un sistema donde abiertamente los lobbies presionan para sus intereses y los grandes partidos son oficinas de marketing electoral, con cenas pagadas a los candidatos por empresarios eminentes, ya se supone para qué. Se percibe que la política se hace desde arriba, que el ciudadano consumidor es sólo un votante que cada cuatro años elige entre Málaga y Malagón. Contra este modelo descendente de decisiones, de arriba abajo, que en el mejor de los casos se parece al viejo: , la filosofía democrática de los comuneros era y debe ser la que hoy se reclama: una participación mayor de la ciudadanía, canales permanentemente abiertos de comunicación ascendente, para poder quitar a los representantes que fallan o traicionan la voluntad popular, y posibilidad de intervenir directamente en las decisiones importantes. El concejo abierto es uno de los modelos, quizá el más conocido. Frente a la democracia de los lobbies anglosajona, la tradición sin élites castellana. Elecciones directas en barrios de grandes ciudades, en pequeños pueblos, y también en las universidades, o en las empresas en las que se trabaja; elección de delegados que elijan a nivel provincial otros que luego formen a nivel nacional una junta de gobierno, que pueda tener como aquella tuvo una capitalidad itinerante, y sin necesidad de que este gobierno sea presidido por un presidente o un jefe, con los riesgos del cesarismo; una junta de gobierno compatible con otras instituciones legislativas y judiciales igualmente democráticas y participativas; y por supuesto respetuosa con las autonomías locales.

En fin, la articulación sería objeto de un estudio más detallado y variable localmente, pero lo importante a mantener y reivindicar es el espíritu, el principio de democracia ascendente y participativa antes que representativa.

En una democracia así el debate sería permanente, dando al cuerpo social un dinamismo del que hoy tristemente carece. Hoy vemos al ciudadano dormido en una apatía resignada que no sólo afecta a la política oficial, sino que afecta a la propia convivencia, a la alegría de construir juntos, a la confianza en el otro. Nuestro mundo vive uno de los momentos de discurso social más empobrecido, ajeno a la vitalidad que ha caracterizado a los períodos revolucionarios. No se habla ni del tiempo. Sólo de nuevos instrumentos para poder hablar mejor, ¿de qué?

En tercer lugar, una propuesta por recoger de la tradición comunera el aspecto económico, siempre uña y carne (más carne que uña) con la política. Aquí la enseñanza de los comuneros fue la defensa de la producción frente a la especulación comercial. Igual que defendieron entonces promocionar la industria lanera propia, evitando que toda se fuera a Flandes dejando a Castilla atrasada y empobrecida; hoy nos cumple evitar de nuevo que Castilla se convierta -con la excusa de que el sector servicios es el más boyante hoy y será el predominante en el futuro-, en un yermo en buena parte del Norte, mientras sus recursos humanos y materiales se le escapan permanentemente.

Y aquí de nuevo no se trata sólo de defender lo nuestro, como buenos nacionalistas, se trata de proponer un modelo válido de organización económica, que no dependa de las obsoletas teorizaciones de la izquierda y la derecha oficiales, sino que cambie de perspectiva, proponiéndose partir de las necesidades y los deseos del ciudadano consumidor y productor, antes que de un modelo macro de dudosa eficacia a la postre. Las necesidades y los deseos de la gente analizados desde la vida real cotidiana, desde el trabajo y el ocio que nos la estructuran.

¿Qué hay más vigente ni más urgente que la organización del trabajo en nuestra sociedad cuando es una experiencia diaria la insatisfacción a nuestro alrededor tanto del joven que entra a trabajar 10 años más tarde de lo que querría, como del prejubilado al que sacan de trabajar también 10 ó más años antes de lo que querría, o del parado que no trabaja lo que querría y necesita; conviviendo al mismo tiempo con la insatisfacción también del pluriocupado adulto que trabaja 12 ó 13 horas, sin duda mucho más de lo que querría, sin tiempo para vivir ni siquiera para formarse con una cierta calma?

¿Y qué hay ante eso más evidente que una necesidad apremiente de reparto laboral? Si Tomás Moro –no un visionario, sino el canciller de Inglaterra en una de sus épocas más prósperas- calculaba cuatro horas de trabajo si el trabajo se repartía, ¿qué no se podría conseguir con la tecnología actual? Desde luego, tiempo para superar el viejo esquema de las 8 horas para el trabajo, 8 para el descanso y 8 para la formación. Tiempo para en un mundo donde la formación es necesariamente contínua, se puedan dedicarle al menos 2 ó 3 horas diarias, sin que el resto del tiempo dedicado a la obligación supere las 4 ó 5 horas que suman un total razonable. Tiempo para vivir y para disfrutar de un ocio cuya oferta requiere una revisión igualmente profunda, incluso radical.

Efectivamente, hoy el ocio se concibe y se nos ofrece como algo residual, como basura, literalmente. Es un insulto a la dignidad humana y sobre todo a la de aquellos que como los jóvenes más tiempo dedican al ocio. Un ocio embrutecedor, sin ofertas reales de un ocio constructivo, es la pieza que cierra la insatisfacción del hombre actual. Como parte del mismo despropósito. Y ahí también habría que decir algo, a nivel de medios de comunicación, por supuesto, y de espacios públicos, por supuesto, y de oferta de actividades, por supuesto, y de creación literaria y artística, por supuesto. En esto los comuneros primitivos no nos ofrecen sugerencias directas, pero sí que hay en la defensa de la propia tradición y de la propia peculiaridad, que se desarrollan día a día, bases para que no nos colonize la globalidad alienante de la telebasura y el vídeojuego.

La propuesta Comunera debe ser ofrecer una alternativa ideológica diferente y relevante, aglutinada alrededor del ejemplo -hoy vigente aún- de los comuneros, cuyo recuerdo despierta siempre y a todos los castellanos tan positivas evocaciones. Además del nacionalismo reivindicativo, y junto a él, y por debajo de él, como su sustrato más sólido.

Sé que la propuesta es ambiciosa, incluso utópica, pero su utopismo es pragmático, no basado en pensamientos teóricos totalizantes, ni en una mera evocación romántica del pasado, reducida a salas de museo, sino en las mejoras que urgen a nuestros conciudadanos, a nosotros mismos, las mejoras posibles y necesarias, las mejoras que puede marcar un camino nuevo e ilusionante a la acción política de los castellanos de hoy.

Y a propósito de utopías, y frente a tanto realismo y tanto posibilismo rastrero, una interrogante final: ¿no es hora ya de que los comuneros nos enfrentemos de nuevo a los realistas?

Fidel Cordero

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