LAS RAÍCES DE UN PUEBLO
Juan Pablo Mañueco. 1983
Nación castellana. ¿Subdivisiones o regiones dentro de la misma Castilla?
El de Nacionalidad o Nación es un término cultural y político que difiere diametralmente del concepto geográfico de Región física o comarca.
Mientras que el primero designa a una colectividad humana con una misma lengua y cultura, con una historia compartida y unas manifestaciones etnológicas afines, el segundo se orienta más bien hacia el territorio.
Por ello, dentro de una misma nación humana, podrían existir diferentes regiones geográficas o comarcas físicas, diferentes paisajes, etc., sin que esto afectara para nada a la unidad superior de dicha colectividad nacional.
En el caso de la extensa Castilla, tampoco nada impediría el reconocimiento de regiones dentro de ella para los efectos que se juzgue convenientes, siempre que se salvaguarden también las identidades comunes que ofrecen tales tierras, que en todo caso serán mayores que sus diferencias. Pero materia es ésta de la que podremos ocuparnos posteriormente con algún detalle.
La identidad nacional de todas las provincias de Castilla
Todo, absolutamente todo, identifica nacionalmente (en tanto que tal País, que tal Nacionalidad) a las provincias castellanas de Toledo y de Ávila, de Cuenca y de Burgos, de Soria y de Guadalajara, de Segovia, de Valladolid o de Salamanca, porque son las mismas las características étnicas de las gentes que las habitan.
Pero ocurre, además, que todo identifica nacionalmente, repitámoslo, en un sentido de Nacionalidad a Santander y a Palencia, a Burgos y a Logroño; no sólo porque la lengua, la cultura, la historia y la etnia sean las mismas, sino porque Castilla está irrenunciablemente vinculada a la tierra santanderina y riojana, dado que Castilla allí se gestó, allí se originó; y allí se alumbraron los pasos iniciales de la castellanidad, por lo cual resulta inexplicable e incomprensible la realidad castellana básica de estas tierras fundacionales, y, por eso mismo, irrenunciables.
Aquellos que pusieran en duda la identidad común castellana de cualquiera de estas provincias, afirmando que nada tienen que ver entre sí, seguramente se apresurarían a hacer profesión de su fe en la innegable españolidad de las mismas… Pero resulta evidente que lo que comparten todas estas tierras no es lo español catalán, ni lo español vasco, ni lo español gallego, sino lo español… de Castilla.
Ésta es la paradoja mayor de las muchas que tiene que sufrir el Pueblo castellano: ver como numerosísimas veces es negado en su peculiaridad colectiva, por quienes le privan de sus propias señas de identidad para aplicárselas a España de un modo indiscriminado, succionándoselas, identificando e igualando lo castellano a lo español, en un error interpretativo que no resiste ningún análisis serio y que perjudica a Castilla, en primer lugar, puesto que le priva de sus señas íntimas de identidad y de su personalidad más profunda.
No es, pues, lo español en abstracto lo que une a Toledo, Segovia, Santander, Burgos y Guadalajara…, sino lo español de Castilla, lo castellano.
Porque, en efecto, la Nacionalidad que más perjuicio ha obtenido por esa ceguera ante la realidad plural española, ha sido precisamente la Nacionalidad castellana -inaceptada hasta el presente por completo, a diferencia de otras que siempre obtuvieron una vía, mayor o menor, de aceptación- y la prueba de estos desastrosos efectos que para nosotros ha reportado dicha absoluta negación la tenemos en que hoy se pueda asistir, sin espanto, al desmantelamiento de territorios tan históricamente castellanos y explicativos de nuestra identidad como Santander y Logroño lo son.
La ruina física, la devastación económica, la pérdida poblacional que ha despoblado y vaciado nuestras tierras a lo largo de un proceso ininterrumpido que, desde el XVI hasta aquí, dura ya cuatro siglos, sin que nadie desde entonces haya levantado la bandera de la reivindicación castellana es también suficiente prueba de la negación a la que aludíamos.
La reconocida estructura plurinacional del Estado español no podrá consolidarse coherentemente hasta que no sean reconocidas todas las nacionalidades que lo componen, sin exclusiones; incluida la que quizás sea más obvia: la Nacionalidad histórica castellana, el Pueblo específico de Castilla.
La nacionalidad castellana: límites íntimos
Hay algunos aspectos territoriales internos que conviene todavía analizar. En primer término, las provincias todas de la llamada cuenca del Duero tienen un entramado popular, cultural, económico, histórico, etc., que en buen uso de la razón nadie se atreve a cuestionar.
Ahora bien, su lengua y cultura, su psicología y temperamento son los de Castilla, a secas. No hay diferencia alguna, ni sicológica ni lingüística, ni cultural, entre la población de Agreda, de Aranda de Duero, de Peñafiel, de Tordesillas, de Toro, de Villalón, de Lerma, de Sahagún o de Benavente …Es Castilla la que aporta las características étnicas, las señas de identidad nacionales y populares que a todas estas tierras unifican.
En virtud de dicha necesaria consideración, y puesto que Castilla y León han estado unidos secularmente en todos los avatares históricos, ya en plena Edad Media empezó a designarse a estas tierras con el nombre conjunto de Castilla, exclusivamente.
Tan íntima es la trabazón e interrelación de tales tierras que en los 1300 años que van desde el 711 hasta nuestros días, Castilla y León sólo han estado separados un mínimo período de 80 años y ello compartiendo una misma familia real castellana, ya que dichas separaciones, cuando las hubo nominalmente en la Alta Edad Media, se debieron al sentido patrimonial de la Casa Real de Castilla, que entregaba el reino de León a su segundogénito, reservando Castilla para el primer heredero.
Densísima en inseparable trabazón la de ambos reinos, como inseparable es hoy la unión que les ha transformado y sin duda en lo que, con seguridad, siempre fueron: un Pueblo.
Incluso ciudades que siglos atrás fueron leonesas, se castellanizaron pronto por completo; así ocurrió en el caso de Salamanca, que desde la misma Edad Media comienza a actuar como el principal centro impulsor de la cultura castellana, convirtiéndose prácticamente en su ciudad más representativa.La aceptación de este hecho es ineludible y sólo plantea algún mínimo obstáculo en la provincia leonesa (no en Zamora, ni en Salamanca, evidentemente); pero su lógica estriba en que tanto la lengua como la identidad de la provincia leonesa concuerdan absolutamente con las de las propias de Castilla.
La línea de enlace de la provincia leonesa con las restantes provincias es tan íntima, total y completa que, aun cuando artificialmente la separan de ellas, sus señas de identidad seguirán siendo las castellanas, y su vinculacióncon las mismas persistiría de forma completa a través de lo español… de Castilla.
Por otra parte, si las ligaduras de las tierras norteñas se perciben tan notoriamente, algo similar ocurre entre estas provincias castellano viejas y las de Castilla la Nueva; así como también entre las propias de Castilla la Nueva; dadas las semejanzas de todo tipo que aúnan a los habitantes de Priego (Cuenca), de Brihuega (Guadalajara), de Talavera de la Reina (Toledo), de Manzanares (Ciudad Real) o de Manzanares el Real (Madrid). Todos ellos comparten la globalidad básica castellana.
Esto es, en primer término, lo que diferencia a una Nacionalidad – como en el caso de Castilla – de una mera región, la posibilidad, precisamente por ser un concepto cultural y antropológico de carácter englobador, de poder acogeren su seno a diferentes entornos físicos, a diferentes paisajes, a diferentes regiones geográficas o comarcas, unificadas por lo humano. (…)
De esta singularidad de las tierras de la Nacionalidad castellana – común identidad nacional; amplitud superficial que implica algunas variaciones geográficas; la extensión misma que aconseja diversificar coordinada y cohesionadamente los actos de gobierno – parte la posibilidad de que pudiera propugnarse, dentro de un Estatuto conjunto para todo el País castellano, regímenes especiales para algunas zonas o provincias, si se consideran convenientes, o incluso estatutos particulares dentro del común estado de Castilla, o un otorgamiento de autonomía a todas aquellas Diputaciones provinciales que la requiriesen, etc. Pero siempre salvaguardando la similitud necesaria que a todos nos une.
Nuestros símbolos
Los símbolos del antiguo Estado Castellano, los símbolos de la corona de Castilla, en definitiva, son de igual modo irrenunciables y están esparcidos, esculpidos y tallados por todas partes de nuestra geografía castellana, lo mismo en Burgos que en Toledo, en Zamora que en Cuenca, en Santander que en Ciudad Real o Salamanca, como prueba testimonial elocuente de las tierras a las que pertenece: un estandarte acuartelado, en el que figuran dos castillos de oro sobre fondos de gules, y dos leones de gules sobre fondos deplata, que a todas las tierras de Castilla corresponden por igual, no pudiendo pretender ninguna de ellas usarlo con exclusividad.
La documentación que puede aportarse para el reconocimiento de esta bandera o pendón como legítimo de Castilla es tan abundante que causa sonrojo el tener que dedicar un segundo más a sostener su verismo, cuando no hay edificio histórico de cierta raigambre histórica que lo omita de su fachada o de algún lugar destacado, y ello no sólo en cualquier ciudad o villa castellana, sino también en las construcciones públicas de otros continentes, a los que fue aportado con castellanos; pero tal desconocimiento de nuestras tradiciones es nueva prueba de la deplorable desconcienciación que hoy nos define a los castellanos.(…)
Poéticamente, dentro del inagotable caudal de tradición popular que nos aporta la épica castellana, vemos como refiere el medieval cantar de Rodrigo la fijación de los símbolos del pueblo castellano en la Alta Edad Media, los cuales le han venido acompañando en toda su trayectoria histórica, como tal pueblo peculiar desde aquella fecha.
En el poema citado, habla el rey Fernando I de Castilla de la siguiente forma: «Por eso os pido consejo; y espero que habréis de dármelo la enseña que me mandéis, mandaré hacer de buen grado, que en cuanto yo valga, no saldré de lo mandado. En buena hora nacisteis responden los castellanos -. Mandadhacer un castillo de oro y un león indio gritando. Mucho plugo al rey oír lo que todos acordaron.»
Juan Pablo Mañueco
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