HISTORIA
UN VISTAZO RÁPIDO A LA REVOLUCIÓN DE LAS COMUNIDADES DE CASTILLA
Andrés R. Amayuelas. Secretario General JCC
Los Comuneros de Castilla, que se levantaron contra Carlos I de España (y V de Alemania) allá por el 1520. Algunos calificaron este movimiento como revuelta, otros como revolución, otros como la primera revolución moderna europea (antecesora de la francesa) por sus claros contenidos liberales, democráticos, nacionalistas y su fuerte compromiso social y decidido espíritu constitucionalista … después de la represión a la que se vieron sometidos los supervivientes de la batalla de Villalar, los ecos de la rebelión comunera, a lo largo de los siglos se han interpretado desde diversas posturas. Han sido elegidos como representantes del pensamiento progresista por unos y de lo más reaccionario por otros, decididamente, no ha dejado indiferente a nadie.
El movimiento comunero, en fin, ha sido (y aún hoy lo es) muchas veces, polo de referencia de la política de nuestro país y de numerosos estados latinoamericanos; es por eso que me es imposible hacer un acercamiento a este episodio histórico de hace casi quinientos años, sin cierto apasionamiento.
Así, el escritor venezolano Ulsar Pietri se atreve a afirmar que para los niños venezolanos sería más importante el significado de la derrota de Villalar en 1521 que la batalla de Carabobo en que las tropas bolivarianas obtuvieron la independencia de España, pues para el mencionado escritor en Carabobo obtuvieron los venezolanos la independencia política, pero la libertad, el constitucionalismo y los valores democráticos los perdieron con los castellanos en las eras de Villalar.
Castilla, en los primeros años del siglo XVI, era la nación más prospera de Europa, poseía una economía floreciente, un desarrollo del pensamiento y de la tecnología importante y su demografía y poder militar tras la toma del Reino de Granada, la conquista de Navarra y el expolio del Nuevo Mundo, eran más que destacados.
En Castilla pugnaban los campesinos sujetos a un feudalismo cada vez más extenso y tiránico por liberarse de estas servidumbres, los grandes señores deseosos de aumentar su poder político y económico, las clases «medias» urbanas, pujantes económicamente pero con un déficit de libertades políticas y democráticas y en medio la figura del rey, que a veces se apoyaba en la nobleza y otras veces en las ciudades.
En este panorama, y tras quince años de vacío de poder, provocado por sucesivas regencias que se sucedieron tras la muerte de la reina Isabel (La Católica), llega a Castilla el príncipe Carlos, un muchacho criado en Flandes que desconoce la lengua castellana, desprecia las costumbres de esta tierra, da los mejores puestos del gobierno a su séquito de flamencos y, poniendo todas sus miras en obtener la corona del Imperio Alemán, comienza a someter a la población a nuevos impuestos y tributos con los cuales comprar los votos necesarios para dicha proclamación imperial.
Ante dicha situación surge la revuelta de las Comunidades de Castilla, que si bien al principio unificó todos los sentimientos del reino (clero, nobles, ciudades, …), pronto empezó a presentar fisuras al aumentar las reivindicaciones sociales. Corre el año 1520.
El 29 de Julio se constituye en Avila la Santa Junta del Reino o gobierno revolucionario castellano. Se elige como presidente de la Junta al toledano Pedro Lasso de la Vega (hermano de Garcilaso de la Vega) y a Juan de Padilla como jefe del ejército comunero, formado con las milicias populares de las ciudades insurrectas. Otros capitanes de las ciudades comuneras son: Juan Bravo (Segovia), Juan de Zapata (Madrid), Antonio de Acuña, Obispo de Zamora y Francisco de Maldonado (Salamanca).
El 23 de octubre de 1520 Don Carlos es coronado Emperador y el 31 de octubre, contando con el apoyo de la nobleza, que veía peligrar sus privilegios, el cardenal Adriano de Utrecht declara la guerra a la Junta rebelde.
El ejercito imperial toma, tras encarnizados combates, la ciudad de Tordesillas, escapando la Junta hacia Valladolid, encabezados por Pedro Lasso y Pedro Girón; Padilla vuelve a Toledo, el Obispo Acuña vuelve a la Tierra de Campos, donde pone en pie un ejercito campesino que asalta fortalezas señoriales.
Acuña marcha a la meseta sur para organizar las tropas comuneras que combaten al prior de San Juan y al Duque del Infantado, aunque no logra impedir que el 12 de abril de 1521 las tropas del prior de San Juan arrasen la ciudad comunera de Mora, dando muerte a más de 3.000 ancianos, mujeres y niños.
Padilla, por su parte, al mando de las tropas comuneras de la meseta norte, asalta la fortaleza imperial de Torrelobatón, al norte de Valladolid, que cae tras tres días de penoso asedio el 25 de febrero de 1521.
En la madrugada del 23 de Abril, el ejercito comunero sale de Torrelobatón tratando de alcanzar la seguridad que ofrecen las murallas de Toro; los imperiales salen en su busca, dándoles alcance en las cercanías de Víllalar. La infantería comunera, bajo una fuerte lluvia y sin la protección de la artillería, es dispersada por la caballería de los nobles, que vencen también sin dificultad a la escasa caballería de los comuneros. Las bajas imperiales son ridículas, los comuneros pierden entre quinientos y mil hombres, mientras que otros seis mil son hechos prisioneros. El 24 de Abril, sin proceso alguno, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado son decapitados en la plaza de Villalar. En menos de un mes, todas las ciudades de Castilla la Vieja (Segovia, Salamanca, León, Zamora, Toro, Avila, Valladolid, Medina) se rinden ante las tropas de don Carlos. Sólo Madrid, Murcia y Toledo continúan desafiando el poder imperial.
A primeros de Junio de 1521, tras un breve asedio del alcázar donde se refugiaban los comuneros madrileños, Madrid cae en poder de los imperiales. Sus principales caudillos son decapitados. Murcia, que desde el principio de la revolución mantuvo las posturas socialmente más radicales, resistió un fuerte sitio hasta ser tomada por las tropas imperiales que luego acabarían con la revuelta agermanada del Reino de Valencia. Toledo, liderada por María de Pacheco, viuda de Padilla, es sitiado; el 1 de septiembre Toledo comienza a sufrir el bombardeo de la artillería real.
El 25 de octubre de 1521, la desfallecida ciudad de Toledo se rinde a condición de que se respete la vida de María de Pacheco y demás comuneros implicados en la Comunidad.
El 9 de enero de 1522, gracias al apoyo del emperador Carlos V, el cardenal Adriano es nombrado Papa bajo el nombre de Adriano VI. Al llegar las noticias a Toledo se organizan celebraciones de júbilo por parte del cabildo catedralicio. En una procesión el 2 de febrero se provoca a varios antiguos comuneros, algunos de los cuales son apresados; vuelve la revuelta a la ciudad y María de Pacheco con sus fieles toma el alcázar y libera a los comuneros presos; el día 3 de febrero de 1522 vuelven a entrar los imperiales en Toledo y sofocan definitivamente la nueva rebelión comunera. María de Pacheco logra escapar con su hijo hacia Portugal, donde morirá en el exilio diez años después, a los cuarenta de edad, sin renunciar a los postulados comuneros.
Durante todo el año de 1521 y 1522 se practica en toda Castilla una represión feroz contra los comuneros; miles de comuneros anónimos son ejecutados y en los señoríos todos aquellos implicados en revueltas antiseñoriales son perseguidos con saña. Especial importancia tiene la ira del emperador contra los principales cabecillas militares, políticos o ideológicos de la rebelión: a los ya mencionados Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, ejecutados en Villalar, se unen Pedro Maldonado, ajusticiado en Simancas; los hermanos Guzmán, en León; el licenciado Urrez, líder de los comuneros burgaleses, en Palencia; el conde de Salvatierra, ejecutado en la plaza mayor de Burgos, tras seis meses de tormentos; Juan de Zapata en Madrid; el pellejero Villoria en Salamanca; el obispo Acuña, colgado en Simancas; y la práctica totalidad de los procuradores presentes en la Santa Junta y los frailes franciscanos y dominicos que elaboraron la mayor parte de los documentos ideológicos del movimiento comunero.
Son confiscados los bienes de aquellos cuya participación en el movimiento comunero fuese probada, y las ciudades que apoyaron activamente la revuelta son sometidas al pago de enormes sumas como reparaciones de guerra, lo que en la práctica supuso la ruina de las actividades industriales de Medina, Segovia, Béjar, … en beneficio de la burguesía mercantilista de Burgos y Bilbao, más interesada en exportar la lana a Flandes a través de los puertos cantábricos que en desarrollar una industria textil en Castilla. Las Cortes perderán su carácter decisorio, convirtiéndose en un órgano consultivo que apenas se reunirá y la Inquisición y la Contrarreforma sustituirán a la libertad de pensamiento, las doctrinas erasmistas y el humanismo renacentista que inspiraban el ideario comunero.
El análisis sociológico de las Comunidades confirma que se afianzaba el movimiento en la pequeña burguesía de las ciudades castellanas: manufactureros, artesanos, tenderos, obreros, frailes y letrados, los cuales representan un 50% de los exceptuados del perdón real (que suponemos incluye a los dirigentes más destacados de la rebelión); también participaban del movimiento comunero la baja nobleza y determinados caballeros, que constituyen un 15% de los exceptuados del perdón real; tuvieron un papel político poco destacado, aunque ocuparon los principales mandos en el ejército comunero. Las profesiones liberales como abogados, magistrados, notarios, licenciados, profesores representan un 15% de los exceptuados y cualitativamente fueron muy importantes pues suministraron, junto con los eclesiásticos, los cuadros políticos e ideológicos de la revolución. Por último, un 20% de los exceptuados eran labradores. Como puede observarse, la participación social en la revuelta comunera elude a la alta nobleza y a la burguesía mercantilista, que apoyó claramente la opción del emperador, fueron los elementos determinantes de su victoria y los mayores, beneficiados del orden resultante tras Villalar.
Toda la alta nobleza, que al principio mantuvo una estricta neutralidad en el conflicto, acabó apoyando decisivamente al bando imperial y fue determinante su intervención en su victoria. Así, podemos encontrar del bando realista al Condestable de Castilla, al Almirante Fadrique, a los grandes priores de las ordenes militares (muy especialmente al de San Juan), al duque del Infantado, al Conde Alba de Liste, al Marqués de Villena o al Infante de Granada.
El ejército comunero estaba compuesto fundamentalmente por las milicias de las ciudades rebeldes y por los campesinos levantados en armas contra sus señores; el ejército imperial se sustentaba en las tropas del rey y sobre todo en los soldados que pusieron en armas los grandes nobles en sus señoríos; a este respecto cabe resaltar el escaso eco que tuvo el llamamiento de la regencia a proceder a levas de hombres en aquellas ciudades que controlaban los imperiales en las vísperas de Villalar (Burgos, Aranda y Guadalajara).
En cuanto al aspecto político de la revuelta comunera, la elaboración de un ideario y la existencia de un programa de gobierno para todo el Reino confieren al movimiento comunero una categoría plenamente revolucionaria, por encima del aspecto meramente subversivo. En las líneas siguientes intentare explicar la definición de la revolución comunera como movimiento nacionalista castellano, como constitucionalista, como liberal-democrátíco y como social.
Los comuneros, compartiendo los sentimientos de la mayoría de sus compatriotas, ponen en cuestión la legalidad de la monarquía de don Carlos, mientras viva su madre, la reina Juana. Desean ser gobernados por una reina nacional y no por un extranjero, que arrebata los mejores puestos del gobierno a los castellanos para entregárselos a los flamencos, que contempla al reino como un territorio de donde obtener dineros y hombres para mantener sus pretensiones imperialistas en Europa. Los comuneros tuvieron la intuición de los cambios profundos que significaba la elección del rey de Castilla como emperador de Alemania; no se trata de xenofobia ni de voluntad de encerrarse en la península, volviendo la espalda a Europa; los comuneros tienen la impresión de que Carlos V está sacrificando el bien común de Castilla, los intereses propios y legítimos del reino, a sus intereses personales y dinásticos. Los comuneros rechazan, pues, la subordinación de Castilla a intereses ajenos y se comportan como un movimiento protonacionalista (trescientos años antes de los nacionalismos del XIX).
La Junta comunera, además, rechaza en sus planteamientos el absolutismo como forma de gobierno, proponiendo un modelo constitucional en que la voluntad del soberano esté claramente subordinada a la opinión del reino expresada en la reunión de sus Cortes. Modifican además de forma radical la composición de las Cortes, proponiendo que todas las diócesis de Castilla envíen sus procuradores, lo cual estaba limitado a 17 ciudades, y proponiendo que cada ciudad esté representada por tres procuradores: un representante del clero llano, otro de los caballeros y escuderos y otro del común, de los pecheros, siendo los tres elegidos democráticamente. De esta manera se acaba con el monopolio que detentaban los regidores hereditarios, con el poder de las oligarquías locales, se deja sin representación en las Cortes a la Alta Nobleza y se garantiza la independencia de las decisiones de los procuradores respecto a la voluntad del soberano. Los comuneros, plantean pues una revolución política para arrebatar el poder real al soberano, guiándose por el principio del «bien común» e inspirados en los modelos de las ciudades-repúblicas italianas.
También los comuneros se plantean la idea de libertad y de democracia. Hablan en sus escritos de la libertad personal lo cual refleja una profunda influencia sobre sus teóricos de las teorías humanistas y erasmistas tan difundidas en aquella época. Son partidarios también de un modelo de gobierno democrático como resultado de cierto mimetismo que ejercían las comunas italianas. No es anecdótico recordar que la carga de la caballería comunera en Villalar no se realiza con apelaciones a la grandeza de Castilla, ni alusiones contra el monarca o la nobleza; el grito con que Padilla ordena atacar a sus hombres es sencillamente: Libertad.
Por último cabe destacar el fuerte contenido social del movimiento comunero. Al apreciar con el avance de la guerra que la Alta Nobleza se decanta claramente del bando imperial, los comuneros no dudan en levantar un amplio movimiento antiseñorial para llevar la guerra al terreno más sensible dé los grandes del Reino: sus señoríos.
Los comuneros desconfiaban profundamente de la Alta Nobleza, a la que acusaban, con razón, de estar más preocupada en defender sus privilegios que en estar atenta a los intereses generales del Reino. Cuando los nobles se dan cuenta de que el triunfo comunero determinaría su marginación del gobierno y de las Cortes, así como supondría su alejamiento del gobierno de las ciudades, deciden pactar con don Carlos; los sectores más radicales socialmente del bando comunero, representados por el obispo Acuña, levantan en armas a los campesinos sometidos feudalmente y arrasan las fortalezas nobiliarias, prometiendo la libertad y el acceso a la propiedad a todos aquellos que están sometidos a vasallaje.
Así pues, los comuneros pretendieron instaurar en Castilla un régimen representativo, un gobierno de clases medias, un gobierno ciudadano y burgués, pero esto en un país y en un tiempo en el que la burguesía era relativamente débil y además profundamente dividida entre sí, por lo cual tuvieron que aliarse con los sectores más desfavorecidos de la sociedad: los campesinos sujetos a vasallaje, incitando una revolución social en el campo castellano. Fue una revolución moderna, pero prematura, cuyo fracaso supuso la pérdida de un proyecto autónomo para Castilla, la falta de libertad para su pueblo y el atraso económico para su tejido productivo.
Tras la derrota comunera de 1521, y a pesar del perdón real que se aplicó años después (y que exceptuaba a. los principales dirigentes de la revuelta), el temor a represalias fue tan grande en todo el Reino, que todos los textos conocidos de, la época son sumamente hostiles hacia el levantamiento comunero y fervorosamente lisonjeros hacia la actitud del nuevo César. A la muerte de Carlos V, con el probable distanciamiento de unos hechos ocurridos cuarenta años atrás, comienza un tímido movimiento justificativo de aquellos sucesos, destacando la obra del fraile dominico Maldonado, que parece ser que vivió directamente aquellos años desde la Comunidad de Burgos.
No es hasta bien entrado el siglo XVIII, con la difusión de las ideas ilustradas, cuando comienza a ser estudiado con más seriedad el alzamiento comunero, destacándose sus valores de defensa de la libertad y de progreso material en base al desarrollo industrial del reino.
Sin embargo, es con la extensión del liberalismo político y del pensamiento romántico cuando los comuneros alcanzan su plena rehabilitación. Tras la guerra de la Independencia contra los franceses, los sectores liberales más radicales reivindican plenamente el movimiento comunero, del cual se consideran herederos directos en su lucha por la libertad y contra el absolutismo de Fernando VII, e introducen el uso del color morado. Así se organizan diversos partidos políticos (las sociedades secretas de la primera mitad del siglo XIX) liberales radicales como «Los Hijos de Padilla», «Los Comuneros», o «Los Numantinos» (escisión radical del primero de éstos, creada tras el fusilamiento de Riego, partidaria de la lucha armada contra los absolutistas y en la cual militó Espronceda). El mayor representante de esta rehabilitación comunera en Castilla fue Juan Martín Diez, «El Empecinado», guerrillero contra los franceses y más tarde general liberal enfrentado permanentemente a los absolutistas hasta su ejecución en Roa (Burgos).
El Empecinado, consciente del enorme valor mítico de los comuneros para los sectores liberales de una sociedad penetrada de las utopías románticas, no dudó en reivindicarlos de forma clara; organizó una expedición a Villalar en busca de los restos de los tres capitanes ejecutados en esa villa en 1521, encontrando restos humanos que atribuyó a, Padilla, Bravo y, Maldonado, y que fueron trasladados con grandes ceremonias a la Catedral de Zamora, donde fueron enterrados. Estos hechos tuvieron su punto central en, un acto de homenaje a los comuneros en la plaza de Villalar el 23 de Abril de 1821, en lo que puede ser considerado como primer antecedente contemporáneo de las celebraciones de Villalar que hoy conocemos.
Al llegar los cien mil Hijos de San Luis acaba este episodio liberal en Castilla, tras la pobre resistencia que pudieron ofrecer «Numantinos» y «Comuneros» en los asedios de, Valladolid, León y Madrid al desmoronarse el ejército liberal.
En la segunda mitad del siglo XIX, el nuevo despertar liberal en nuestro país viene también acompañado de la reivindicación del pensamiento comunero, esta vez de mano de los sectores más progresistas del Partido Demócrata, que acabarían constituyendo el Partido Republicano Federal. Este nuevo liberalismo, claramente republicano y partidario del federalismo, organizó numerosos actos de homenaje a los comuneros, se editaron numerosos periódicos, se construyó el monolito de Villalar y se grabaron los nombres de los comuneros en el palacio de las Cortes de Madrid. Su momento cumbre estuvo en las manifestaciones y huelgas organizadas tras la revolución de 1868, teniendo su máxima expresión con la firma del «Pacto Federal Castellano» en 1869 por el cual los representantes provinciales castellanos del Partido Republicano Federal constituían la federación de los dos estados castellanos: Castilla La Vieja (Santander, Logroño, Burgos, Soria, Palencia, Segovia, Ávila, Valladolid, Zamora, León y Salamanca) y Castilla La Nueva (Madrid, Guadalajara, Cuenca, Toledo, Ciudad Real y Albacete).
En las elecciones que dieron paso a la primera República española, los republicanos federalistas castellanos obtuvieron mayoría de votos en todas las provincias de Castilla La Nueva además de León y Valladolid. Sin embargo, todas estas esperanzas liberales se vinieron abajo con la Restauración dinástica de Alfonso XII en 1875.
También tuvieron notable influencia los comuneros en el pensamiento liberal sudamericano del siglo XIX existiendo constancia de movimientos «comuneros» en Paraguay y Colombia.
La Segunda República también reconoció, a su manera, el pensamiento comunero; introdujo el color morado en la bandera de España y Azaña fue el primer pensador contemporáneo en adivinar fuertes rasgos constitucionalistas en las propuestas de la Santa Junta de Ávila. Durante la Guerra Civil, una unidad de milicianos madrileños se hacían llamar «Los comuneros», y uno de los himnos republicanos en el frente era «El pendón morado».
La recuperación actual del movimiento comunero tiene una fecha clara, la edición del poema épico Los Comuneros en 1969 por parte del poeta leonés Luis López Álvarez. Este texto, que narra la historia de los comuneros, se extendió con rapidez por toda Castilla y muy especialmente a partir de su instrumentación musical por parte del Nuevo Mester de Juglaría. La difusión popular del alzamiento comunero coincidió con la publicación de los estudios de Maravall, Joseph Pérez y Gutiérrez Nieto, que daban una nueva interpretación historiográfica a Las Comunidades de Castilla como primera revolución moderna.
En 1976 se constituye el Instituto Regional de Castilla y León, que recoge a los sectores progresistas de la Cuenca del Duero, deseosos de Democracia y Autonomía, mientras que los sectores más conservadores se agrupan en la Alianza Regionalista de Castilla y León. El 23 de Abril de 1976 se reúnen unas 600 personas en Villalar, que son dispersadas por la Guardia Civil; el mismo trato reciben las 20.000 personas reunidas en las campas de Villalar en 1977. A partir de 1978 las concentraciones del 23 de Abril en Villalar son ya legales, reuniendo a cientos de miles de personas bajo la convocatoria de grupos regionalistas, sindicatos y partidos de izquierdas, convocatorias que descendieron durante la década de los ochenta debido al desencanto político.
Actualmente, las convocatorias a las campas de Villalar se van llenando con más castellanos deseosos de recuperar su identidad. También, en las campas de Villalar podemos encontrar muestras de solidaridad con las luchas de la Patria Grande: puestos de información sobre la situación de Chiapas, organizaciones feministas, grupos ecologistas, una jaima (tienda que sirve de vivienda en el desierto) del pueblo saharaui, miembros del MRTA, …
Andrés Rodríguez