España tiene unos compromisos internacionales en materia de gestión de ríos y unas directivas comunitarias adoptadas que debe cumplir. En el caso de los ríos Tajo y Duero, el compromiso es con Portugal. ¿Qué significa esto? Pues que el agua que se sustrajera a la cuenca del Duero desde Soria o Palencia debería ser compensada con más embalses en León que mantuvieran el caudal que se adentra en territorio portugués y el necesario para las necesidades domésticas, agrícolas e industriales del Bajo Duero (León y Zamora).
Y algo igual ocurriría con las aguas del río Tormes y sus afluentes, que también están en el Bajo Duero, de trasvasarse agua a territorios como los levantinos sin problema alguno de despoblación. Un trasvase del Duero sería un durísimo golpe para toda Castilla y León, del que no se iba a salvar tampoco la provincia de Salamanca.
La geografía física es inmutable a escala de la vida humana, por lo que un soriano, un zamorano, un palentino o un leonés están unidos, quieran o no, en la conservación de los recursos hídricos de la cuenca del Duero.
Es indudable, además, que el modelo de desarrollo murciano, y de todo el Levante, depreda recursos ajenos estimulando la emigración definitiva desde el castigado interior por la despoblación y desindustrialización patente en algunos sectores.
Es indudable que un indeseado e indeseable trasvase del Duero desde Soria o Palencia traería la reactivación de proyectos de embalses como Cobanallo, El Sardonal y muchos otros en la subcuenca del Esla, inundando para siempre comarcas como La Cabrera, de gran interés cultural y muy castigada por la despoblación, y otras como en los peores momentos de la furia de construcción de pantanos. Esta reactivación de embalses acabaría enfrentando a las oligarquías del Levante con los agricultores leoneses y zamoranos por un recurso, el agua, que cada vez será más irregular como consecuencia del cambio climático.